«Cuaderno de campo. La naturaleza en Requena-Utiel»./ Javier Armero Iranzo
Requena (17/11/15)
Estamos ya a mediados de noviembre, y el otoño se nota de lleno en nuestra comarca. Campos, sotos y bosques se tiñen de variados colores que impresionan la retina no sólo de los amantes de la naturaleza sino de cualquier paisano que transite ahora por cualquier localidad. Es un hecho consumado. La otoñada está en su plenitud a poco que uno se fije.
Quizás, donde cobre mayor esplendor por su fenomenal desarrollo sea en los medios agrícolas de la meseta central. El viñedo, seña de identidad de la comarca, aporta kilómetros y kilómetros de rojos, amarillos, ocres y naranjas que se extienden por todas direcciones. Magnífica paleta de colores que toca la sensibilidad de propios y extraños al mundo vitivinícola. El campo está precioso ahora.
Los días ya acortan. El fotoperiodo impone su poderío. La biodiversidad se adapta a ello; no le queda otra. Los hábitats naturales también cambian al paso de las semanas. Llaman la atención, por sus magníficas y hermosas combinaciones cromáticas, los sotos ribereños. Bosques de galería que transforman su colorido por disponer de árboles de hoja caduca, más propios de ambientes más norteños y que aquí se desarrollan al disponer de suelos más húmedos que los que hay en su entorno. Es un verdadero espectáculo poder pasear por las riberas de nuestro querido, y tan maltratado, río Magro en esta época del año. Saucedas junto al curso fluvial, y choperas y olmedas, algo más retiradas del agua, se llenan de color adornando linealmente su discurrir por agros y bosques. Lástima que su cromatismo tenga fecha de caducidad. Apenas, unas semanas más adelante y esa carga de color será sustituida por la sencillez y la sobriedad de los grises invernales.
Además, tenemos la fortuna de contar en nuestra inmediatez con un río bello como pocos en la Comunidad Valenciana. Es un gran río; un río con gran personalidad. El río Cabriel. Bonito, agreste y bien conservado, muestra su hermosura por un centenar de kilómetros en tres de nuestros municipios: Villargordo del Cabriel, Venta del Moro y Requena. Visto desde los altos de Las Derrubiadas serpentea buscando pasar por la difícil orografía de montes y escarpes. Buena época ahora para disfrutar de sus sotos llenos de color, que contrastan con sus aguas cristalinas y poco alteradas por afecciones humanas.
El Magro y el Cabriel; el Cabriel y el Magro, nuestros dos ríos emblemáticos y llenos de personalidad e historia. Y no lo olvidemos, llenos de vida. Pero también hay
otros cauces que merecen la pena ser recorridos y/o conocidos por el paisanaje, y qué mejor momento que ahora, cuando la otoñada irrumpe con fuerza. Son dos afluentes del río Turia y que discurren encajados por apartados montes: el Regajo y el Reatillo. Dos invitaciones al excursionismo naturalista, a las que va a costar decir que no.
Requena-Utiel cuenta con, aproximadamente, la mitad de su extensa superficie comarcal cubierta por formaciones boscosas y/o de matorral. Concretamente, estas orlas forestales se distribuyen allí donde el arado y la secular colonización humana no han podido acceder. Esto es, en las sierras y montes que circundan, esencialmente, el perímetro de su demarcación. El Molón y los Cerros Pelados, en Camporrobles; El Picarcho, Valdesierra y otros montes del entorno de Sinarcas; la sierra del Negrete, nuestro techo comarcal; la bonita Juan Navarro, y el emblemático Pico del Tejo, imponentes atalayas requenenses; la fosa tectónica de Chera; las sierras de La Herrada y Martés, y el escalón mesetario que suponen las caídas al río Cabriel, en el mediodía comarcal. Montes que ahora lucen un contraste entre el verde permanente de sus pinares y carrascales y la variada gama de ocres y amarillos de su rica flora caducifolia, que ahora resalta en cada barranco subhúmedo, en cada fuente serrana o en cada afloramiento hídrico, por pequeño que sea. Es un verdadero lujo detenerse a observar cada uno de estos rincones, ahora más visibles al ojo del excursionista.
Y si estamos atentos, otros detalles van apareciendo. Sonidos en forma de cantos de aves, llenan de alegría tan apartados lugares. Han llegado hace poco especies nativas de países nórdicos que pasarán los próximos meses aquí, huyendo de los fríos extremos y de la escasez de alimento de sus lugares de origen. A poco que nos detengamos en estos oasis cromáticos entre el pinar detectaremos la presencia de decenas de avecillas forestales que nos llamarán la atención por sus bonitas formas y colores, y sobre todo por esos trinos tan acertados. Petirrojos (Erithacus rubecula), mosquiteros (Phylloscopus collybita), currucas capirotadas (Sylvia atricapilla), acentores comunes (Prunella modularis), zorzales comunes (Turdus philomelos) y alirrojos (Turdus iliacus) un deleite no sólo para el avezado ornitólogo que los descubre, sino para el amante de la naturaleza y la belleza en general. Observar su discurrir entre las ramas, sus idas y venidas, su interacción con los otros componentes de la ornitocenosis forestal, deja de ser un entretenimiento para convertirse en una alegoría a la ciencia ornitológica, que trata de ver en ello alguna consecuencia de la larga historia natural que justifica su existencia.
Recomiendo visitar estos días parajes como Tabarla, en el término de Yátova y a poca distancia del límite municipal de Requena. Por allí discurre el río Magro. Pocos sitios tan bonitos en toda la provincia como este en estas fechas. En sus montes, especialmente en la vertiente sur de sierra Martés, abunda un arbolillo endémico del este peninsular, el fresno de flor (Fraxinus ornus). Se trata de una especie de hoja caduca que por estas fechas muestra unas hojas de llamativo color amarillento y que dan color a extensas laderas de matorral y pinar que crecen en estas soledades. Es un viaje al otoño. Una incursión a un mundo diferente; esclerófilo, autóctono y caducifolio. Un periplo al bosque primigenio valenciano que, pletórico, muestra sus encantos y particularidades. ¡Ojo aquí a la chocha perdiz! A la becada, (Scolopax rusticola); ese ave de rostro enorme que año tras año aparece en los prados y hojarascas junto al cauce fluvial en busca de los invertebrados de los que se alimenta. ¡Qué ave más interesante! Un limícola que ha encontrado un medio adecuado para sus requerimientos en los blandos sustratos contiguos al cauce.
Pero no sólo los grandes espacios naturales como este sector montano del río Magro son recomendables para el naturalista o para el senderista. Ya he comentado que cualquier fuentecilla o barranco presenta las condiciones suficientes para que se desarrolle allí una rica orla de vegetación arbustiva o arbórea capaz de sostener a una rica y diversa comunidad faunística. En cada municipio hay decenas de ejemplos. La lista es extensa, sin duda.
Me viene a la cabeza un enclave donde he disfrutado muchísimo otros otoños descubriendo lo que venía buscando, y no eran invertebrados, mamíferos o reptiles,
precisamente; que también los habría y que, sin duda, son muy interesantes. Yo buscaba determinadas especies de aves que creía que podría haber por las condiciones del lugar, y que pude confirmar su existencia. Se trata del paraje de San Marcos, en el término municipal de Sinarcas. Allí, en el monte de umbría que vierte al Regajo hay una fuente que mana la suficiente agua para que, desde antiguo,se haya abancalado un sector de su ladera y se haya dedicado al cultivo de alguna huerta para autoconsumo. Se plantó allí también algún árbol frutal de hoja caduca, como cerezos (Prunus avium), higueras (Ficus carica), o nogales (Juglans regia), principalmente, y que alcanzan ya algún porte considerable. Además, y como en tantos y tantos lugares similares de nuestra geografía, aparecen dispersos en los taludes y ribazos distintos ejemplares de almeces (Celtis australis) que se cultivaron en su día con el objetivo de extraer de ellos varas rectas ideales para la fabricación de horcas, bastones, y mangos de azadas, y hoy en día, abandonados han diseminado su descendencia por otros lugares del monte, creando bosquecillos caducifolios muy aquerenciados por distintas especies de avecillas. Las que yo, precisamente buscaba.
Descubrí allí la presencia de aves típicas y ciertamente escasas de la otoñada: picogordos (Coccothraustes coccothraustes), lúganos (Carduelis spinus), pinzones reales (Fringilla montfringilla) y escribanos cerillos (Emberiza citrinella), entre otras. Y como el que va al campo y recoge setas en otoño, yo cuando voy a estos enclaves en otoño y veo lo que busco, me voy a casa de lo más contento. Porque al fin y al cabo, la ornitología es una ciencia predecible,… y agradecida.
El otoño ha llegado con plenitud a la comarca; a los grandes espacios y los pequeños y escondidos rincones de su medio natural. No cabe duda, que es una invitación a su acercamiento, y en muchas ocasiones, a su descubrimiento. Aprovechemos la oportunidad, porque como ya se ha dicho su continuidad es efímera.