Requena (13/04/17).LA BITÁCORA/JCPG
Ahora que llega la Semana Santa, las procesiones invaden las calles. Los cofrades se afanan en el desarrollo de las mismas y en sacar mejor que otros sus propis imágenes. Es el momento de la pasión de Cristo. Antes de escribir esto he estado viendo “La última tentación de Cristo”, la película de Scorsese, que rodó allá por el año de 1988. Ya ha llovido. Un par de buenos amigos y yo la vimos juntos, seguramente, porque no recuerdo bien el contexto, porque había causado mucho revuelo.
Este medio escándalo es comprensible, ya que Scorsese presenta a un Jesús dubitativo siempre y a ratos tentado de echar por otros caminos más humanos. Se entiende que caminos nada divinos. Jesús es tentado en el momento de ser crucificado por la posibilidad de vivir una vida humana, una vida de hombre normal, con su mujer y con sus hijos, como cualquier otro mortal. Es un Jesús que en ningún instante está seguro de ser el hijo de Dios. Vamos: una película con los ingredientes para escandalizar a la extrema ortodoxia de unas creencias demasiado ortodoxas.
La película me gusta. Puede que sea demasiado heterodoxa y poco fiel en algunos momentos, pero plantea una hipótesis sobre Jesús interesante, y no creo que por ello uno deba ser menos creyente. Sólo es recomendable para los que les interese este tipo de cine, el de romanos, como decíamos de siempre, quizás porque la tele de mi época lo ponía siempre por estas fechas.
Ahora bien, si esxisten visiones de la Pasión impactantes, que llegan al corazón, son las pictóricas. Se trata de imágenes fijas y tienen una capacidad para emocionar o simplemente atraer la vista que resulta superior a la imagen cinematográfica. Me dicen que tengo que ver la obra de Mel Gibson, pero me llega también que es sumamente antisemita y esto la hace aún más atractiva. En fin, digo que he elegido dos obras de arte que me parecen estupendas. Y, además, lo más importante es que las dos transmiten un mensaje potente mediante mecanismos muy diferentes.
Por una parte está El Bosco. Un personaje, qué duda cabe, muy singular. No hace mucho que El Prado ha organizado una gran exposición sobre su pintura; no en vano, una de las pinacotecas más ricas en su obra es precisamente la española; la cosa tiene fácil explicación: la fascinación de la dinastía de los Austrias, particularmente de Felipe II, por su trabajo. Era un devoto católico a pesar de que en el siglo XVI se calificara a su pintura de herética, pero lo que realmente plasmaba era una crítica sutil a ciertas costumbres mal adquiridas por ciertos estamentos de la Iglesia y por los católicos. Porque eran los tiempos de la “devotio moderna “, aquel movimiento religioso que empujó a los cristianos hacia vivencias más personales en el sentimiento de fe y hacia el milenarismo, una creencia potente en el final de los tiempos que estaría directamente relacionada con la las predicaciones franciscanas, la caída de Constantinopla en 1453 y la guerra contra el reino de los nazaritas de Granada.
Esta obra es singular desde muchos puntos de vista. El tratamiento de los rostros, sumamente individualizados, cargados de ira, de pánico, de envidia, de ambición, en fin, de los grandes pecados de los seres humanos, es uno de ellos; cómo no conmocionarse ante la visión de estos seres deleznables mientras Cristo, resignado, carga con la cruz. Aquí no está el Cristo dubitativo de Scorsese, sino el profundamente convencido de su papel central, protagónico en la Redención. El Bien y el Mal, todo en uno.
El otros es Grunewald, un gran pintor a caballo entre el siglo XV y XVI; la obra que nos interesa es una parte del retablo de Isenheim. En comparación con la obra del Bosco lo que aquí tenemos es una obra aparentemente convencional. Pero sólo lo es en apariencia. A poco que prestamos atención, nos damos cuenta del fortísimo impacto que puede causar en nosotros. Ese gesto dolorido del Cristo, con sus manos hacia arriba, implorantes, desgarradas por el dolor de los clavos. El dramatismo del dolor de las mujeres al pie de la Cruz, mientras Juan oficia de distante notario del hecho. Recuerdo unas palabras del gran historiador del arte que fue Ernst Gombrich, cuando dijo aquello de que ante este cuadro uno siente el mismo olor de la carne y la sangre casi a punto de iniciar su putrefacción. Aquel arte alemán del período rompedor 1900-1940 debe muchísimo a Grünewald. Nosotros le debemos la capacidad de emocionar.
Los pasos procesionales que saldrán estos días en la Meseta tienen también este fin. Mucha gente se emocionará con el paso de la Virgen, el Crucificado y los demás. Hay que recordar que existe una amplísima tradición artística en la visión humana sobre la historia de Jesús.
Obra completa y detalles de la obra de M. von Grünewald, Crucifixión. Retablo de Isenheim. Colmar, Museo de Unterlinden
En Los Ruices, a 12 de abril de 2017.