EL OBSERVATORIO DEL TEJO/JULIÁN SÁNCHEZ
Se lo escuchamos a Pedro Sánchez: “El PSOE no pactará con el populismo». «Comparto el cabreo de la sociedad española, pero el populismo no es la solución» (sic). También le escuchamos a Antonio Miguel Carmona: “Con Podemos tengo descartado el pacto”. Se lo escuchamos también a Javier Fernández, secretario general de la Federación Socialista de Asturias (PSOE), tras la celebración del comité federal del Partido en declaraciones recogidas en ASTURIAS24, “He cerrado la puerta a cualquier posibilidad de pacto con el populismo”. El líder de los socialistas asturianos contrapuso las “soluciones reales” que plantea el PSOE a “las irreales” que, según él, defiende Podemos. También se lo escuchamos a Ximo Puig: “Lo nuevo, como Podemos, no significa que aporte nuevas ideas, sino que esta formación recoge la desazón de la sociedad y el profundo cansancio con la falta de reacción política”. “El discurso contra la ‘casta’ que utiliza Podemos, es “viejo” y puede asimilarse al que utilizaba a principios del siglo XX el intelectual italiano Gaetano Mosca, (en referencia a las citas que el dictador italiano Benito Mussolini acudía con frecuencia a ese pensador).
Para Pablo Iglesias no existen diferencias entre P.P., PSOE y CiU. “En Europa son Ángela Merkel, la Troika y los que diseñaron el Tratado de Maastricht» y en España sus representantes pertenecen al PP, al PSOE y a CiU. En definitiva, los integrantes de ese partido son la casta».
Pero una cosa es lo que en política se dice en un momento dado y otra es lo que se hace en otro. Tras las pasadas elecciones, el Partido Socialista ha quedado en un tesitura muy peliaguda, tal y como puede considerarse el tener que elegir en mantenerse como un partido constitucionalista y defensor de los deberes institucionales que su tradición española propicia, o dejarse llevar con pactos con el nacionalismo de izquierdas y la izquierda radical. En consecuencia el rompecabezas no puede estar más complicado.
No devenía factible un pacto institucional con el Partido Popular, habida cuenta que dicha actitud no sería entendida por sus bases ni votantes y, por otra parte, la peligrosidad de pactar con la extrema izquierda y el nacionalismo más radical, tampoco aparenta propiciar buenas nuevas para el partido de Pedro Sánchez, corriendo además el riesgo de ser vaporizado por la influencia substancial extremista, ajena totalmente a su concepto natural de estado. Malos antecedentes y horrendas experiencias guarda este partido de su práctica tripartita de Cataluña y en Baleares pero, pese a lo anteriormente expuesto, parece ser que se puede repetir dicha experiencia otra vez en Valencia, donde Ximo Puig, pese a sus anteriormente expresados comentarios, no aparenta tener aprensión a llegar a los correspondientes acuerdos con el nacionalismo catalanista de Compromis, adobado con el radicalismo extremista de Podemos.
Si hacemos referencia a la experiencia del tripartito balear presidido por el también socialista Francesc Antich, las primeras medidas institucionales que tomó dicho ejecutivo fueron la presentación de un nuevo Plan de Normalización Lingüística que invadía espacios de la vida privada ciudadana y en virtud del cual llegaba a imponer hasta un número obligatorio de misas en catalán. La institucionalización de un comisario lingüístico encargado de controlar que en los clubes de fútbol utilizasen exclusivamente el idioma autonómico y hasta las máquinas de café tenían prohibido llevar instrucciones en español.
Con idea de «evitar la bilingüización» se establecieron normas legales, estudios, campañas, subvenciones y cursos encaminados a erradicar poco a poco el castellano del paisaje balear.
Tras el práctico control del sector educativo, el plan se vino a centrar en la Sanidad, la Justicia, las empresas, el deporte, las religiones, el ocio, los medios de comunicación, el arte y las relaciones con el exterior. En total, 934 objetivos que contenían más de 2.000 propuestas lingüísticas.
Recordemos consecuentemente que en esta comunidad autónoma, Compromís es el equivalente a ERC de Cataluña y que los antecedentes de Ximo Puig no invitan precisamente al optimismo con referencia a sus simpatías catalanistas, de hecho en 2010, el actual secretario general del PSPV respaldó la iniciativa consistente en que, bajo el lema de «El catalán, la lengua de diez millones de europeos», vino a desarrollar la Fundació Ramon Llull en París.
Recordemos también que Compromís, formación política la cual recordemos que paradójicamente obtuvo la friolera de casi 1.500 votos en nuestra comarca, en las recientemente celebradas elecciones autonómicas, mantiene vínculos con el partido nacionalista castellano Tierra Comunera y que también ha hecho venido a hacer pública su simpatía con la vieja reivindicación de los comuneros de retornar a Castilla la Mancha la comarca de Requena-Utiel, y así se publicó hace un tiempo en un diario conquense. En consecuencia, lo que pueda acarrear para nuestro futuro el posible acuerdo tripartito a la Generalitat Valenciana está todavía por ver. Estemos preparados.
Lo que si queda claro es la evidencia de que la palabra actual de un político vale lo que cuesta decir otra. Así podemos comprobarlo mediante los testimonios al principio expuestos, en consecuencia, tanto los ciudadanos como sus territorios así como sus creencias, su patrimonio y cultura quedan sometidos al vaivén, las veleidades, las apetencias y cambios de humor de los políticos de turno, de los “arroces y bajocas” que propician los pactos contranatura, donde siempre priman los intereses subjetivos sobre el bien común. Que se experimente sin apocamiento la paradoja de considerarse de izquierdas y nacionalista cuando la evidencia expresa que cualquier nacionalismo implica necesariamente el más absoluto sentido de insolidaridad, marcando las diferencias entre los seres humanos dependiendo del lugar donde los otros hayan nacido.
La gran diferencia ideológica que evidenció Eduard Bernstein en su definición de la socialdemocracia vino a ser la idea de que mientras que el radicalismo comunista propiciaba la “lucha de clases”, la socialdemocracia preconizaba el “establecimiento de la justicia entre las clases”. Esa viene a ser la gran divergencia ideológica que radica en escindir al estado como un instrumento de dominación de clase, como sostenía la interpretación marxista «ortodoxa», definiéndolo como el «legítimo guardián del interés general de la colectividad”.
Al formalizar un pacto político no debe tratarse de establecer la componenda de combinar el arroz con las “bajocas”, se trata de discernir entre conde está o debe estar cada cual. Una cosa son las palabras y otra los hechos y, por lo que tanto vamos comprobando en la política actual la ideología queda relegada siempre por detrás de la conveniencia, pero no de la general, sino de la subjetiva y particular, esa es la cuestión.
Julián Sánchez