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Requena (11/04/17). Cuaderno de campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel
Javier Armero Iranzo

Uno de los fenómenos naturales que más ha llamado la atención al ser humano desde tiempos remotos ha sido el de la migración de las aves de unos lugares hacia otros. Y no es para menos. La aparición, año tras año, de las mismas especies y en las mismas fechas, casi con una precisión diaria, o al menos semanal no ha pasado desapercibida por las gentes del campo durante siglos.

La llegada de las queridas golondrinas en los primeros días de marzo, anuncia la inmediatez de la primavera que se abre camino aún entre frecuentes fríos y temporales. O ya en el mes de abril, el canto inimitable y potente del ruiseñor común en los sotos fluviales, que se escucha día y noche, es un acontecimiento largamente esperado por los paisanos que saben que esas frescas arboledas cobrarán vida propia a partir de este momento.

La cultura popular, tan rica en los ambientes rurales, está repleta de referencias a la migración de las aves. Refranes hay muchos que se ajustan a cada momento del año según aparezca una especie. Quizás uno que ha calado en el ideario colectivo es el famoso “Por san Blas, la cigüeña verás; y si no la vieres año de nieves”, con el que se deduce que la no arribada por esas fechas (3 de febrero) de la cigüeña a sus localidades de cría hace prever un alargamiento del invierno por climatología adversa.

Y si nos fijamos en aquellos refranes en que la golondrina, de la que hablábamos antes, es protagonista la lista es casi infinita, al ser unos de los pájaros más conocidos y referenciados en nuestro rico idioma castellano. Así tenemos que, “De marzo a mitad la golondrina viene y el tordo se va”, o “Por San José, la golondrina veré”, entre muchos otros.  Y lo mismo pasa con otra ave, pero que suele venir unas semanas más tarde y cuya voz no pasa precisamente desapercibida por las gentes del campo; el cuco. Dichos populares como “A tres de abril, el cuclillo ha de venir”, o “Si marzo se va y el cuco no viene, o se ha muerto el cuco o el fin del mundo vuelve” enriquecen aún más el extenso patrimonio agrario.

Las aves migratorias; la migración de las aves. Un tema del que tenía ganas ya de escribir. En muchos ensayos publicados en esta revista digital se han ido nombrando que tal o cual ave tienen carácter migratorio; y que arriban a nuestras latitudes en unas fechas y emprenden el viaje de retorno en otras. Unas especies más conocidas como las citadas golondrinas, cucos, o ruiseñores, u otras más discretas como las currucas, o los invisibles autillos, protagonistas del Cuaderno de Campo anterior.

Hoy en día, ya nadie duda de que el fenómeno de la migración de las aves es un proceso entendido como un desplazamiento de cierta envergadura y duración, con una notable periodicidad respecto al retorno al lugar de origen y que, en mayor o menor medida, abarca a toda o a una gran parte de la población de una determinada especie. Sin embargo, en el pasado se especulaba con otras razones que hacían que las especies se esfumaran repentinamente de un país y volvieran a aparecer meses después.

Así, por ejemplo el gran filósofo griego Aristóteles (nada menos que Aristóteles) en su Historia de los Animales piensa que ante la incidencia de las bajas temperaturas las aves reaccionan de diferente manera según la especie que se considere. En concreto, asume que, efectivamente, hay aves que se desplazan a regiones más cálidas para poder soportar mejor esos meses como las grullas o los pelícanos, pero también afirma que otras, sin embargo, tratan de refugiarse aletargadas en escondrijos o agujeros como es el caso de las propias golondrinas. E incluso llega a afirmar que otras, directamente, sufren una especie de metamorfosis que los hace cambiar de forma; por ejemplo los colirrojos, tan habituales en época reproductora se convierten en petirrojos al llegar el invierno.

Y aún todavía en el siglo XVIII otro grande, en este caso de la Biología, como era el taxónomo sueco Carl Von Linneo, de referencia indiscutible en la sistemática moderna, admitía que las golondrinas pasaban el invierno hibernando en los techos de las viviendas europeas. Desde luego, un tema recurrente que ha dado mucho que hablar, y otra vez con las golondrinas como ejemplo de especie de aparición misteriosa.

No todas las aves, sin embargo, tienen carácter migratorio. En realidad, muchas de ellas son especies sedentarias, lo que quiere decir que permanecen en sus territorios de cría durante todo el año; o a lo sumo realizan movimientos nómadas por sus inmediaciones en el período invernal. Aunque, la verdad la casuística es muy variada en este sentido dependiendo de las especies a las que sometamos a estudio.

Incluso existen muchas especies que se consideran migradoras parciales, ya que parte de su población se comporta como migrante (especialmente la que habita las regiones más norteñas de su área de distribución) y parte son totalmente sedentarias (especialmente las aves situadas al sur de su circunscripción). Esto ocurre, por ejemplo, con nuestros pinzones o petirrojos reproductores que crían en Requena-Utiel en primavera y verano, pero que ven como su población se multiplica a partir del otoño con la arribada de miles y miles de individuos del centro y norte de Europa que huyen de unas condiciones ambientales que empiezan a endurecerse notablemente.

El proceso de la migración requiere una total autonomía del individuo que la hace. Esto implica una voluntariedad por parte del ave en cuestión y buscando una finalidad determinada, por lo que un arrastre por los vientos o por las tormentas no se consideraría como una estricta migración. Además implica una estacionalidad y una repetición anual, estructurada en viajes de ida y vuelta. En este sentido se podrían distinguir unas áreas de cría, donde las aves se dirigen para reproducirse, y unas áreas de invernada o de reposo donde enfilan para pasar el resto del año.

Y teniendo en cuenta los viajes hacia un sitio u hacia otro, los especialistas hablan entonces de migración prenupcial o postnupcial, si las aves se encaminan hacia los cuarteles de cría o de invernada, respectivamente.

Pero, ¿qué mueve a estos animales a moverse en masa de unas regiones a otras tan alejadas físicamente? Se podría decir que obedecen a un reloj interno que les indica cuándo partir en busca de mejores condiciones de vida para soportar los meses fríos de las áreas donde crían y en los que los recursos alimentarios disminuyen notoriamente. Lo curioso es que en la mayoría de veces las fechas de salida coinciden, paradójicamente, con la presencia aún de buen tiempo y con una alta abundancia de comida.

Hay diversas teorías que tratan de explicar las razones de ese movimiento periódico y rutinario de muchas especies de aves. Dos de ellas, muy aceptadas actualmente, tienen su explicación en las condiciones de vida reinantes en épocas pasadas; en otros momentos muy diferentes de la historia evolutiva de la propia Tierra. En concreto una se refiere a las condiciones de vida tan duras que marcaban las distintas glaciaciones en el periodo conocido como Pleistoceno, especialmente en invierno en el que gran parte de los territorios que hoy conforman Eurasia y Norteamérica estaban cubiertas por los hielos obligando a las aves a retirarse hacia el sur una vez habían acabado de nidificar. Estas fluctuaciones anuales acabaron por fijarse genéticamente en muchas de las especies de aves que hoy mantienen las mismas rutinas, aunque las evidencias climáticas no sean tan acusadas.

Hay otros autores que creen que el origen de las migraciones está en que las aves en tiempos pretéritos estarían confinadas en regiones tropicales y subtropicales del globo, y que de alguna manera debido a su notable éxito evolutivo debieron emigrar hacia el norte en busca de nuevos recursos alimentarios ya copados en sus zonas de origen. Se establecería así unos viajes de ida y vuelta anual también influidos con las condiciones climáticas de las latitudes más septentrionales durante las épocas invernales.

Hay más hipótesis y cada una de ellas con sus peculiaridades y adaptaciones para casos concretos, pero lo que está claro es que la migración es un comportamiento genético e instintivo que impulsa a muchas aves a realizar espectaculares viajes anuales con una precisión asombrosa en cuanto a las fechas para cada localidad donde habitan estas especies.

Para las aves que encontramos presentes en la Meseta de Requena-Utiel y según la distancia que pueden cubrir anualmente podemos distinguir entre migradores de largo recorrido y migradores de corta distancia; e incluso, de migradores altitudinales, que también los hay.

En el primer grupo encontramos las especies que tienen su área de invernada al sur del desierto del Sáhara, en el África tropical. Estas especies pasan todo el año en climas templados o cálidos, ya que retornan al África cuando acaba el verano en España. Destacan en este grupo los pájaros típicamente insectívoros: currucas, papamoscas, ruiseñores, zarceros y otros tantos habituales en nuestros campos y montes. Lo habitual es que migren por la noche y dediquen las horas de insolación a alimentarse o a descansar. Ahora, en las fechas en que nos encontramos hacen acto de aparición en Requena-Utiel. Pasear por las riberas del Magro o del Cabriel, por ejemplo, nos garantiza la observación de estos pequeños pájaros pululando por sus setos y arboledas, amenizando las horas con sus deliciosos cantos y movimientos nerviosos entre la vegetación.

Y también lo hacen de noche un grupo de aves acuáticas conocidos genéricamente como limícolas y que lo componen andarríos, archibebes, chorlitejos, combatientes, y otras especies de morfologías adaptadas para la supervivencia en medios palustres y de aguas someras. Los estanques de riego de la pedanía requenense de El Pontón, precisamente, bullen estos días con su presencia. Un espectáculo visual que no podemos dejar de disfrutar.

Pero no todas las aves insectívoras viajan de noche, invisibles a los ojos humanos. Aves tan populares como los vencejos, que en estos precisos días empiezan a detectarse en nuestros pueblos, las golondrinas o las lavanderas, vuelan en grupitos hacia el norte siguiendo el trazado de imaginarias autopistas que los llevarán a miles de kilómetros de distancia; algunos, incluso al borde de la lejana tundra. De todas las aves quizás destaquen por su vistosidad y apariencia las rapaces diurnas, como los abejeros europeos. Éstos en bandos que pueden llegar a estar integrados por decenas e incluso cientos de individuos, surcan los cielos por estas fechas, hacia latitudes más septentrionales donde repartirán sus efectivos en los países que consideren más adecuados para sus necesidades vitales.

Por otro lado, existen aves consideradas como migradoras de corta distancia. Son aquellas que crían habitualmente en localidades del centro y norte de Europa y que al acabar la reproducción se dirigen hacia los países de la cuenca mediterránea para pasar el invierno. Muchas de estas especies se comportan como migradores parciales. Así, la comarca de Requena-Utiel despide estos días a los últimos individuos que han pasado el invierno en nuestros campos y montes y que enfilan hacia sus cuarteles de cría septentrionales. Los últimos zorzales comunes, mosquiteros comunes o bisbitas pratenses, por ejemplo, los pude ver hace escasas fechas en el cauce arbolado del Magro a su paso por Requena.

Unos van y otros, como acabamos de ver, vienen a ocupar los nichos ecológicos que quedan libres. El mes de abril, desde el punto de vista de la naturaleza, es fascinante y uno de sus puntos fuertes es el factor de cambio biológico que se nota en sus paisajes y en sus comunidades de aves.

El concepto de migradores altitudinales hace referencia a aquellas aves que realizan migraciones de montañas a los valles cercanos o incluso a otras zonas montañosas de latitudes inferiores, incluso antes de que los azotes invernales sean realmente duros e imposiblite su supervivencia. En nuestra comarca tenemos los casos de los acentores alpinos, los mirlos capiblancos o los verderones serranos, todos ellos con poblaciones reproductoras presentes en España y que hemos podido observar en bajo número hasta hace muy poco en nuestras montañas más altas durante el invierno.

Se podría escribir mucho en relación al desarrollo de la migración, y un artículo divulgativo de estas características quizás no sea el foro más adecuado para hacerlo con propiedad. Pero sí se pueden apuntar algunas ideas que conformarán mejor un conocimiento básico en esta interesante temática. Por ejemplo se puede apuntar que cada especie tiene un patrón fenológico concreto, es decir, unos intervalos de fechas aproximadas de partidas y retornos que suele cumplir con cierta aproximación. Y que además,  no tienen porqué ser parecidos en unas especies que en otras, ni siquiera dentro de un mismo parentesco taxonómico. Así hay especies de aparición más temprana y otras más tardías, como el saber popular ha ido plasmando en los refranes anteriormente referidos.

La etapas de vuelo que pueden llegar hacer las aves migratorias son muy variables según las distintas especies y las suelen intercalar con jornadas de descanso y avituallamiento en localidades de paso. Así, es muy importante conservar no sólo aquellos territorios de cría o de invernada y salvaguardarlos por su lógica importancia sino también aquellas localidades donde acostumbran a recalar las aves y que son imprescindibles para el desarrollo óptimo de la migración y que actúan a modo de refugios temporales. Los estanques de El Pontón constituyen uno de los más claros ejemplos de los que tenemos en la comarca ya que suponen un oasis para decenas de especies ligadas al medio acuático en medio de cientos de kilómetros de campos de montes, cultivo y paisajes de secano.

Si las condiciones atmosféricas desaconsejan continuar con el pesado periplo, las aves suelen hacer paradas más o menos largas hasta que el peligro que suponen los temporales se desvanece. En condiciones normales, por tanto, las travesías por el estrecho de Gibraltar y por el desierto del Sáhara suponen los principales retos para las aves migrantes de largo recorrido. Para el caso del Sáhara sorprende, por su enorme extensión, que muchas aves traten de acometerlo en una sola etapa, aunque según qué especies, llegan a hacer paradas en los oasis o, incluso, en pleno desierto.

Otra cosa más que llama la atención de las gentes del campo, es la capacidad que tienen las aves, que en muchos casos apenas cuentan con unos gramos de peso, de recorrer bianualmente durante sus vidas tan largas y peligrosas singladuras. Realmente sorprendente.

Y si ello sorprende, no lo es menos la capacidad de orientación que muestran muchas de ellas al volver año tras año a los mismos lugares donde nacieron. Parece ser que la forma en que se orientan no es única para el conjunto de las aves.

Se sabe que para las aves de migración nocturna es fundamental la información que proporcionan los astros, especialmente la luna y las estrellas, para mantener un rumbo a seguir; y algo parecido pasa con el sol para las especies de migración diurna. Lógicamente, las aves han de tener en cuenta el movimiento relativo tanto del sol como de la luna para corregir la dirección de vuelo y marcar el rumbo adecuado.

Pero también se ha podido demostrar la importancia que tiene para las aves la existencia del campo magnético terrestre, que de alguna forma ellas pueden captar y utilizarlo de cara a la trayectoria a seguir. Y si ello fuera poco, la capacidad de recordar hitos geográficos como grandes ríos o sierras, pero también referencias menores a nivel local, hace que muchas aves puedan retornar año tras año, sistemáticamente, a los mismos lugares. Hay tantísimos ejemplos en la literatura ornitológica que confirman esta circunstancia que no por muchos no dejan de ser realmente interesantes, y otra vez más, sorprendentes. Comportamientos innatos, pero también adquiridos en base a las experiencias vividas.

La migración es un proceso complejo del que se ha escrito ríos de tinta, especialmente por el desafío científico que constituye, por la espectacularidad visual que conlleva y, también, por la cercanía a las costumbres y a las culturas humanas. Desde las más remotas civilizaciones históricas hasta las mismas raíces de nuestro acervo etnológico local.

Estamos a mediados del mes de abril. Y el fenómeno se hace patente por todos los rincones del medio natural. Por los zarzales fluviales desde donde canta el ruiseñor recién llegado del África negra, hasta las cumbres de las montañas, donde se atisba el vuelo del milano negro hacia sus territorios del norte. Desde las riberas de los pantanos y balsas de riego, donde corretean las aves acuáticas en busca de invertebrados, hasta los callejones de la Villa de Requena, que vuelven a recobrar vida con los chillidos y los vuelos imposibles de vencejos pálidos y comunes entre los históricos caserones.

Abril está aquí, con su fuerza de costumbre. Con ese habitual vaivén de aves migratorias que hacen de este mes un momento muy especial para sentir el campo. Disfrutémoslo.

JAVIER ARMERO IRANZO

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