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LA BITÁCORA DE BRAUDEL./ Por Juan Carlos

Los mitos tienen la virtud de darle la vuelta a las conciencias. Se dice que los necesitamos hasta en la vida cotidiana, que no podemos vivir sin ellos. De hecho son casi tan viejos como la misma civilización; existen mitos en las grandes civilizaciones de la antigüedad. Pero hay mitos saludables y otros verdaderamente destructivos. En cualquier caso, todos ellos tienen la virtud de darle la vuelta a las opiniones, a las convicciones personales y hasta a las mismas actuaciones del individuo. Incluso gente cabal, de vida ordenada y cerebro mejor amueblado sucumbe ante la adoración casi idolátrica de mitos increíblemente persistentes en estos tiempos de Dios.

Hace unos meses el gran Felipe Fernández Armesto escribía: “De vez en cuando escribo algo bueno o doy una clase profunda e intrigante. Pero a pesar de la erudición, la elegancia, la economía y la estimulación que procuro añadir a mi materia, em parece que mi mayor éxito como profesor fue enseñar a mi perro a sentarse para pedir de comer y a hacer pipí fuera de casa”. Lo que dice se suscribe. No tengo perro, pero algo similar me sucede. Llega final de curso y parece que muchos alumnos no han sacado nada en claro. Sin duda, no soy tan buen profesor como Fernández-Armesto.

Esto es lo que me pasa con otros asuntos. Sin ir más lejos estoy ultimando detalles sobre el curso de religión, Iglesia y órdenes que empieza dentro de unos días. Pues bien: compañeros supuestamente bien formados, no en historia, pero sí pasados por las universidades, me arrojan inmediatamente los lemas carcomidos del trasnochado anticlericalismo, la leyenda negra y el Felipe II carca. Sorprendente, pero cierto. Sé que nuestra universidad anda algo mal en los últimos tiempos, pero sigo confiando en su liderazgo intelectual.

Sé que estas cuestiones me las encontraré en el curso, pero generalmente las personas que he tenido en los últimos años, inteligentes y de mente abierta a la contradicción y al conocimiento nuevo, plantean en términos profanos estos mitos acrisolados en nuestra sociedad a veces desde siglos.

¿Cómo lograr acabar con tanta falsedad? ¿Es que las investigaciones históricas de las últimas décadas no han llegado al público ni a las aulas? Pues la respuesta es no. No han llegado ni a las aulas ni al gran público. Parece que nuestro fútbol funciona bien; afortunadamente, porque parece ser lo único que nos está quedando. Nuestra economía está hecha pedazos y nuestro paro alcanza cifras escalofriantes mientras mucha gente pasa privaciones y miseria. Nuestra democracia parece resquebrajarse entre la corrupción de los altos cargos y la malevolencia de los nacionalistas. Nuestra cultura sigue saludable. El español es el segundo idioma del mundo, pero tenemos que aprender inglés; no nos vale sólo con el español. Pero los perfiles de la leyenda negra siguen en pie.

Y siguen en pie aún más en tiempos de crisis. Las dificultades colectivas tienen el potencial de introducir el pesimismo en la sociedad española. Incluso hasta llegar al extremo de dudar de su propia validez como sociedad al medirse con su entorno europeo. La cosa viene de lejos. Por lo menos de 1898, si no del mismo siglo XVIII. La Iglesia, la Inquisición, la Monarquía, … En fin, he aquí los mitos eternos. Hoy renacientes, insuflados de nuevo vigor en este mundo postmoderno.
No sé si servirá para algo pero vale la pena subrayar los mitos positivos. El mito de la España imperial, capaz de construir un Estado que se extendió al otro lado del océano. Por cierto, es singular, llamativo, que los independentistas mexicanos del siglo XIX no enarbolaran la bandera mexicana, sino el estandarte de la Virgen de Guadalupe, el mismo que los soldados de Hernán Cortés colgaron en el Tenochtitlan azteca recién conquistado cuando alboreaban los años Veinte del siglo XVI. Hay que exaltar a aquella Cataluña que salió adelante por sí misma en el siglo XVIII y XIX, pero también con la extraordinaria colaboración del resto del país, asunto este que se oculta para exaltar el portentoso mito del catalán emprendedor. Hay que exaltar el valor transformador de la industria de la Meseta de Requena y Utiel a partir del siglo XVIII. Y hay que exaltar la capacidad de aquella Castilla, la parte más rica del siglo XVI, con su industria textil, sus casas comerciales, sus banqueros y los comerciantes más ricos de Europa, como el famoso Simón Ruiz.

Pero tales mitos parecen no interesar. Es más útil el que sirve para autoflagelarse subrayando llo desgraciados que somos. Es más útil el mito, falso, sonrojante para sus protagonistas, de la parte de España que sufrió el ataque de España, que creció a pesar de España. Mitos falsos; mentiras sin cuento, grandiosas y pestilentes que sólo pueden ser seguidas por tontos y capitanes dispuestos a dirigir multitudes como si fueran carne de cañón.

Veremos qué se puede hacer. Por cierto al colocar la fecha en la que escribo me doy cuenta de que piso sobre otro mito. Este tiene componentes muy positivos, pero ya es hora de reconocer errores y algo más que fallos; no por ello desaparecerá la virtud de tiempo de democracia y reforma.

En Los Ruices, a 14 de abril de 2014.

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