Requena (25/01/18) La Bitácora /JCPG
Ha sido una tarde completa. He terminado en el cine. Ya que era el día del espectador… Por lo visto hay otros días que no son del espectador, sino de la empresa, del dueño del cine o yo qué sé. La tarde se inició con una reunión de esas tediosas acerca del master que ahora los recién salidos de las facultades tienen que hacer para dar clases. El asunto tiene bemoles. Después de cuatro años de estudio, te endosan uno más cargado de teoría pedagógica y unos cuantos días de prácticas con profesores en ejercicio. O sea gente como yo, con unos cuantos años a las espaldas, con la agenda repleta de casos de estudio tan interesantes como la de un psiquiatra o un analista social.
Tres horas de reunión sin chicha. Con el cátedro universitario fardando de sus conocimientos y de su propia teoría pedagógica -toda una tautología-, para luego darte cuenta de que has hecho una tontería; por cierto, la misma tontería que llevas haciendo durante veinte años: apuntarte a tutorizar a unos jóvenes, por un miserable reconocimiento en tu historial y por unas monedas tan escasas que da pura vergüenza cuantificarlas. Ni qué decir tiene que el representante de la Conselleria en la reunión echa mano de la gran excusa de los últimos tiempos: la infrafinanciación, que ahora lo explica todo, quizás hasta las nimiedades más absolutas o los problemas filosóficos más debatidos. Por lo que se ve, cuando era tiempo de vacas gordas nadie se acordó de nosotros. Aunque seguro que la universidad no descuidó dinero en dietas y comidas departamentales de cantidades vergonzosas y vergonzantes.
He hecho bien: salir cuanto antes de esta reunión de autobombo y absurdo para regresar a casa y finalmente ir a ver la última de Spielberg. Los papeles del Pentágono es una película que merece la pena. Es la historia de la libertad de prensa en un tiempo particularmente difícil: la guerra fría. Fue tan fría tan fría que quebró muchas cosas y puso en peligro verdades tenidas hasta entonces como sacrosantas. Una película ágil que ha elevado nuevamente a los altares a sus protagonistas: Hanks y Street. Una dirección extraordinaria. Unos actores en estado de gracia. Un tema universal: ¿es posible mantener el derecho a informar libremente incluso de temas considerados secretos, muy secretos?
Spielberg me gusta. Pero es dado a cierta caramelización de los temas. Esto a veces le pierde. No creo que haga falta recordar su Lincoln, una biografía del residente norteamericano que resbala levemente hacia la adulación. No mencionaré otras obras, sobre todo porque sería demasiado injusto; en realidad, lo que quiero decir es que tiende a cargar las tintas sobre ciertos temas muy americanos. Eso está bien, pero al final uno sale pensando que la historia es demasiado bonita como para ser creída a pies juntillas. Y esto pasa en Los papeles. La película es sosbresaliente, pero la exaltación de la libertad de prensa da que pensar.
Da que pensar en los asuntos que se habrán ocultado al conocimiento general. La guerra fría supuso el imperio de una serie de consideraciones tenidas por estratégicas, vitales para la supervivencia de las naciones, que eran completamente hurtadas al conocimiento general de la población. En la Unión Soviética y en sus países satélites, esto era lógico porque eran pura y simplemente dictaduras crueles que no daban ninguna explicación y tenían sojuzgada a la población. Lo mismo sucedía en la España de Franco. Aunque murió cuando yo sólo era un niño, recuerdo que tuvimos vacaciones escolares. Mientras me columpiaba en el corral, mi abuela Pilar nos llamaba a comer por la ventana de la cocina; el cura acababa de celebrar una misa por el alma del caudillo. Las democracias vivieron la guerra fría como un tiempo de demasiados desgarros. Y sufrió con intensidad la libertad de prensa. ¿El derecho a conocer por parte de la sociedad es superior al supuesto interés estratégico?
Nixón no ha sido precisamente bien tratado por el cine. En esta película se le ve siempre de espaldas, cabreado con la prensa. Una situación que probablemente fue real. Encarnó lo peor de la política norteamericana y lo peor de la guerra fría. A su lado, palidecen los dictadores soviéticos, porque ellos no engañaban a nadie.
La editora del periódico, Streep, acaba convertida en una heroína de la prensa libre, siendo que parte de una situación de flagrante inferioridad. Toda una exaltación del carácter femenino y un papelazo de la Meryl Streep. No creo que el Hollywood actual pueda pasar de este personaje en la ceremonia de los Óscar que se avecina.
Pero hay algo que siempre queda en el desván. Son las ocultaciones, las connivencias de poder y prensa, a veces hasta conformar un bloque sólido de intereses comunes, quizás incluso de intereses empresariales. Intercambios de favores. Una historia bonita, a los pies de los Padres Fundadores. Se viene a la memoria el papelón de la prensa española actual. ¿Hay algún medio independiente? Ninguno. Ni de izquierda ni de derecha. Ninguno. Intereses de todo tipo se mueven en nuestra prensa. Las tertulias, los titulares son tan previsibles que todo parece siempre lo mismo. ¿Podría tildarse de insensato a aquel que confía en que la prensa realiza su función de guardián de las libertades?
Preguntas que responden solas. Viene a la cabeza la situación de Cataluña, con casi todos los medios subvencionados desde el poder. Por cierto, un poder que se ha revelado casi como mesiánico; ¿acaso las declaraciones del creyente Junqueras afirmando que en su secesión estaba la salvación del bien universal son otra cosa? Sólo falta la aparición de creencias milenaristas y ya tenemos servido algo bastante viejo, aunque tenga odres modernos. ¿La prensa como objeto mesiánico de una sociedad permanentemente amenazada por el poder?
El famoso Elsberg hablando a la prensa. Es la clave de la trama de la película, aunque los protagonistas sean los propios periodistas. Un canto a la prensa libre: ¿una utopías?
No olvidemos tampoco que, además de esta pandemia gripal que nos ha invadido y tiene colapsadas las urgencias, hay también otra: la de los medios de incomunicación de masas. La vieja tarea de aventar la cosecha en las heras ha sido sustituida por el aventado de las semillas cancerosas de la locura, el miedo y la propaganda pura en muchos medios. El destripamiento de personajes intrascendentes elevados a altares de no sé qué en los programas del corazón; la difusión masiva de falsedades, que el tema catalán ha puesto encima de la mesa; la corrupción de la información decente, demasiadas veces puesta al servicio de algún tipo de poder, etcétera.
Quitadas unas cuantas obras arquitectónicas que son obras de arte, pocos edificios del mundo son tan famosos como el Pentágono. Su tamaño, un trasunto del tamaño físico del país y de su peso en los asuntos mundiales.
Durante la guerra fría, la época que refleja la última película de Spielberg, el miedo fue una pandemia. El miedo a la guerra nuclear. El miedo al comunismo. El miedo al capitalismo. El miedo a casi todo tipo de cambio anido en las sociedades. Hoy yo tengo miedo y mucho. Un miedo terrible a los burócratas de la educación: se llenan la boca de teoría, de grandes principios y razonamientos, pero su terminología es vieja, insípida, vacía, incapaz de describir, y mucho menos ofrecer salidas, a una educación que reclama más cirugía que parches. Esta tarde ha comenzado introduciéndome en el sinsentido de la burocracia educacional, pero ha terminado con una gran película que me ha invitado a cuestionarme sobre la cantidad de secretos que se nos mantienen ocultos. El lenguaje burocrático-pedagógico aparenta secretil, pero carece de contenido.
En Los Ruices, a 24 de enero de 2018.