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EL OBSERVATORIO DEL TEJO

Creo que muchos de nuestros lectores recordarán una película emblemática, paradigma de nuestra transición democrática, la cual venía a desarrollarse bajo el enunciado de “La lengua de las mariposas”. Una parodia que nos remite al poeta Antonio Machado y a sus explicaciones sobre el lenguaje de estos seres y que nos pone en situación la vida y milagros de D. Gregorio, un maestro de ideas republicanas en un pueblecito perdido de Galicia, en los albores de lo que sería la trágica Guerra Civil Española. El maestro, con sus buenas artes, se esforzaba por inculcar a Moncho su alumno preferido, un niño que gusta de aprender y descubrir, su acceso a un mundo en el que aporta su experiencia como maestro y sus ideas y valores como republicano.

D. Gregorio nunca aspiró a puesto ni estipendio alguno que no fuese su modesto sueldo de maestro rural obtenido en unas legítimas oposiciones. Su única aspiración siempre consistió en vivir con honradez y hacer llegar a sus alumnos su clara visión sobre cómo y desde donde debe partir el establecimiento de un diálogo abierto y permanente entre los mismos maestros y entre ellos y su entorno social.

Pero como en todas las situaciones similares suele ocurrir, en dicho entorno social pululaban también algunos sujetos los cuales, desprovistos de un mínimo pudor, así como de cualquier atisbo de valores morales, alardeaban de un índice elevado de republicanismo, y ostentaban cargos y plácemes en la oficialidad establecida.

Cuando posteriormente, la sublevación de parte del ejército degeneró en una guerra civil abierta entre la milicia republicana y la denominada nacional y, como consecuencia de ello, vinieron a suceder innumerables actos de barbarie cometidos indiscriminadamente por ambos bandos, tras la victoria del ejército nacional que encabezaba el general Franco, se vinieron a producir situaciones verdaderamente paradójicas en la mayoría de nuestros pueblos y ciudades que se habían mantenido fieles a la República. En dichos entornos comenzaron a aparecer la figura del soplón o chivato, en muchas ocasiones personificado en la persona de aquél sujeto, sin atisbo de valor moral y ostentador de un pretendido índice de republicanismo superior quien, tratando de obtener los méritos que le alzasen a granjearse la amistad y el reconocimiento del vencedor, procedían a denunciar cobardemente a quienes no tuvieron nunca otro objetivo sino cumplir con su obligación y su deber profesional y cívico surgido a partir de sus nítidos ideales.

De esta forma, los zascandiles obtuvieron el beneplácito oficial recientemente establecido y, muchas personas de bien como D. Gregorio, se vieron arrastrados al desposeimiento de sus bienes y derechos, al encarcelamiento e, inclusive, a ser fusilados in extremis, viéndose obligados a la impotencia de presenciar a quienes se valieron de tejemanejes diversos para medrar en el régimen anterior, que les despidiesen con rostro burlesco y, lo que podría considerarse como más doloroso, recibir las pedradas e insultos de sus propios alumnos entre cuyos ejecutores se encontraba el propio Moncho.

No sé qué tiene la historia, pero exactamente de la misma forma que la moda suele repetirse con el tiempo, por lo tanto no me suena a extraña la propuesta que el actual ministro de Finanzas griego, Yanis Varufakis, envió el jueves inserta en una carta de once páginas al presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem, en cuyo contenido figuran insertas una serie de medidas y reformas a efectos de impulsar la economía helena y desbloquear los fondos procedentes del rescate europeo.

Según informa Financial Times, una de estas propuestas recoge la idea del reclutamiento de estudiantes, amas de casa e incluso turistas para actuar como inspectores fiscales de incógnito. En consecuencia, el gobierno que encabeza Alexis Tsipras, estima que el utilizar un gran número de observadores «casuales» podría ayudar al ejecutivo heleno a detectar a quienes defraudan impuestos, como por ejemplo, el IVA.

Según lo especificado en el mencionado diario, el ministro de finanzas griego aduce que los nuevos “inspectores fiscales” no profesionales recibirían una formación básica y serían contratados por un periodo breve (no más de dos meses y sin posibilidad de ser convenidos de nuevo). Asimismo, plantea que entre esos “reclutas” podría incluirse a los turistas, que cobrarían por horas y que, según la misiva, serían «difíciles de detectar» por los defraudadores de impuestos.

No es que vaya a estar en contra de que se persiga de forma implacable a los defraudadores de recursos públicos, sino más bien todo lo contrario, pero me da la impresión de que en un estado democrático y de derecho, la figura del chivato remunerado no vaya a ser la más adecuada para poner fin a dichas prácticas, lo veo más bien potencialmente peligroso y presuntamente injusto en sus resultados, habida cuenta que seguramente habrían de ser los supuestos infractores los primeros en ponerse en cola con la intención de salvaguardarse sus propios intereses, mostrándose al efecto como acusadores de gente cumplidora de sus deberes fiscales por motivos espurios, de enemistad o simplemente de envidia.

El estado predominantemente democrático y de derecho debe contar con sus propios parámetros técnicos y profesionales para hacer efectiva su genuina labor de inspección sobre entidades y ciudadanos,  sin tener que utilizar figuras tales como la del zascandil de turno, habilitado en la brevedad de un cursillo con idea de delatar actuaciones presuntamente rechazables. La idea de propiciar el enfrentamiento social mediante la denuncia y acusación vecinal no debe ser la constante para actuar en un estado de derecho, vulnerando con ello principios constitucionales tan básicos como podemos considerar el derecho a la intimidad o a la presunción de inocencia.

Lo que hoy sucede en Grecia, también podría ser propuesto en nuestro país, simplemente por mimetismo o premeditación establecida por políticas conexas, las cuales estamos viendo recientemente fluir dimanantes de regímenes totalitarios represores de las libertades y derechos ciudadano. En consecuencia, hasta puede sucedernos lo que a D. Gregorio, que los propios defraudadores sean nuestros consiguientes acusadores, simplemente por motivos de enemistad o de envidia o, también ¿por qué no?, por granjearse el aprecio y el favor del nuevo gobernante de turno, porque antecedentes en este mismo sentido ya los hemos experimentado muchas familias requenenses en la época del viejo maestro republicano.

La historia de D. Gregorio no fue una parodia inventada, sino la suma de muchos hechos lamentablemente reales en la España de la posguerra. Que no la volvamos a verla repetida en ningún paraje de nuestro país, eso es lo que realmente debemos desear.

Julián Sánchez

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