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LA BITÁCORA /JCPG

Requena(02/08/18)

Me he sentado en el poyo de Rufino. Rufino era mi abuelo materno; construyó el poyo junto al muro, con su padre, Fancisco Maranchón, un apellido de resonancia muy castellana. Esto sucedió probablemente nada más concluir la guerra. El otro poyo de allá, que puedo ver desde aquí, es el poyo del tío Victorio. Los poyos han vertebrado durante siglos la realidad cotidiana de los pueblos. Han sido el núcleo de reunión de los vecinos, quienes pasaban horas charlando al fresco en verano, en las tardes, en cualquier instante. Los poyos han sido la variante popular y rural de las cumbres políticas. Se habrán cocinado tratos comerciales, intercambios de tierras, cambios de mulos, peleas y reyertas; en fin, han sido la piedra de toque de la vivencia diaria. Han servido para las relaciones humanas como para aumentar la solidez de las casas. El poyo de mi abuelo incrementa  la solidez de una casa asentada en un promontorio de rubial. Según dicen, era una odisea salir y entrar de la casa, en los momentos de lluvias, antes de que decidieran construir muro y poyo. Sin los poyos, la intensidad de relaciones habría sido otra. O tal vez no.

Así que, son las once de la noche y me he sentado en el poyo, a tomar el fresco. Corre un intenso aire solano, ese que echamos de menos cuando sopla su pariente el aire de arriba. Han llegado unos vecinos y hemos estado platicando un rato, más o menos hasta las doce. Después, me he quedado solo, acompañado por mí. He decidido sacar el ordenador y comenzar a escribir algunas cosas que la conversación me ha traído a la mente. Para empezar, aún no he visto el camino de Santiago, mi abuela decía siempre que cuando el camino pasara por encima de la casa, había que empezar a vendimiar. Ahora queda el silencio nocturno, sólo roto por el ladrido de un perro que se resiste a dormir.

Nuestras aldeas son propicias a los silencios. A partir de cierto momento de la noche, ya nada se oye; quizás sí la pelea de dos gatos. Nada más. La noche ha comenzado realmente, y no porque los vecinos hayan decidido meterse en el catre o a ver su programa de la tele favorito. Ha comenzado la noche sagrada, el tiempo en que el silencio impera como gran amo de la oscuridad. No pasan coches por la carretera. Se oyen los grillos, y un ruido de fondo, de motor. Eso sí, todo iluminado; nada que ver con aquellas peras (bombillas), cubiertas con un plato que ondeaban en unos cuantos sitios de la aldea. Nunca tuvo tanta luz la aldea, ni tampoco tanta riqueza; pero, ….

La noche parece ser el momento adecuado para el despliegue de todo tipo de miedos. ¿Qué miedos existen en las aldeas? Aparte los temores cotidianos, personales o colectivos, ¿existen rastros de ese tipo de miedos generales, relacionados con lo sobrenatural? Cuando era un crío, y algo asustadizo, unas vecinas adolescentes bromeaban conmigo sobre la presencia y aparición de los espíritus de los muertos. Nos llevaban a los más pequeños de la aldea hacia la salida del pueblo, desde donde se contempla la Cañada. En la Cañada descansan los vecinos del pueblo. Todos terminan allí, en una tierra feraz y mirando al Carrascal. No quiero irme a la Cañá sin haber …, era lo que me decía un vecino al que siempre echaré de menos, sentado en su poyo, incluso en las madrugadas en que se le hacía difícil conciliar el sueño, o simplemente se desvelaba. Vamos a la Cañá desde que se construyó el cementerio, porque la etapa previa a la erección del campo santo, significó que muchos andaran repartidos entre Campo Arcís y Los Isidros. No ves esa luz, me decían mis vecinas más mayores, es la luz de las ánimas, y algo se nos estremecía en el interior. Juegos de niños. Aún no caía en la cuenta que a lo lejos estaban las cuestas de La Muela, en la carretera de Albacete.

Este tipo de bromas eran lógicas. En cambio, en estos tiempos, con el cine gore y esas películas repletas de sangre y víscera, ya nadie se asusta. En estos tiempos, se ha realizado un proceso de elaboración del miedo desde la ficción; y ha alcanzado mucho éxito, y son ficciones muy populares. Pensemos, sin ir más lejos, en las novelas de Dan Browm, que introducen el misterio y lo trascendente en asuntos humanos; son tramas de misterio, que se tejen  regidas desde grupúsculos de personas ligados, como defensoras o como enemigas, de la divinidad.

El misterio en estos lares está centrado en los ruidos inexplicables, las desapariciones de objetos en las casas, etc. No quiero entrar aquí en una dinámica del tipo “Cuarto Milenio”. En la Casa del Pinar, la parte nocturna del día estaba protagonizada por extraños seres que se dedicaban a arrastrar cadenas constantemente a un lado y a otro del terrado. Al parecer no tenían otra cosa que hacer. En la casa del tío Eleuterio las cosas de comer desaparecían contantemente de la alhacena.

En gran medida, la historia de las sociedades humanas está relacionada con un diálogo casi permanente entre lo racional y lo irracional. Y esto es constante en la sociedad española. Existe una obra de Goya, El sueño de la razón produce monstruos, en la que un hombre se deja llevar por el sueño y vive la aparición de una serie de monstruos extraños que le acechan. El significado de la imagen es clarísimo, esto es, la caída en lo irracional no conduce más que a la monstruosidad, a la aparición de esos seres amenazantes. No creo que pueda discutirse que Goya no hace sino reaccionar ante una tendencia bastante frecuente en el mundo intelectual español, quizás iniciada con fuerza en La vida es sueño, de Calderón de la Barca. En la obra de Calderón, la cuestión central es la naturaleza misma de la realidad.
 Francisco de Goya (1746-1828), El sueño de la razón produce monstruos, pertenece a la colección de Los Caprichos.
            Puede pensarse que el contexto histórico ayuda a explicar buena parte de estas historias. El tío Eleuterio había crecido en los durísimos tiempos de la postguerra, tiempos de hambre y privación. Al menos mi abuela se apuntaba a esta explicación, cuando afirmaba que el que hacía desaparecer la comida era el propio Eleuterio. Los ruidos de cadenas han sido también explicados racionalmente, achacando a maridos retorcidos acciones de este tipo destinadas a atemorizar a débiles esposas, durante las soledades nocturnas. Ay que joderse con las ideas y pasatiempos de algunos. En la casa del Ruido, en La Cornudilla, los ruidos procedían del estómago de sus habitantes, no muy dados al derroche de viandas, al parecer, pues eran tan pobres que tenían que ser asistidos por el resto de vecinos.

Idealizamos en exceso aquellas épocas en que el mundo racional ha imperado. Pensemos en la Atenas clásica, el mundo occidental de la revolución industrial o el siglo de la Ilustración. Nadie duda que en estos momentos históricos, la razón guió la voluntad de las sociedades. Pero junto a un Platón, gran prototipo del pensamiento occidental, están los cultos mistéricos (a Demeter, a Dionisos, a Orfeo, etc.), que se practicaban en el mundo clásico; unos cultos donde el alcohol y las drogas manejaban la voluntad humana por encima de cualquier criterio racional.

El mundo clásico cultivó el racionalismo. No descuidó lo irracional. En la foto Grupo del Toro Farnesio. Museo de Nápoles. Foto propia.
            La época de las revoluciones dio como resultado cambios profundos en las sociedades. La mejora de las comunicaciones, la introducción del telégrafo, la aparición del motor de explosión, y muchísimos más inventos proceden de aquí. Pero no se puede negar que nace también un imperialismo sanguinario que crucificó (empleo un término muy explícito de J, Gernet sobre la China anterior al maoísmo) medio mundo. El arte y la cultura estuvieron marcados por un sentimiento racional. La Viena de la Doble Monarquía del Imperio Austro-húngaro vivió unos años de esplendor cultural, precisamente cuando crecía el antisemitismo, que iba a prender en la mente y en las acciones de gente como Hitler, el nacionalismo ucraniano, Ante Pavelic, y muchísimos líderes y multitudes a lo largo y ancho de Europa. El Partido Nazi contó con la afiliación del 10% de los austríacos, una cifra desorbitada, que ni por asomo se dio en Alemania. Tal vez esto explique situaciones políticas actuales en Centroeuropa.

En las últimas décadas han cambiado muchas cosas en nuestra tierra. La tecnología es una de las facetas más significativas de estos cambios. Cabe cuestionarse si el nuevo papel de la tecnología no está alcanzando cotas de exceso.
            Se me ha olvidado preguntar a mis vecinos si creen cierta la teoría de la evolución de las especies. Lo digo porque en Norteamérica se niega su realidad incluso en algunas universidades; es tremendo. Quizás no saben a qué me refiero con esto. Pero si les hubiera dicho que ese sapo samproño que hay en la esquina es un pariente cercano nuestro, quizás habrían decidido irse antes a la cama.

Después de pensar todo esto, echo un vistazo a mi alrededor. Vivo en una aldea a punto de la extinción. ¿Qué proporción de racionalidad hay en este fenómeno? ¿Tiene sentido la acumulación de masas en las ciudades, en el momento en que éstas viven sus peores momentos ente la contaminación, el encarecimiento del suelo y la aglomeración? ¿No es el urbanismo creciente de nuestra sociedad el exponente más claro de la irracionalidad de nuestros modos de vida? No he viajado mucho, pero he podido contemplar lugares donde, enclaves humanos más pequeños que esta aldea, están habitados todo el año; en las Tierras Altas de Escocia, por ejemplo; tres, cuatro casas, unas vacas,…

Esta imagen corresponde a uno de los tantos genocidios que las sociedades protagonizan. Corresponde al genocidio de Bengala, en tiempos del alabado Churchill. El británico, como todos, tenía dos caras, o quizás más de dos. El poder es propenso a crímenes de esta naturaleza. Foto, Facebook Fotografías para la historia. Cortesía de Nacho Latorre.
            Hay razones de tipo cultural en nuestro despoblamiento. Sobre todo hubo un tiempo en que la gente de las dos ciudades de la tierra tenía a gala el ser de ciudad y no de aldea. Mis padres, mis vecinos, emplean sin rubor la expresión “mi aldea”, pero han sido muy conscientes de que existía en ciertos círculos de Requena y Utiel un cierto aire de superioridad. Una superioridad ficticia, desde luego, pero que marcaba algunos comportamientos.

La tecnología potencia estos móviles, no hay duda. Los agricultores poseen todo tipo de maquinaria. El tractor viñero, pequeño, de hace cuarenta años, es una reliquia que hoy produce risa ante los potentísimos y enormes tractores que entran en las viñas. Potentes atomizadores se usan para sulfatar. El viejo “espunteo” de julio, en pleno “esrrayoleo”, ha sido sustituido por artilugios mecánicos. ¿Qué es esto sino un culto desmesurado a la tecnología? Parece el agricultor dejarse en manos de la tecnología a cada paso que da, incluso para tareas prácticamente prescindibles. Cierta irracionalidad veo aquí, al menos en apariencia. No cabe duda que la introducción de maquinaria permite economías de esfuerzo.

Cierto parecido hay con aquella situación que Huizinga retrató en lo que llamó el “otoño de la Edad Media”. En esa época, la gente, sometida a los golpes de las epidemias de peste, que eran extraordinariamente mortíferas y difundieron el miedo en toda Europa; pues en esta época, existieron tres caminos, tres huidas, diríamos, para escapar del asedio de la muerte: la religión, la acumulación de bienes materiales, y la posesión de bienes artísticos. Respuestas a las incertidumbres de los siglos XIV y XV. ¿Puede asimilarse el recurso a la maquinaria como un comportamiento consecuente a una etapa de adaptación a un mundo cambiante e incierto?

Un tío en pololos que provocó un sin Dios. Responsable de genocidio millonario. El cambio tecnológico le permitió matar a más gente; la productividad industrial aplicada a la producción de muerte. Foto de Facebook, también cortesía de Nacho Latorre.
            Puro escapismo. ¿No hay en la tecnología una dosis potente de escapismo? Se huye de la soledad con las redes sociales, se confía en la nueva máquina para aumentar rendimientos, aunque no se perciba gran beneficio al principio. Sé que hay una racionalidad económica en esta tecnología que invade nuestras viñas, y que, a la postre, redunda en un menor esfuerzo físico del agricultor. Pero también me pregunto si una inversión en ciertos artilugios está realmente justificada por sus beneficios, o realmente el agricultor está sucumbiendo al fenómeno del consumismo. Y el consumismo también posee muchos ingredientes irracionales. Consumir sulfato cuando no hay ni condiciones ambientales ni indicios de enfermedades que resten cosecha a las viñas; ¿es esto racional? Lo que hay es un miedo atroz a perder la cosecha. Un miedo a lo real, al efecto de la realidad. Se teme lo racional, no el mundo del más allá.

¿Hasta qué punto el miedo o los miedos siguen guiando las decisiones de muchos agricultores? Es una pregunta muy personal que es imposible de definir certeramente desde un punto de vista global. El miedo económico, a perder la cosecha, es muy importante. Desgraciadamente, cuando algunos no habían descubierto la mundialización, nuestros viticultores ya vivían sus punzadas cada año. Su mundo, el del agricultor ligado a una pequeña propiedad, con un tractor y sus aperos, ha sido desmantelado y arrastrado por los cambios de la globalización. Hoy el sector agrícola está profundamente ligado al mundo, a los mercados mundiales.

En el fondo de la cuestión late, como tantas veces, la pugna, confrontación, diálogo, lo que sea, entre realidad y sueño. Nos gustaría que Ethan Edwars, el protagonista de Centauros del Desierto (John Ford, 1956) fuera un hombre humano, caritativo, respetuoso con los derechos humanos. Pero la realidad es que el mundo del Oeste norteamericano del siglo XIX estaba plagado de brutalidad, crimen y explotación. Nos gusta más la sobredosis de azúcar que nos regala Bailando con Lobos (Kevin Costner, 1990), pero esta película está lejos de la realidad.

Un efecto nocivo de la dominación del ser humano sobre otros seres humanos. Se les niega la condición humana y, entonces, su esclavización, explotación e incluso exterminio es bastante sencilla. Un esclavo azotado. Fotografía de 1863, extraído de Fotografías de la historia, página de Facebook. Por cortesía de Nacho Latorre.
            La tecnología hace posible el aumento de los rendimientos. Pero también la difusión del ocultismo, las teorías apocalípticas y las teorías de la conspiración. Quizás entre nuestro tiempo y el otoño medieval hay menos tiempo de por medio del que creíamos. O es la misma condición humana, no tan evolucionada como a algunos nos parecía.

Creo que es demasiado tarde. Decido irme a dormir; el poyo se me clava al culo sin misericordia. Los poyos a veces llevan a distorsiones mentales que parecen racionales y no son sino sueños. Miro el móvil, es mi tributo constante a la tecnología. En la oscuridad de la noche sagrada, sólo quedan grillos y gatos.

En Los Ruices, a 27 de julio de 2018.

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