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Requena ( 23/11/17). LA BITÁCORA / JCPG
Estar en Cuenca es estar en otro mundo. Esta ciudad maravilla me sigue impresionando a pesar de los años que estoy visitándola, especialmente durante los veranos que paso en Cardenete, el pueblo del Mesías Bartolomé Sánchez. Cuenca no envejece; es un museo viviente, increíble. Pocos paisaje impresionan tanto en una ciudad como sus hoces. Pocos espacios emocionan tanto como San Pedro del Trabuco, la octonal iglesia que corona la entrada a la muralla del castillo.

La ciudad vieja con el Puente San Pablo en primer término. La vieja leyenda de un astuto Alfonso VIII tomando la ciudad se cae por su propio peso al contemplar la gigantesca muralla natural que guardaba y sigue guardando la ciudad. Una ciudad así sólo se rinde porque los de dentro se avienen a un pacto. Foto: TurismoCastillaLaMancha.
El barrio del castillo ha sido renovado recientemente y convertido en lugar de ocio y negocio. Vistas espectaculares, de las hoces, de los campos. Sólo les falta agua, lluvia. Y esa venta desvencijada, amenazando ruina del camino de La Motilla, en la entrada de la carretera de Teruel.
Fue durante siglos el foco político en el que se miraba nuestra meseta. Hasta que Valencia empezó a ganar enteros a los ojos de la élites de nuestra tierra. A nadie le preguntaron cuando solicitaron pasar a la provincia de la ciudad del Turia. ¿Para qué lo iban a hacer? ¿Acaso no eran ellos los únicos que tenían derecho a decidir en aquella España del sufragio censitario, de la corrupción y de las elecciones fraudulentas? Estas cosas no se preguntan, porque son por el bien del pueblo, claro. Nuestros tatarabuelo no se enteraron del cambio. Nacieron en el sitio y morirían en el mismo.

Siempre me ha emocionado esta plaza. Irregular, empinada, nada parece favorecerla, pero posee un encanto tan poderoso que acaba por resultar embriagador sentarse en la escalera de la catedral, mirar al frente y a los lados y respirar algo de ese aire limpio que Cuenca posee como nadie.
Hoy le damos vueltas al tema. Es un absurdo, una manera de cavilar intelectualmente. En esta España de tono federalizante nunca se sabe lo que el futuro nos deparará. El mundo de la globalización está alterando muchas cosas, entre otras la cultura, los sentimientos y, evidentemente, la economía. Nadie pudo predecir hace un siglo que esta tierra abanderaría una transformación del calado de la que se vive con el cava. La decadencia catalana, cuyo síntoma más superficial es el procés de marras, sitúa a otras regiones en una posible posición privilegiada. Quizás en aprovechar los momentos esté el futuro.

La fachada de la catedral nunca hizo justicia al impresionante interior. Hay que verla por dentro para comprender la grandeza de una ciudad hoy convertida en poquita cosa económica y política. Tuvo voto en Cortes en aquella Castilla del Antiguo Régimen y, por momentos, peso decisivo en la política nacional. El arco de Jamete es para no perderlo de vista.
Independientemente de nostalgias y futuros aún desconocidos, el gran reto es fijar la población en la tierra, evitar las emigraciones, crear posibilidades vitales y plataformas de futuro para que los jóvenes no huyan despavoridos de la tierra. Esto no lo solucionará ni Cuenca ni Valencia, sino los mismos habitantes de la meseta, los que amamos esta tierra, con sus virtudes y con sus defectos.
El fin de semana me dirijo, nos dirigimos, a un simposio en Cuenca. El tema: los judíos, seres errantes, comerciantes, artesanos, metidos al trajineo, por obligación, por vocación. Ya es hora de abordar este tema: cómo la Cuenca judía pudo conformar la Cuenca moderna, más allá de la expulsión de 1492. Cómo estos judíos interconectaron con sus redes toda Castilla, incluida nuestra meseta, para integrarla en circuitos comerciales de alto rango, con la lana, el cereal, el vino y otros productos como nervio de unas relaciones que integraban gentes, economías y culturas.
En Los Ruices, a 22 de noviembre de 2017.

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