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LA HISTORIA EN PÍLDORAS / Ignacio Latorre Zacarés 
En el mundo de la investigación cada uno tiene sus propias debilidades/adicciones. Hay quien le da por los ganados, otro por los caminos, aquel que si los molinos, uno por los conflictos entre poblaciones, éste por las ermitas, el de allá por la música, el de más allá por la madera y así infinitamente sin agotar los campos abiertos al conocimiento, que son muchos. Aunque sean varios o muchos los temas que con el tiempo tocas o te asomas a ellos, siempre hay alguno especial que no finalizas, ni quieres finalizar.

Les reconozco que, en mi caso, la debilidad es por los mojones. Han oído bien. Esas marcas del territorio que señalan que de aquí allá estamos en una jurisdicción, pero que si pasamos el montón de piedras entramos en otra. Uno bucea entre legajos y papeles de mojoneras del s. XIV, XV o XVI y después mapa en mano se adentra en el monte o barranco o campa intentando encontrar ese hito que nuestros ancestros pusieron en su día para delimitar su territorio. A veces me acompañan amigos en esas búsquedas casi a la desesperada por el agro o monte y les puedo asegurar que cuando encuentran algunas de estas marcas a ellos también le invade la alegría y se inicia un cierto proceso de adicción (los mojones son tan adictivos como el café o el tabaco). ¡Qué se lo digan a los amigos Álvaro y Victorio cuando el otro día encontramos una cruz señalada en un amojonamiento de 1428 en medio del bellísimo barranco de la Pampanera! Eso sí, la localización de mojones es una actividad de riesgo no cubierta por seguro alguno que provoca rotos en pantalones en lucha permanente contra aliagas y matujas, pinchazos en todas las partes del cuerpo, algún que otro talabarcazo (dícese de “batacazo” en lenguaje comarcano), cansancio infinito cuando están en la cumbre más cumbrosa sin senda que arribe a ella, etc., etc. Pero sarna con gusto…

En el caso de Requena, la búsqueda de los mojones es más interesante si cabe, dada su condición histórica de frontera de Castilla con el Reino de Valencia. Entendemos por frontera lo que está “enfrente”. Si la frontera se orienta hacia fuera; los límites lo hacen hacia dentro. La frontera es control y decisión de mantener a distancia la fuerza de otro poder político; sin embargo, los límites dan unidad y coherencia a los que están dentro de ellos, marcando las diferencias con los que se tiene enfrente.

Al principio, los límites que establecían los tratados eran muy imprecisos y genéricos, heredados de las tagr o divisiones musulmanas. Los tratados de los siglos XII al XIII que deslindaban la frontera de los diferentes reinos y territorios relacionados con Requena pecaban de esta imprecisión (Tudilén, Cazola, Almizrra, Santa María de Huerta) y, en ocasiones, aún actualmente, es discutida la repartición por la imprecisión de los acuerdos. No encontraremos en los siglos XII y XIII ningún acuerdo o tratado que detalle pormenorizadamente los límites de Requena y, por tanto, de la frontera de Castilla frente al Reino de Valencia.

Los amojonamientos precisos, aquellos donde una marca en el terreno delimita lo que es de uno y lo que es de otro, no comenzaron hasta finales de la Edad Media, cuando se tuvo la necesidad de demarcar el territorio por el crecimiento poblacional del s. XIII, las roturaciones y los problemas continuos en aquellos pastos que se ubicaban en lugares fronterizos. Sin embargo, los habitantes de los concejos y aljamas de un lado y otro de la frontera sí que sabían cuál era su territorio y hasta dónde llegaban sus límites. Mira, concejo independiente bajo el señorío de de los Azagra, fue incorporada al alfoz de Requena en 1260 por Alfonso X tras comprarla a su señor. Cuando Mira se independizó en 1537 consiguió, tras diferentes pleitos, administrar el mismo territorio anterior a 1260 cuando era villa independiente. Para ello se basó en sus mojones antiguos que eran de piedra seca frente a los de Requena que eran de cal y canto.

La primera descripción física de límites en la comarca fronteriza de la Meseta de Requena-Utiel no pertenece a un acuerdo entre reinos, sino a una división interna en el alfoz de Requena. En 1355 la aldea de Utiel conseguía emanciparse de Requena y en el privilegio de segregación, Pedro I dividía lo que anteriormente estaba unido y llegaba hasta el propio Reino de Valencia indicando que ya se hallaban “mojones” con el Vizcondado de Chelva, en el territorio de la Corona de Aragón. Posteriormente, algunos de estos mojones de frontera provocaron un sinfín de enfrentamientos, violencias, así como un enconado pleito entre ambos reinos no resuelto hasta 1568.

En 1381 aún se realizó una descripción más pormenorizada de los límites entre Requena y Utiel y aparecen hitos concretos: peñuelas de un cerro pinoso, molino caído, pino horcajado…

A la hora de amojonar, lo primero que se tenía en cuenta es que hubiera mojones puestos anteriormente, los llamados “inmemoriales”. En la gran disputa afectante a la frontera castellano-valenciana de la época de Felipe II, Utiel en 1566 quiso hacer valer frente al Vizcondado de Chelva (Valencia) sus mojones antiguos frente a innovaciones métricas y “pinturas”: “la qual duda [la mojonera entre Utiel y Chelva] no ay pues consta porque parte a ydo y va la mojonera de tiempo ynmemorial a esta parte y no ay porqué echalla de nuevo con ynvinçiones inmétricas”

En muchas ocasiones, las comisiones de deslinde reconocían antiguos mojones derribados porque debajo de las piedras se ponía una capa de carbón, cal o ceniza que servía de testigo en el caso de desaparecer el mojón.

Pero todo podía servir de mojón. En 1428, el mojón que hacía frontera entre las poblaciones valencianas de Cofrentes y Cortes de Pallás con la castellana Requena era una carrasca a la que se grabó una cruz: “Lo setén molló e darrer onch fet al peu de una carrasqua que parteix terme ab lo terme de la vila de Requena del regne de Castella.. e en la dita carrasqua fonch fete una creu”. Entre Requena y Mira se señaló un tocón de una carrasca con unas cruces como mojonera. En 1460 lo que separaba los reinos de Castilla y Valencia en Cortes de Pallás era una simple mata de madroño. En la delimitación entre Requena y Utiel dejaron en un paraje como simple mojón dos rebollos (robles). En 1515, en el amojonamiento entre Moya y Requena, designaron un pino rodeno (pinus pinaster) como linde y le hicieron una cruz con un puñal, además de juntar unas piedras. El mojón en el camino real entre Valencia y Castilla era una cruz. El recurso a la cruz era muy socorrido. Muchas veces se labraban sobre la piedra con azadas o picos. El mojón más disputado entre Castilla y Valencia fue el “Mojón de las Cruces” que el valenciano Vizcondado de Chelva pretendía suyo y que Utiel defendía como de separación con su vecina Requena (en el mismo reino de Castilla). Juan Corachán nos describió así el mojón en 1546 que aún se conserva idéntico: “tiene dos cruces hechas con pico en un cyrcuito redondo hecho con un pico y parte términos entre Utiel y Requena y no llega al término de Chelva con un buen tiro de ballesta o poco más”.

A veces se labraban en los mojones las armas reales lo cual solía hacerse en los más importantes de la frontera entre reinos como en la Hoya Algarra (Requena, Utiel, Chelva) o en el barranco del Abacho (Requena-Yátova). La precisión a la hora de situar los mojones era importante como cuando en la senda a la Fuente de la Higuera se colocó el hito en unos romeros y un enebro a quince pasos de un pino. Otras veces indicaban que estaba “a tiro de ballesta”. Las peñas grandes y tormos naturales fueron utilizados también como mojón natural al igual que ríos, barrancos y ramblas.

El amojonamiento tenía su propio y particular protocolo, pero esa es otra canción que desvelaremos en la próxima píldora. Y si quieren ver mojones aquí les dejo este enlace de un servidor: https://www.facebook.com/nacho.latorre.5/media_set?set=a.1944777993226.2084493.1655815143&type=3

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