Semáforos en el puente de la N-III para regular la circulación tras la Dana
Leer más
AVA-ASAJA solicita costear las reparaciones de los agricultores que no pueden esperar a los gobiernos
Leer más
El Ayuntamiento de Caudete de las Fuentes hace balance de estas semanas tras la Dana
Leer más

Requena (03/08/17 ) /La Bitácora JCPG

El endiosamiento del paisaje es algo que hicieron bien los escritores del romanticismo decimonónico. No estoy hecho para tales propósitos. Pero desde aquí, en este mes de agosto que acaba de empezar, uno se siente tentado a hacerlo. La vista corresponde a una visión desde el Barranco de las Zorras y se extiende hasta la mismísima Sierra Martés, es decir a los confines de la Meseta con el otrora mundo morisco. Estamos en el Charquillo, un topónimo de resonancias acuáticas, aunque el tórrido verano y la tierra seca contribuyen a crear la idea de que el topónimo es realmente una palabra que nada tiene que ver con la realidad. La vista de algunas viejas balsas de riego, construidas en la postguerra, aleja de inmediato esta imagen de disonancia del topónimo y la realidad. Un cauce intermitente cercano, entre los montes; unos pozos hoy abandonados ante el riego colectivo. He aquí la realidad.

Hay un límite aquí. El límite que el principio de la propiedad de la tierra ha ido forjando generación tras generación. Discurre cerca el camino de Los Marcos, entre esta aldea de Venta del Moro, y la de Los Ruices. Son dos enclaves íntimamente relacionados, a pesar de ser de municipios diferentes. Esto importa poco a la gente. Las relaciones familiares, sociales, económicas y sentimentales han sido tan fuertes. Por el Barranco de Las Zorras discurría un límite. A un lado, el que contemplamos las tierras de los de Los Ruices. Al otro las de los de Los Marcos. Tampoco era un límite tan estricto, pero algo así era la realidad. Hoy se ha roto. La evolución de los tiempos ha conducido a un salto en las propiedades a uno y otro lado. El Barranco de las Zorras separa menos que nunca.

El progreso y los nuevos tiempos han cambiado el paisaje. Percibo estos cambios a cada paso. Los siento entre mis vecinos. Percibo el sopor de los calores veraniegos y cierto desánimo ante la despoblación de las aldeas. Incluso ante el desamparo que sienten frente a Requena. La voracidad de este pueblo me resulta increíble. Sus próceres no han hecho otra cosa con Los Ruices que ir a pintar las escuelas y poco más. Dudo que la gente de Los Ruices tenga algo que agradecer a Requena. ¿Les iría mejor en Venta del Moro? Al fin y al cabo muchos vecinos van allí de compras y al bar, pues sólo está a 8 o 9 kilómetros. Para colmo, más de un año lleva pendiente un informe de la alcaldesa pedánea sobre unas calles en el Pinar, una barriada de la aldea. ¿Puede llegar la desidia y el desinterés de Requena hasta el extremo de desatender las reclamaciones de una aldea en un asunto que no implica costes económicos? Pues sí. Asusta pensar si, en lugar de una cuestión de nombres, el asunto tuviera que pasar por una inversión de dinero. Cualquier dinero sería dirigido inmediatamente al glotón estómago requenense, insaciable en las últimas décadas.

El desamparo es evidente. Los Ruices ha sido siempre relegada. No es un asunto actual, ni siquiera sólo de esta administración. Viene de lejos. Por eso, la gente de Los Ruices ha aprendido a sacarse las castañas por sí misma: el agua potable en 1977-78, la piscina, las bodegas, la construcción de las acera, etc. Un relegamiento antológico. ¿Tiene que seguir esperando otro año este asunto de las calles? Tarea difícil la de Magdalena, la pedánea de Los Ruices. En esta España de reivindicaciones territoriales: ¿nos iría mejor en la Venta?

En Los Ruices, a 1 de agosto de 2017.

Comparte: Un paisaje: el substrato de la marginación