LA HISTORIA EN PÍLDORAS / Ignacio Latorre Zacarés
Requena (19/12/17)
Volvieron a sonar este diciembre los ministriles en Requena con Javier Martos al frente, uno de los primeros investigadores que tuvo el Archivo cuando se abrió a la consulta pública. Imaginen que el noble Javier, más bueno que el pan candeal, aparece por el Archivo dirigido por el omnisciente Fermín Pardo. Javier es un joven intérprete de música antigua que quería formar una copla de ministriles y estaba interesado en investigar los rastros de estos antiquísimos músicos en la Requena de los siglos XVI y XVII. Javier sabía de Paleografía en una medida parecida a lo que sabía el archivero de tocar el sacabuche, el orlo o incluso la flauta dulce. Se llegó al trato: el investigador repasaba los libros de actas y de cuentas del siglo XVI y XVII a la búsqueda de cualquier palabra que denotara la cercanía de alguna noticia sobre músicos (ministriles, chirimías, fiesta…) y el archivero procedía y le indicaba si estaba en lo cierto. En ocasiones, donde parecía haber un documento sobre los músicos era en realidad un acuerdo municipal sobre la limpieza de acequias o una licencia para cortar pinos. Pero, a veces, caía la breva y…. ¡había documento sobre música y músicos! Así se gestó la investigación y artículo que elaboró Javier Martos para el Congreso especial sobre la Carta Puebla de Requena en 2007 donde, además, con sus amigos “Menestrils del Duch” hicieron sonar los antiguos instrumentos al paso de la procesión conmemorativa.
En los siglos XVI y XVII, las catedrales y ciudades contrataban conjuntos de instrumentos de viento a los que se les conocía en España como ministriles o chirimías. El origen se remontaba a la Edad Media, cuando los juglares se ganaban la vida cantando y tocando un instrumento. Con el tiempo, la profesión se fue convirtiendo de ambulante a sedentaria, ya que residían en casas nobiliarias donde amenizaban los tiempos de ocio. Así pues, en los ambientes musicales franceses del siglo XIII se empezó a prescindir de la palabra juglar por la de “menestrel”, igual que los demás servidores o ministrantes que servían en una casa nobiliaria.
En Requena, la palabra “juglar” perduró más tiempo, pues por un acuerdo de diciembre de 1533 sabemos que los jublares (así con “b”) debían obligarse a tocar en las fiestas y cuando el Concejo hubiere menester.
El número de ministriles era variable según las necesidades, las posibilidades económicas de cada lugar (que en Requena no eran muchas) y las preferencias de los patronos. Lo más habitual eran «coplas» de cuatro, correspondiéndose con el número de voces cantadas. Tocaban en los oficios litúrgicos, doblando, apoyando y acompañando la polifonía vocal; precedían y daban brillo a las procesiones; acompañaban a las danzas; tocaban animadas fanfarrias; anunciaban las fiestas, juegos de cañas, toros, máscaras e incluso marcaban el comienzo de las ventas en los mercados. También acudían a las casas frecuentadas por la aristocracia ejecutando música profana.
La presencia de ministriles en Requena coincidió con una serie de visitas reales a la villa, participando en estos eventos los ministriles de la villa. También tocaban en acontecimientos como cuando nacía, fallecía, se casaba o era coronado algún miembro de la familia real. En 1602 se le pagó a Pedro Crespo dos mil maravedíes por tocar el atambor cuando la reina Margarita de Austria-Estiria parió a Ana María Mauricia de Austria, futura esposa de Luis XIII de Francia.
El gran cronista Miguel Ballesteros nos detalló como Felipe II tras haber unido en 1564 los corregimientos de Requena y Utiel, con el natural enfado de los utielanos, les intentó compensar con e, privilegio del uso de bandera o pendón propio y la posibilidad de pífano y tambor. Leve compensación, pues como añadía el genial historiador: “siendo por otro lado envidia del vecindario las chirimías que el Ayuntamiento de la vecina villa de Requena venía usando por privilegio en las procesiones y en otros actos de representación.”
Es cierto que Requena poseía su grupo de chirimías por licencia real. Así en 1585 se le pagaron 1.122 maravedíes a Francisco de Leiva y sus compañeros cantores por el oficio y misas del día del Corpus (“Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”). En 1587, la música de chirimías de los toros del día de San Juan la pusieron por 1.700 maravedíes “Miguel Gómez e sus companeros menistriles” (no sonarían como lo hace actualmente la Unión Musical de Venta del Moro con su “Concha Famenca” en la plaza de toros de Valencia).
Los ministriles actuaban en fiestas profanas y celebraciones religiosas. En Requena se ha documentado su actuación en las festividades del Corpus, San Juan, San Simón, San Judas, San Julián, San Mateo, San Antonio de Padua, Nuestra Señora de la Concepción, fiestas de toros de Agosto y Feria de San Julián, Procesión del Santo Entierro a cargo de la Venerable Cofradía de la Vera Cruz e incluso en la recepción de una bula de la Santa Cruzada.
El grupo de ministriles se sustentaba en gran medida sobre la estructura familiar debido al carácter gremial propio de las actividades relacionadas con los instrumentos musicales, desde la construcción hasta el aprendizaje del tañedor. El oficio se transmitía de padres a hijos, y, además, se creaban relaciones interfamiliares que reforzaban la estructura familiar ampliándola. Un ejemplo de ello es la copla formada por el que fue maestro de ministriles Roque Hernández y sus hijos, los cuales sirvieron en la villa de Requena durante más de un decenio a principios del siglo XVII. En 1603, Roque Hernández había cumplido su contrato y el Concejo temeroso de que se fuera a otros pagos solicitó licencia a Felipe III para pagarle de los bienes de propios del Ayuntamiento nada menos que ¡treinta y cuatro mil maravedíes!, pues los músicos eran muy necesarios para el culto divino y resto de fiestas cívicas. Le salió bien a Roque Hernández pues lo contrataron por ocho o diez años y además le dieron un “bajón” que es como un antecesor del difícil fagot.
No sólo eran instrumentistas, sino que también eran lutiers, es decir, arreglaban sus propios instrumentos (como el amigo Fernando Jesús Clemente). En 1628, al ministril Martín Alonso le pagaron sus buenos reales por arreglar las chirimías de la Villa con unos tudeles que les puso (tubos de latón encorvados). Las chirimías eran instrumentos de caña doble antecesores del oboe y corno inglés. Al mismo ministril le pagaron al año siguiente por una novena de misas cantadas a San Blas por la enfermedad del garrotillo («San Blas de Huete, que por salvar a uno, ahogó a siete»). Anteriormente, ya encontramos a Martín Alonso en 1625 en el recién construido Convento de San Francisco soplando sus chirimías en San Antonio de Padua “por cierta necesidad y rogativa”.
Además de las chirimías, bajones y atambores citados, los ministriles también tocaban el sacabuche que es como un antecesor del trombón de varas (¿te animas Salva?), las cornetas renacentistas, los orlos (de forma algo caprichosa y parecida a la gaita) o las flautas dulces (único instrumento que servidor ha tocado, aunque con funestos resultados).
Pues don Javier Martos no sólo nos descubrió la verdadera actividad de los ministriles e Requena, sino que también se dedicó a analizar qué clase de instrumentos podían estar tocando los bellísimos ángeles músicos de la portada de la gótica Santa María de Requena. Cuando el instrumento ya había desaparecido por el mal de la piedra, Javier intuía el instrumento por la posición de la mano o del cuerpo. Un ángel toca una chirimía tiple o corneta renacentista; otro una chirimía alta; otro una chirimía tenor y un último que toca un bajón o una trompeta de ministriles. Parecido al propio conjunto de ministriles que residían en Requena.
La influencia de los ministriles requenenses se extendió a poblaciones de la otra orilla del Cabriel como consta en un documento de 1599 donde se recurrió a los músicos de Requena para amenizar la recepción al marqués de Villena en Villamalea. Uno se imagina a los músicos con sus sacabuches, orlos y atambores a la espalda recorriendo la peligrosa Derrubiada y cruzando el río por algún puentecillo de Los Cárceles o del Molino de Abellán.
La linajuda Cofradía de la Vera Cruz de Requena también hizo uso de ministriles y en 1641 los ministriles de Pedro Armero amenizaron gratuitamente la procesión penitencial; al igual que también lo hicieron “por amor a Dios” en la procesión del Entierro en 1683 los ministriles Nicolás y Laureano Ortiz, Francisco Morcillo y Pascual y Gregorio Armero, que ya suenan como a muy requenenses.
De vez en cuando, la música de ministriles vuelve a escucharse por estos pagos. Los valencianos Capella de Ministrers nos hacen esos regalos para los oídos que son sus conciertos en la semana de Música Sacra de Requena o graban sus discos en el propio Templo de Santa María (“algo tendrá el agua cuando la bendicen). Por otra parte, en este mes de diciembre de 2017, Javier Martos ha cruzado el Charco y ha venido desde la Argentina para traer a Requena la II Escuela Internacional de Ministriles.
Finalmente, el proactivo Javier escribió su artículo sobre ministriles, pero el archivero sigue sin poder tocar ni el sacabuche, ni el bajón, ni aun siquiera un pito.
Que les sea venturoso el 2018.