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Requena (24/04/18). LA HISTORIA EN PÍLDORAS – Ignacio Latorre Zacarés
La historia demuestra que en las relaciones entre poblaciones vecinas hay de todo (como en botica): etapas de solidaridad y hermanamiento frente a la amenaza externa junto con otras épocas de enfrentamiento por el uso de recursos que se compartían de antiguo: bosques, pastos, abrevaderos, majadas, fuentes, ríos, caminos…

En la comarca pareciera que el único antagonismo sea el de Utiel y Requena que sólidamente han construido, al menos, desde 1329, en que el concejo de Requena se quejó ante las Cortes de Alfonso XI en Madrid de que Utiel estaba en desobediencia y pretendía emanciparse de su jurisdicción. Sin embargo, también habrá que decir que dentro de las discrepancias lógicas entre poblaciones hermanas, siempre hubo un respeto y no se llegó al empleo de la violencia física entre ambas ciudades. Es más, se ayudaron ante enemigos externos como en 1449 contra Baltasar Ladrón de Vilanova, hijo del vizconde de Chelva, que atravesó la comarca con doscientos jinetes y quinientos peones para robar más de doce mil cabezas de ganado o en la Noche de Santa Sabina de 1728, en que un gran desastre meteorológico dejó la comarca en un estado lamentable y el Concejo de Requena, además de atender el mal propio, se ofreció a ayudar a Utiel que salió peor parado y con muertes. Pero, sobre concordias y discordias entre Requena y Utiel, les remito a lo que de ello escribió el “Tostado” utielano: el señor Martínez al cuadrado.

Sin embargo, uno de los acontecimientos más traumáticos para el alfoz requenense fue la segregación de la bonita población de Mira. El nivel de conflictividad entre ambas villas fue muy elevado como resultado de los intereses comunes que desde hacía siglos convergían en la zona occidental de la comarca, allí donde ahora se embalsan las prístinas aguas del Cabriel.

La historia de Mira es interesante. Su castillo fue tomado en 1219 por el gran cruzado y arzobispo toledano D. Rodrigo Ximénez de Rada quien en 1221 lo entregó como feudo a D. Egidio García de Azagra (Gil Garcés I). Es decir, Mira comenzaba su etapa como concejo con su propia jurisdicción, pero dependientes de los Azagra, que estaban también por Albarracín y tenían un pronto fino. Pero, en 1260, Alfonso X compró Mira a Gil Garcés II y decidió que se integrara en la jurisdicción de Requena como aldea, para fortalecer la puebla de Requena concedida en 1257 y de esa manera tener bien defendido el último concejo de la frontera oriental castellana lindante con el Reino de Valencia.

Mira pasó a pertenecer a la Tierra de Requena, pero en los mireños quedó el recuerdo de su independencia concejil, aunque mediatizada por el señorío, y existiría un deseo latente de recuperar su independencia total cuando las condiciones demográficas, políticas y económicas fueran favorables. Y así fue, pues en 1537, Carlos V les concedió la segregación, no sin antes abonar Mira 2.040 ducados para las exhaustas arcas reales que derrochaban a espuertas en pro del Imperio. Pero el privilegio de emancipación de Mira respecto a Requena dejaba claro que debía proseguir la mancomunidad de pastos y aprovechamientos allí donde la hubiere, tal como respaldaban la fuerza de la costumbre y las prácticas comunitarias.

En el que sería el término de Mira era donde tenían muchos aprovechamientos de pastos y madera los vecinos de Camporrobles, Fuenterrobles y Villargordo, que quedaban dentro de la jurisdicción de Requena.

Segregarse Mira y comenzar los problemas con su antigua villa matriz, Requena, fueron todo uno. En principio, la demarcación del territorio de Mira fue un proceso difícil con varios amojonamientos, pleitos y concordias; algo natural en este tipo de asuntos. Mira siempre defendió unos términos que procedían desde que era Concejo independiente en 1221 y que estaban delimitados con mojones de piedra seca frente a los de cal y canto de Requena. Una sentencia de 1569 otorgó la razón a Mira que vio como sus lindes llegaban al mojón de la muela del Coso (que ahí sigue), quedándose los mireños la dehesa de la Fuencaliente junto al Cabriel. Era una dehesa fundamental y muy fértil que en la actualidad está bajo las aguas del Pantano de Contreras y que fue una de las piezas clave entre los pleitos de Requena y Mira por los variados aprovechamientos ganaderos, forestales y agrícolas que se realizaban en ella.

Pero, como ya advertimos, la relación entre Requena y Mira tras la segregación fue tormentosa y, en ocasiones, no excluyó la violencia. Al poco de la segregación se estaban produciendo ya problemas. En diciembre de 1538 las actas requenenses describían “como los vecinos del lugar de Myra de cada dya en los términos desta villa entravan a hazer muchas vejaciones e de cada dya quieren adquiryr posesión”.

Uno de los hechos más graves ocurrió en febrero de 1543. Iba el teniente de corregidor requenense con sus caballeros de sierra por los territorios comunes de aprovechamiento prendando ganado ovino y cabrío cuando le salieron al paso “con grande escándalo e alboroto” veinte hombres de Mira armados con ballestas, escopetas y mechas encendidas y, según los requenenses, con ánimo de matarles. Cogieron a la fuerza el ganado tomado por los requenenses y les persiguieron hasta Camporrobles, donde se encerraron al estar en peligro de vida. Pero aún más, los mireños arribaron cerca de Requena con sus ballesteros y prendaron más ganado y se llevaron preso a Mira a Pero Herrero que iba con el teniente corregidor.

Pero como a cada uno le pica donde le duele, los de Mira alegaban que la gente de Requena habían roto el techo de la prisión de su pueblo y liberaron al citado Pero Herrero, preso por el alcalde de la hermandad de Mira.

Es más, los de Mira acusaron a Requena de pregonar que todos los vecinos que pudiesen tomar armas a pie y a caballo saliesen para “asolar e destruir” Mira y que se juntaron cuarenta de a caballo y más de doscientos hombres de pie, todos ellos armados con ballestas y arcabuces. Por si fuera poco, también acusaron a Requena de reclutar en Buñol hasta mil moriscos y cuando entraban ya en término de Mira para asolar el pueblo, aparecieron mensajeros de Utiel, los cuales requirieron que no pasaran adelante porque temían que los “nuevamente convertidos del Reyno de Valencia” deshicieran la comarca. Parece que los de Requena recapacitaron y se volvieron, pero aun así apalearon a un mireño en el camino además de llevarse con anterioridad ochenta cabezas de ganado, cinco mulas de arar y derribar los mojones “que estavan de tiempo ynmemorial aca por donde se dividían los térmynos entre las dichas villas.

En fin, que aunque la cifra alegada por Mira de moriscos y requenenses contra su población parecen algo exageradas, la intervención mediadora de Utiel fue muy benéfica para toda la comarca.

Ahí no acabaron las cosas, porque en 1566 tornaron las relaciones a ponerse más que feas. Pedro Martínez, síndico procurador de Mira, se quejó amargamente ante Requena que en el valioso y poblado pinar de Mira“a voz de concejo e con gente armada y con quarenta y cinco o cincuenta hacheros” habían entrado violentamente talando y cortando una gran parte de sus pinares, derribando los mojones y tomando noventa cabrones (del género animal, entiéndase), lo cual consideraba el síndico mireño un grave delito. Es más, amenazaba a Requena de que si no ejercía la justicia debida saldrían de Mira sus vecinos con armas para enfrentarse contra las fuerzas requenenses y si “se subcedieren muertos e heridos o otros escándalos o alborotos protesto que sea a culpa y cargo de los dichos señores y vezinos de Rrequena como agresores”. Con las cosas del comer no se juega.

Poco después del anterior incidente, Requena volvió con tres cuadrillas de cincuenta hacheros y otros tantos hombres armados con arcabuces y armas y durante tres o cuatro días cortaron tres mil pinos grandes y pequeños por su pie. Los de Mira, agraviados, sin embargo, no habían querido salir contra los requenenses “por causa de evitar escándalo y muertes que pudieran subceder”.

En 1569 el que denunció a Mira fue Requena ya que los mireños habían entrado en la citada dehesa de la Fuencaliente “en son de guerra con armas ofensivas e defensivas”, expulsando el ganado del arrendatario de la dehesa, Pedro Pérez, y metiendo doce o trece ganados que habían arrasado los pastos. Por lo tanto, Requena había perdido los setenta y seis ducados que le debía haber pagado el mencionado arrendatario Pedro Pérez.

La sangre no llegó al río (de milagro), pero sirvan estos apuntes para ilustrar el grado de encono que se había alcanzado entre ambas villas.

Más de cincuenta años después, las cosas estaban aún peor. Como hemos dicho, los vecinos de Villargordo, Fuenterrobles y especialmente Camporrobles, utilizaban desde antiguo los montes de Mira para extraer leña seca, teda, gamones, esparto y utilizar el pasto. No sólo eso, sino que acudían a varias fiestas en las ermitas de Mira como la de la Virgen de la Cueva Santa. En 1727, varios camporruteños que traían leña de Mira como era de uso y costumbre vieron como se les echaron encima ochenta hombres armados de Mira. Marcelo García de Mira le dio un golpe con el cañón de la escopeta a un soldado que iba con los de Camporrobles y Juan Francisco Ferrer, hermano del escribano de Mira al que se culpaba de las tensiones, le remató con un astil de hacha. El alcalde de Mira azuzó a disparar contra el camporruteño Martín de Berlanga que huía impelido a ello por el vicario de Mira que vio como su vida peligraba. Siete vecinos de Camporrobles estuvieron encerrados en un calabozo de Mira sin apenas poder sentarse. Intentaron disuadirles los de Mira de presentar querella a cambio de su libertad, pero los camporruteños estaban con su razón y no se avinieron a paces.

En 1750, cuando Mira intentó la aprobación real de sus ordenanzas de 1737, Requena aún se querelló y ganó una sentencia que obligaba a que los terrenos compartidos en uso y aprovechamiento lo siguieran siendo.

Pero como no hay mal que cien años dure, el 10 de noviembre de 2007 se selló la paz entre Mira y Requena en el III Congreso de Historia Comarcal con una abundante y rica comida ofrecida por las amas de casa mireñas a todos los investigadores comarcanos que aún hoy recordamos. Un poco más y fenecemos de tanto condumio. Las hachas, lanzas y arcabuces se quedaron en las arcas (a Dios gracias).

Comparte: Las pelarzas entre Mira y Requena (y Utiel de mediadora)