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EL OBSERVATORIO DEL TEJO / JULIÁN SÁNCHEZ

La Ilustración fue una época en que evolucionó el pensamiento del hombre, aumentado  el deseo de descubrir a través de la razón y la observación, expresándose en un concepto de plena libertad cultural.

En consecuencia, el nuevo concepto del pensamiento que se instaura mediante este movimiento, se comienza a desplegar contra una situación social precedentemente establecida, la cual, una vez considerada plenamente superada, habría de considerarse inoportuno o improcedente el hecho de pretenderla retener.

La nueva realidad que la ilustración pretende implantar, queda establecida como la puesta en funcionamiento de un nuevo escenario, instituido bajo la pretensión de sustituir, y por tanto de combatir, a un viejo concepto como lo que anteriormente podríamos considerar al enraizamiento o arraigo, lo cual no viene a ser otra cosa sino el contexto en que ha venido funcionando la persona en todas sus áreas de convivencia social, ligado a su tierra natal y a sus costumbres, de las cuales extrae su visión del porvenir reproduciendo, de generación en generación, toda la experiencia extraída de la actitud de sus predecesores.

La persona enraizada asume su plena identificación únicamente en un territorio y una sola cultura. Ejerce el culto casi reverencial por aquellos quienes le precedieron, y se siente ligado a ellos mediante una deuda que considera impagable, conservando el ideal moral del héroe magnificado mediante el sacrificio y la grandeza. Se considera miembro de su propio grupo y abomina del diferente, del extraño a su propia cultura. Aún conocedor de otros mundos y culturas, se aferra a la cerrazón de su propio mundo.

Sin embargo la nueva realidad que la ilustración pretende establecer, visiona a la persona como actuante en un mundo separado de sus raíces temporales y espaciales, así como de las obligaciones ancestrales hasta entonces vigentes en la antigua sociedad, liberándole de unos rangos que le mantenían en la cerrazón de una órbita demasiado estrecha, convirtiéndole en elector individual de su propio destino. Liberado de las antiguas formas de vida que llegaban a esclavizarle, alcanza un comportamiento autónomo sin obedecer a otro impulso que a lo que el mismo decida establecer. Su vida la concibe en un mundo abierto, sin fronteras, transgrediendo los límites cuya legitimidad ya no reconoce.

Su identificación con el diferente deviene plena, como consecuencia de haber abandonado el encorsetamiento de su propia identidad, a consecuencia de que las solidaridades impuestas se han distendido mediante la desaparición de los vínculos de respeto y salvaguarda. En consecuencia la libertad asumida puede considerarse como plena.

Resulta anacrónico el llegar a comprobar en estos tiempos como puede todavía sobrevivir en determinados núcleos, la pervivencia de algo tan anacrónico como el enraizamiento nacionalista, cuyo concepto alcanza a trascender hasta las propias ideologías, dejando postergado el viejo sentido reivindicativo esencial propio de cada concepción. Las izquierdas y derechas renuncian a su propia naturaleza y condicionamiento seducidas por el viejo enraizamiento en el culto a lo precedente.

Antonio Muñoz Molina,  en su libro “Todo lo que era sólido” manifiesta la evidencia de que «en otras épocas la derecha había creído en las esencias, la izquierda en los devenires; la derecha en lo originario y lo inamovible, la izquierda en lo que se construye sobre la marcha, en lo que puede hacerse mejor. La derecha, desde el Romanticismo alemán, había celebrado lo autóctono; la izquierda, lo universal; la derecha, la lealtad a la tierra y a la sangre; la izquierda, el internacionalismo y la ciudadanía del mundo». Pues bien, en el contexto nacionalista quedan superados la diversidad de conceptos y sustituidos por el arraigo más provinciano y pueril que puede concebirse, y el concepto frontera se opone a la vieja reivindicación internacionalista que da sentido y alma a la izquierda real; burgueses y proletarios unidos hacia la construcción de la cerrazón en un caparazón, circunstancia que únicamente puede favorecer los intereses de la derecha más reaccionaria.

Fernando Sabater (BASTAYA.ORG, 12/2/2007), efectúa al respecto el siguiente comentario: “Se establecen bien las incompatibilidades de un pensamiento ilustrado y progresista con la faramalla nacionalista y quedan flotando las razones últimas de esta sorprendente colusión. Sin la pretensión de zanjar el asunto aporto dos vías de explicación, una que apunta hacia lo sublime (siempre cercano a lo ridículo) y otra a lo más oportunista, incluso rastrero. Por elevación: cierto izquierdismo siempre ha estado más atento a la subversión del “sistema” (abstracción cuyos rasgos diabólicos dibuja cada diez o quince años según un esquema convenientemente irrefutable y al que sólo respalda la perpetua deficiencia del mundo) que a la protección de los derechos de las personas, por lo visto demasiado egoístas para su elevado criterio. Por oportunismo rastrero: el apoyo de la izquierda a los nacionalismos es una mera estrategia electoral de poder para marginar a la derecha competidora, el PP. Se está viendo en la reforma de los estatutos more nacionalista, que quizá no deshagan España (como repiten satisfechos los turiferarios del Gobierno) pero evidentemente en nada mejoran tampoco la convivencia en ella, ni responden a exigencias populares sino a una simple componenda con las ambiciones locales para garantizar la perpetuación en el gobierno central o recibir algo de la pedrea clientelista autonómica (véase el ejemplo paradigmático de Ezker Batua).” (Sic).

Es evidente, que en los tiempos corrientes las ideologías quedan manifiestamente pervertidas por mor de un pretendido sentido del arraigo, cuya superación ya fue establecida desde finales del siglo XVII, pero cuyos anacrónicos tentáculos se extienden hasta nuestros días mediante el resurgimiento de unas conceptualizaciones las cuales acaban por abandonar la problemática del sentido, mediante el retorno a la cerrazón cálida del mito protector.

Que un proletario antisistema conviva y actúe junto al burgués capitalista, pretendidamente opresor, haciendo comunes sus reivindicaciones, ya no deviene escandaloso en ciertos mundos, lo verdaderamente problemático puede ser el llegar siquiera a imaginar el modelo social donde esta gente pretenda convivir, algo fuera de toda significación razonable, que no devenga pervertido por un comportamiento verdaderamente tan peculiar e inusitado.

Julián Sánchez

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