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Requena (10/01/19) La Bitácora // JCPG

El invierno tiene de todo. Es sinónimo de frío, desde luego, pero los días anticiclónicos, en que el aire se echa, el sol reina en el cielo y las temperaturas son muy agradables. Hasta el punto de poder caminar en manga corta a ratos; en las solanas; abrigado en las umbrías. El invierno es crudo en esta tierra si sopla el cierzo, un viento antológicamente frío; si aparece el cierzo, mejor buscar el cobijo de la estufa y la lumbre.

Los días anticiclónicos invernales son ideales para caminar. En las estrechas calles de las poblaciones, el sol está prácticamente ausente; ni se le ocurre aparecer por allí. En cambio, en campo abierto las cosas cambian por completo. El sol resplandece y calienta cuerpos y suelos. Bendito astro.

Visitar Los Corbeteros. Era el objetivo. En los últimos tiempos, amigos y conocidos y también reportajes en la prensa y la radio, me han estimulado la curiosidad por este paraje. El fin de año es un momento propicio para esto. Ya que lo paso en Cardenete, dedico la mañana a una caminata más o menos esforzada, porque la noche promete ser larga y no conviene abusar de las fuerzas.

Tengo un amigo con el que suelo realizar estos paseos. Es italiano y mercader, lo que, por sí mismo, añade mucho interés al contacto humano. Ya se sabe que históricamente la demarcación de Cuenca ha estado plagada de mercaderes italianos. En los inicios del siglo XVI fueron los hermanos Pagán, mercaderes que se dedicaban a negociar con la lana y que trataban con pastores y mercaderes de Cuenca, entre ellos muchos judeoconversos. Los italianos se llevaban la lana con destino a los telares europeos, que producían prendas para vestir. Todos estaban en disposición de hacer negocios. Los negocios siguieron su curso, a pesar de que apareciera una Inquisición dispuesta a enjuiciar a todo aquel que oliese a converso. Aunque el celebérrimo Antonio del Corro hizo de las suyas en la ciudad, los negociantes siguieron en su actividad, y el esforzado inquisidor dejó a los pocos años Cuenca con destino al Sur de España. Los judeoconversos respiraron aliviados, aunque ya habían puesto todo tipo de obstáculos a la labor del inquisidor del Corro. Y los negociantes siguieron con su marcha. Por cierto, don Antonio el inquisidor no fue tan escrupuloso cuando ayudó a escapar de Sevilla a su sobrino del mismo nombre, acusado de herejía. Asuntos de sangre, que ya son cosa seria.

Mi amigo el mercader, véneto él, aunque nada tenga que ver con el personaje shakespeareano, toca también el asunto textil, pero los tiempos han cambiado y tanto las materias primas como los talleres se hallan allende los mares. Es, pues, un hombre pragmático. No se puede ser un buen mercader sin una dosis elevada de ese pragmatismo; de lo contrario, lo más cercano es el fracaso y quizás la ruina. Un hombre práctico, pero no carente de sensibilidad e interesado – es lógico- por los asuntos del mundo. Unas veces es la política la que centra nuestros comentarios; otras el paisaje; también los problemas de la población rural; así que estas caminatas dan para mucho, y la verdad es que resultan interesantísimas porque la visión de una persona que es y vive en Italia proporciona un punto de vista inédito a cualquier tema.

A unos 8 km de Carboneras de Guadazaón, se encuentre Pajaroncillo, el pequeño pueblo en el que se encuentran Los Corbeteros. Tomamos la carretera nacional que va a Teruel. Pajaroncillo está situado en una vega fértil, que en otro tiempo dio trabajo y pan abundantes. Es un pueblo pequeño. La pequeñez le hace sufrir un mayor dosis de dolor los zarpazos de la despoblación, un mal de nuestro mundo rural.

Hace unos días han cerrado el bar. Los pocos habitantes de este pueblo se han visto privados de un lugar de reunión. El hombre pragmático que camina a mi lado admite el duro efecto sobre la escasa población que queda en el pueblo, pero ve el tema como algo normal. Normal porque va poca gente. Puede ser normal, pero sus efectos pueden resultar devastadores en una población tan pequeña. Más tarde podré enterarme que el anterior regente del bar pudo darle un tono que llegó a kilómetros a la redonda: “Venía gente de otros pueblos, a almorzar y comer; era una gozada estar en el pueblo”. Un bar que se cierra puede ser el inicio de un proceso de largo alcance.

Tiempos mejores tuvo el pueblo. Era cuando había trabajo en el monte, en el río, en los campos de cultivo. Todo acabó. Entonces se inició la fuga. El destino: las grandes ciudades, la desembocadura de tantas vidas nacidas en el mundo rural. Fue el destino de Pepe.

Al entrar en el pueblo, hemos visto a un emigrante hispanoamericano subido en una retro y le hemos preguntado por el paraje de Los Corbeteros. Nos ha encaminado a la iglesia y a un camino que hay junto al lugar santo. Sin embargo, cuando estamos en la iglesia, mientras me acerco a una cabra que hay en una cerca, veo que un hombre mayor se acerca velozmente hacia nosotros. Lleva una velocidad propia de una edad juvenil, pero no tiene menos de 70 años. Es Pepe, un hombre amable y dispuesto que nos explica el camino con agrado: “Viene mucha gente. Pero es una lástima: ahora que el pueblo recibe más visitantes que nunca, el bar está cerrado. Así es la vida”. Este hombre ligero y listo de piernas tomó el camino de la emigración y fue a parar a Alacuás. Lleva unos días en su pueblo para pasar la Navidad. Su lamento está justificado, porque una alternativa para la supervivencia del bar durante el año, ha sido completamente anulada.

Emprendemos el camino a través de una cuesta por la que el camino se empeña en dirigirse hacia el Norte. Hay, en efecto, varios grupos de caminantes a lo largo del trayecto. Lo primero que veremos será un viejo rento, asociado a unas tierras de labor que antaño fueron labradas por mulas. Hoy un tractor grande, como los que por aquí se llevan, está sacando la labor.

Algo más allá se advierten ya Los Corbeteros, como gigantescas chimeneas. No son humeantes como las de las ciudades industriales. Por el contrario, estos prodigios de la naturaleza se elevan considerablemente entre la vegetación creando una impresión muy concreta: casi diríase que estamos frente al enorme decorado de una película de ciencia ficción. Una especie de espacio natural de unas escenas de La guerra de las galaxias. George Lucas habría encontrado aquí un escenario apropiado a sus objetivos.

Los Corbeteros es un paraje que tiene similitudes con los buenos vinos. Estos brebajes se saborean mejor con detenimiento y sin prisas. Esto es lo que hacemos, merodeamos por el lugar, valoramos la envergadura de estas chimeneas. Desde la parte baja, se pueden ver más corbeteros, torres impresionantes que ahora nos parecen increíblemente monumentales.

Hay algo especial por aquí. Tal vez sea el silencio. Es invierno, pero el sol pleno proporciona una temperatura espléndida. Ideal para caminar y saborear un paisaje que suena a inexplorado. Tal vez no sean muchos los conocedores de esta maravilla. A pesar de toda la publicidad obtenida en los últimos tiempos.

En Los Ruices, a 8 de enero de 2019.

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