EL OBSERVATORIO DEL TEJO / JULIÁN SÁNCHEZ
La situación establecida en el panorama político español tras les elecciones generales efectuadas el 20 de diciembre pasado, así como la incertidumbre a que lleva irremisiblemente el callejón sin salida del desbarajuste catalán, ha dado lugar a una serie de controversias las cuales, lejos de propiciar una clarificación del futuro al conjunto de los españoles tras su manifestación en las urnas, ha dado lugar a que el río baje revuelto y, como consecuencia de ello, los malos pescadores se apresten a echar sus particulares redes a los efectos de conseguir la abundancia de una pesca que en circunstancias de normalidad no pueden siquiera asumir la idea de poder obtener.
El Partido Socialista Obrero Español, único propietario en legitimidad de la filosofía socialdemócrata del panorama político nacional, ha obtenido su peor resultado en urnas desde la actual reposición de nuestro sistema democrático. Aun así, nadie puede evitar la evidencia de que sea hoy por hoy, la única agrupación política que ostenta de forma efectiva e irrefutable la contingencia en exclusiva de asumir la posibilidad de complementar el nuevo y futuro gobierno del estado español tanto a su derecha como a su izquierda pero, lo digo por experiencia, el ostentar la llave del futuro gobierno, si no se gestiona bien, puede conducir irremisiblemente hacia la quemadura del partido, por lo tanto, mucho cuidado con el camino que se tome porque andarlo puede resultar relativamente fácil, pero desandarlo poco menos que imposible.
El populismo, encabezado por el ínclito Pablo Iglesias y su guardia pretoriana mediática, conocedor de la tutela que ha venido efectuando sobre un Pedro Sánchez demasiado bisoño para la perspectiva que le tocaba representar, comienza a ejercer su presión particular en orden a forzar el enfrentamiento intestino del PSOE a los efectos de intentar su consiguiente desestabilización, tal y como vinieron a hacer en su momento con el partido homólogo Izquierda Unida, a los efectos de conseguir su fagocitación. Iglesias es conocedor de la facilidad con que actuaba sobre el subconsciente de Sánchez en los debates, recurriendo a viejos trucos dialécticos como “Tranquilo Pedro, no te pongas nervioso”, soflama manida, pero que lograba desconcertar en extremo al socialista hasta caer en la dialéctica rebuscada del “telepredicador” Iglesias.
Iglesias es conocedor, por experiencia reciente, de la evidencia consistente en que con Susana Díaz, le sería mucho más difícil el competir, por lo cual el pretendido monopolio de la izquierda le sería mucho más problemático. Susana ya le demostró en su día que sus cantos de sirena no iban con ella y que su oferta de apoyo gubernamental condicionada obtenía otras salidas mucho más consistentes para el futuro de su comunidad.
La bisoñez de Pedro Sánchez en política, así como la radicalización de sus modos para imponer sus criterios tras la llegada a la Secretaría General, le anulan toda credibilidad futura en el posterior liderazgo del PSOE, su llegada saltándose los sistemas democráticos internos para apartar a Tomás Gómez de la candidatura electa hacia la presidencia de la Comunidad de Madrid, así como apartar al economista y militante socialista Antonio Miguel Carmona de la oferta de asunción de la Alcaldía de Madrid tras las últimas elecciones municipales, obligándole a dejar las responsabilidades de gobierno de la capital en manos de la anciana Manuela Carmena y sus inexpertas huestes podemitas, decisión que originó el posterior desgobierno y negativa gestión a todo efecto en la ciudad de Madrid, le ha llevado, sin duda ninguna a ser relegado al cuarto lugar en el rol de partidos de la comunicad madrileña, consecuencias para el partido hasta la actualidad desconocidas en nuestro panorama democrático.
Pero es que además, viene a darse la circunstancia evidente de que Pedro Sánchez, llevado de una osadía impropia de un político versado, llegó en su momento a vincular el resultado electoral con su permanencia en el liderazgo de su partido, mediante anuncios textuales como el siguiente: “Si el PSOE no gana las elecciones, para mí será un fracaso”. Pues en política, como en otros órdenes trascendentales de la vida, los fracasos se saldan con la dimisión irrevocable, dejando paso a la persona que pueda otorgar las correspondientes garantías de proceder a erigir la mejora de la situación malograda, y ésta circunstancia todavía no se ha producido, en consecuencia, no debe extrañar a nadie las continuas presiones que de forma descaradamente interesada se están produciendo a izquierda y derecha del panorama político para propiciar la desestabilización del partido. Debería de tomar ejemplo de un personaje de la enjundia de Joaquín Almunia, quien con un resultado de 125 escaños dimitió irrevocablemente la misma noche electoral en marzo del 2000, camino que deberían haber tomado tanto Mariano Rajoy, como Pedro Sánchez, en el momento de que fueron conscientes de su incontestable descalabro electoral si hubiesen asumido un mínimo de vergüenza política.
El propio Joaquín Leguina, socialista de enjundia, ya ha advertido de los peligros que el intento de fagocitación de Podemos sobre el PSOE podría acarrear en orden a dejar en manos del populismo estalinista (aún disfrazado bajo la piel embaucadora de cordero socialdemócrata), porque seguramente llevaría a dejar la izquierda en manos de una dictadura todavía peor de la que vivimos en la época anterior a la actual andadura democrática. Y lo que no obstante podría empeorar las cosas, atomizar el estado en porciones a lo balcánico que ofrezca una travesía en el desierto con destino hacia ninguna parte.
En parecidos términos vino a pronunciarse el exministro socialista José Luis Corcuera, quien en un comentario efectuado en un canal televisivo hizo público su firme propósito de abandonar su militancia de más de cuarenta años en el PSOE, si se confirmaba el despropósito de pacto con Podemos y todo lo que esta formación arrastra tras ella.
El populismo, organizado siempre bajo el solemne paternalismo de un jefe, se presenta tocado bajo las características de una reacción contra el racionalismo consensuado. En consecuencia, no puede existir nunca sin la divisa general del carisma del cabecilla, catalizando la voluntad de sus adeptos mediante el desempeño de un papel, nunca de una función, para la que nunca demuestra estar debidamente preparado, por lo tanto el continente se muestra, pero en el contenido nunca se profundiza, simplemente porque no tiene fuerza de naturaleza.
Consecuentemente, el electorado populista erige todas sus esperanzas en un personaje que se autoarroga la posibilidad de ser capaz de enfrentarse y vencer los condicionamientos de un sistema de características descomunales presentándose como el único baluarte capaz de derribar el edificio del oligopolio, lo cual le otorga todavía más laurel a su pretendida corona.
Estas corrientes populistas, carentes de teorías efectivas, y por lo tanto extremadamente oscilantes, admiten una serie de ideas dirigidas a la forma de organizar la propia sociedad sobre una forma de vida que trasciende a lo político, proyectando en la sociedad un matiz pigmentado en la particularidad identitaria que viene a englobar desde la familia hasta el concepto de patria.
Bajo una concepción casi hegeliana, el populismo siempre promete situaciones contrarias a la realidad efectiva de la situación corriente. Por ejemplo; en un contexto actual europeo, deviene extremadamente falaz el prometer la idea de que generaciones enteras vayan a matricularse en la universidad prometiéndoles la salida a sus reivindicaciones con ello al máximo nivel. Prometer la pervivencia del sistema de jubilación público sin reforma efectiva, cuando es vigente en una pirámide de pervivencia invertida que ha devenido en la inviabilidad por quiebra real del propio sistema, simplemente por aversión ideológica a la capitalización. Prometer la elevación de los salarios sin tener en cuenta su efectiva repercusión sobre la producción. O hacer votos por un sector público mastodóntico, ineficaz y desproporcionado, presupuestariamente inviable, e inasequible por lo desmesurado del endeudamiento público y privado actual.
Como diría Leguina: “el programa populista de Podemos es una mentira desde la primera letra hasta la última”, pero, aun así, y reconociendo su inviabilidad, habrá que considerar que sus postulados son los que mucha gente quiere escuchar y en esa base social se encuentra el poder del encantador de serpientes, luego viene lo de Grecia y sus corralitos, que viene concretarse en la bajada a la realidad del ruedo romano.
En consecuencia, lo que queda meridianamente claro viene a ser la idea de que un líder no se “fabrica”, un líder surge y se impone por su valentía, capacidad y la viabilidad de sus propuestas. En el PSOE viene surgiendo ese líder, en este caso lideresa, la cual ha demostrado esquivar los negros mares de la corrupción, teniendo además la sangre fría de no especular ni oponerse a la caída de sus supuestos mentores Manuel Chaves y Pepe Griñán, así como la disposición de una inusual capacidad de diálogo para conformar un programa de estabilidad política tanto a la izquierda como a la derecha del panorama político andaluz. Subsiguientemente, no podemos entender por qué todavía no haya iniciado el paso definitivo que le lleve a asumir el liderazgo del partido en unos momentos en el que la indefinición puede causar un daño irreparable, no solamente a su partido, sino a todo el conjunto del estado español.
Lo que deviene meridianamente clara es la idea de que, en lo referente a las cuatro principales formaciones salidas de las urnas del 20 D, existen tres que apoyan sin ambages la Constitución obtenida en el espíritu de la transición de 1978, y otro que la quiere demoler, favoreciendo además los postulados de los grupos extremistas que buscan en el desgajamiento del territorio nacional su fundamento de vida política, por lo que, estrategias aparte, el final de toda negociación por parte de Podemos irá encaminado a la consecución de su postura más maximalista, otra cosa no tiene visos de realidad.
En esta complicada partida de ajedrez el PSOE en el periodo próximo se juega, no únicamente la estabilidad y futuro del estado español como tal, sino también su propia existencia como institución política y social que ha propiciado la estabilidad de España desde su creación el 2 de mayo de 1879, por lo que sería lamentable que, lo mismo que ha ocurrido con Izquierda Unida, la histórica formación socialista quedase fagocitada y absorbida bajo la acción de un visionario con premisas tan irreales como peligrosas para nuestro futuro en el contexto de la modernidad europea. Los cuarenta años de dictadura franquista todavía pesan en el subconsciente socioeconómico y político de los españoles en relación con nuestros vecinos continentales. Portugal no es el contexto a imitar, como tampoco podría serlo Grecia, en consecuencia, o asumimos los postulados nórdicos que son los únicos generadores de progreso social, o la travesía por el desierto de la mediocridad y del atraso podría asentarse indefinidamente en un país histórico al que algunos quisieran pulverizar y dejarlo como los restos de un cristal estrellado.
Julián Sánchez