Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel
Javier Armero Iranzo // 30 de septiembre de 2019
Recién estrenado el otoño apetece salir al campo a disfrutar de unas temperaturas mucho más suaves que las vividas meses atrás. Afortunadamente el final del verano vino marcado por una situación de temporal que trajo buenas cantidades de agua a nuestra comarca y que ha hecho cambiar el panorama reseco y polvoriento de sus montes. Por fin ya es otoño. Época preciosa para dirigirse a cualquiera de nuestros espacios naturales; y, especialmente, a uno de los más emblemáticos: el pico del Tejo.
Como un enorme centinela que custodia la entrada a la Meseta de Requena-Utiel desde el levante, la mole cretácica del omnipresente Tejo supone algo más que una montaña para sus gentes. Desde siempre el Tejo ha representado la grandeza y la vivacidad de una naturaleza agreste y ciertamente apartada de las rutinas agrícolas y urbanas. Un símbolo de la tranquilidad donde los procesos ecológicos siguen su marcha en el devenir de los tiempos.
Una referencia geográfica imprescindible para el excursionista y para el montañero, pero también para el naturalista. El pico del Tejo se alza soberbio esperando la visita del lector para mostrar algunas de sus especialidades. Ahora, con las lluvias caídas, el monte está precioso y huele muy bien. Una paciente subida senderista a la misma cumbre nos hará disfrutar de sus recovecos, de su flora singular y de una panorámica poco menos que espectacular. Buenos motivos para emprender una ruta en los próximos días. Pero mientras preparamos la marcha conozcamos ahora algo más de este gran titán.
El pico del Tejo, con sus 1.250 metros sobre el nivel del mar, sobresale claramente de un macizo orográfico situado al sur del río Turia y conformado por las sierras del Burgal-Santa María, y las de Los Bosques-Chiva, todas ellas con cumbres que sobrepasan ampliamente el millar de metros de altitud. Separado de estas sierras por el barranco de Malén y, sobre todo, por el bonito vallejo agrícola de Raidón y el collado de la Alqueruela, ofrece una silueta bien reconocible desde el término municipal de Siete Aguas.
Por el sur su delimitación está muy clara al enlazar su falda con el propio llano de El Rebollar. De hecho desde aquí parece que la cima más alta sea la de un pico próximo al Tejo denominado Cárcama, o falso Tejo por la distorsión que da una perspectiva desde el mismo corredor agrícola basal. En estas solanas desgraciadamente se aprecia muy bien el daño producido por los incendios acaecidos a lo largo del siglo XX principalmente y sobre todo por el último y más grave, ocurrido en el mes de julio de 1994.
A día de hoy, esta cara meridional del monte ofrece una recuperación muy lenta de su estructura vegetal original. No obstante merece destacar dos parajes que por distintos motivos sobresalen en estas vertientes. Por un lado el caserío del Matutano, bello lugar que aún mantuvo una población de hasta 35 personas durante el primer tercio del siglo pasado subsistiendo de una agricultura de montaña, del pastoreo y de los recursos que ofrecía el monte. Y ese tipo de vida es la que seguramente tendrían mis antepasadosde sexta generación:Matías Armero (el padre de uno de mis tatarabuelos paternos), nacido aquí en 1792, y su mujer Josefa García-Cofrade, que vivieron en estos bonitos pero duros paisajes. Época de lobos y de linces, de quebrantahuesos y de águilas imperiales; un pasado desde luego, muy lejano. Sin embargo, aún sobrevive en las inmediaciones del despoblado una vieja carrasca queservía ya hace quinientos años como mojón fronterizo entre los reinos de Castilla (parte de Requena) y de Valencia (parte ya de Siete Aguas). Un monumento vivo que forma parte de nuestra historia.
Y muy cerca de allí, y también prácticamente en el mismo límite entre ambos términos municipales se alza otro hito geográfico de primer orden. Se trata de la torre de un telégrafo óptico que formaba parte de la línea Valencia-Madrid y que, por pocos metros, aún se halla en jurisdicción requenense en lo más alto del puntal de la Agudilla, un cerro próximo ya a la autovía A-3. Este telégrafoempezó a funcionar en 1849, junto con los otros cuatro que caen en la Meseta de Requena-Utiel: el del cerro de la Atalaya, a las afueras del casco urbano de Requena; el de La Jedrea, en San Antonio; el de la Bicuerca, en Fuenterrobles; y el del alto de la Paradilla, en Villargordo del Cabriel.
Gracias a estos telégrafos dotados de unos dispositivos colocados en sus cubiertas se podían emitir señales ópticas desde unas torres a otras. Y así, de una manera realmente rápida, podían llegar noticias encriptadasque pudieran tener interés militar o político desde la costa hasta el interior peninsular, o viceversa.
Debido al desarrollo de los telégrafos eléctricos, más modernos y eficientes, la línea óptica Valencia-Madrid apenas funcionó durante 7 años privando a estos enormes edificios de la finalidad de la que fueron creados. Lamentablemente, estas torres hoy en día presentan, a excepción de la de Villargordo del Cabriel, un avanzado estado de abandonoque las amenazan de ruina total sino se acometen unas necesarias obras de restauración. Con la declaración en 2011 como Bienes de Interés Cultural por el Gobierno Valenciano se establece una esperanza de que se mantengan en el futuro como unos recursos patrimoniales que merecen conservarse y poder darles unos usos recreativos o divulgativos y, en cualquier caso, sostenibles con el medio ambiente privilegiado donde se sitúan.
Siguiendo la Cañada Real de Valencia a La Mancha, desde la pedanía requenense de El Rebollar hasta las inmediaciones de la carretera de Requena a Chera enlazamos con un camino que se dirige primero a las Casas de Panoja y luego a lo que queda de la Casa de la Roja. Desde allí, ya en el pie de monte del Tejo se inicia la ascensión clásica a la cumbre. Caminata por su vertiente occidental de unos siete kilómetros de longitud en continua pendiente que se ha configurado como una de las rutas de senderismo más populares de todas las que se llevan a cabo en la comarca. Desde luego, y a pesar de que hay que tener una mínima forma física, es la manera más cómoda de subir hasta la misma cima de tan renombrada atalaya comarcal. Nada más salir de las ruinas se deja a un lado un llamativo barranco de tierras ocres que dan nombre al paraje. Algo más arriba, y frente a unos cantiles calizos bien visibles desde lejos,aparecen las cuatro paredes que quedan del corral de don Manuel.
En la actualidad se aprecia muy bien en este sector cómo se ha ido recuperando el espeso pinar que aquí habíaantes del pavoroso incendio de hace 25 años. Los pinos, aquí de la especie Pinus halepensis, con el calor del propio fuego dispersaron decenas de miles de piñones que al poco fueron germinando originando rodales espesísimos de pimpollos. Según los estudios efectuados por el profesor del Departamento Forestal de la escuela de Enología y Viticultura de Requena, mi amigo Miguel Ángel Argilés, llegan a alcanzar aquí valores de más de 50.000 árboles por hectárea.
Miguel Ángel, en la magnífica ponencia que impartió en el pasado Congreso de Naturaleza Comarcal de Requena-Utiel, expuso los resultados principales de la investigación que ha ido haciendo en lo que respecta la regeneración del arbolado tras el incendio de 1994. En aquel terrible suceso se llegaron a quemar nada menos que 26.000 hectáreas, tanto del pico del Tejo en Requena como de otros montes situados en municipios cercanos como Chera, Siete Aguas, Buñol y Chiva.
Él ha demostrado empíricamente cómo los trabajos selvícolas efectuados en estas masas de regeneración forestal tienen como consecuencia un mayor crecimiento del arbolado y un incremento en la producción de piñas, y por tanto de semillas. Miguel Ángel, con muy buen criterio, considera necesariointervenir en estas masas hiperdensas para adelantar en el tiempo la producción de semillas y así, en caso de otro incendio forestal, tener la posibilidad de reaccionar nuevamente de forma natural.
La verdad es que en el paseo hasta la cumbre se comprueba muy bien que la competencia intraespecífica de los propios pinos jóvenes que aparecen apretadísimos en un pequeño rodal de terreno impide el crecimiento de todos y cada uno de ellos. Mientras que aquellos otros que disponen de un poco más de espacio son los más grandes y ya productores de las semillas que darán lugar a una nueva generación de árboles en caso de repetirse la catástrofe.
Por otro lado también se aprecia perfectamente la diferente estrategia de recuperación arbórea que presenta la otra especie dominante en estas laderas: la carrasca. Ésta, denominada científicamente como Quercus ilex, tiene la capacidad de rebrotar de cepa tras el paso del fuego. Es una especie, por tanto, adaptada a los rigores del bioma mediterráneo,caracterizado por la alta frecuencia de incendios forestales durante la canícula estival.
Sin embargo, y queda bien visible en la ascensión naturalista a la cumbre, la carrasca tiene un crecimiento claramente más lento que el pino. Esto es sobre todo evidente en aquellas solanas con terrenos de suelo poco estructurado, quizás por la acción de la ancestral erosión producidas por las lluvias tras episodios de incendios repetidos o por razones antrópicas seculares (pastoreo abusivo, extracción de madera y carboneo, principalmente).
Tras unas curvas muy reviradas se llega a una umbría localizada bajo un peñón rocoso que acoge a la Microrreserva de Flora de Los Callejones, de las que ya se habló en un anterior Cuaderno de Campo. Es un punto ideal para hacer una parada interpretativa. Este lugar viene a considerarse de alguna manera como un refugio de flora ya que ha permitido la supervivencia de muchas especies más propias de otras épocas de climatología más fría.
Al pie de unos crestones rocosos casi a 1.200 metros de altura crecen todavía plantas que necesitan de unas temperaturas evidentemente más bajas que las del resto de la comarca y unas condiciones de humedad que encuentran gracias a la disposición septentrional de la vertiente que hace que las horas de insolación diarias sean mínimas, y por tanto también de evapotranspiración. Así aparecen árboles muy raros ya a nivel valenciano como los tejos Taxus baccata, los mostajos Sorbus aria o los arces Acer granatense. Especies relícticas que encuentran aquí uno de los pocos lugares adecuados para vivir.
Hay que hacer constar al lector que un relicto es un vegetal de escasa presencia en la flora actual de un territorio pero que en el pasado tenía una mayor representación relativa. Estas plantas se localizan actualmente en unos pocos enclaves que todavía presentan condiciones climáticas y edáficas favorables para ellas pero insertos en un territorio general cuyo clima dominante no le es ya propicio.
Situación muy similar es la que nos vamos a encontrar ya en la misma cumbre del Tejo, y más concretamente en su magnífica umbría. Aquello es una verdadera maravilla natural, y no sólo por las espléndidas vistas que se llegan a alcanzar, sino por lo valioso de su estructura vegetal. Una delicia; una joya botánica de la que Requena debería mostrarse muy orgullosa por tenerla en su jurisdicción.
Desde lo alto del monte, y asomado a los peñascos que dan al norte se puede apreciar lo bien que ha regenerado el carrascal tras el incendio de 1994. Un bosque mediterráneo de ladera bien estructurado y que acoge a una completa y rica representación de flora de montaña.
Son muchas las especies de plantas que se dan aquí interesantes desde el punto de vista geobotánico. Así aparecen entre otras el enebro común Juniperus communis, la sanguina Prunus prostrata, el sello de Salomón Polygonatum odoratum, la hierba pedreguera Ononis aragonensis, el cojín de monja Erinacea anthyllis, el gazón Armeria alliacea, el Teucrium expassum, el tomillo real Dictamnus hispanicus; y ligadas al roquedo la Saxifraga cossoniana, la Potentilla caulescens o la pendeja Hormatophylla spinosa. Un jardín botánico al servicio del excursionista que alcanza la cima tras un bonito paseo otoñal.
Pero sin duda la planta más emblemática de este monte y que le ha otorgado su propia denominación es el tejo Taxus bacatta. Un auténtico superviviente de épocas pasadas que ha llegado a nuestras fechas en una situación ciertamente crítica. En estos momentos no más de diez ejemplares adultos se aferran a la vida distribuidos en la microrreserva de los Callejones y en los cintos de la cumbre. En el primer lugar apenas cuatro individuos pudieron sobrevivir al incendio de 1994 pero con evidentes secuelas físicas. Se sitúan en lo más quebrado del crestón rocoso nutriéndose de unos suelos raquíticos entre los peñones.
En el segundo enclave la situación no es mucho mejor y los individuos que aparecen son también pequeños y poco formados. No obstante el potencial que presenta esta umbría es muy bueno y podría permitir recuperar la tejeda previa al incendio que estaba formada por varias decenas de árboles maduros y de porte bien desarrollado.
El tejo es un árbol inconfundible, pero la particularidad de crecer en unos enclaves tan especiales y tan apartados de las poblaciones humanas así como su tremenda escasez en territorio valenciano hace que sea una especie muy poco conocida por el paisanaje. Así que merece la pena dar unas pinceladas sobre su biología y ecología. Aunque, para ello mejor dedicar un próximo artículo. Ahora toca ya preparar la caminata y disfrutar de un bonito día de otoño.
JAVIER ARMERO IRANZO