Han pasado ya dos semanas desde la publicación aquí de un artículo divulgativo sobre las Microrreservas de Flora de la Meseta de Requena-Utiel. En aquel texto se explicaba, más o menos detalladamente, que éstas eran unas figuras de protección, promovidas por la Generalitat Valenciana, de aquellos enclaves del medio natural que mayor relevancia tienen por presentar especies botánicas raras, endémicas o amenazadas, o las unidades de vegetación que las contienen.
Se comentaba que eran áreas de pequeño tamaño, iesde luego una extensión muy reducida si la comparamos con las más de 17.000 hectáreas que tiene toda la comarca, pero que refleja muy bien aquellos taxones botánicos más singulares, y a la postre, más valiosos desde el punto de vista de la conservación de la biodiversidad.
En el pasado capítulo se describieron (eso sí, de manera muy somera) aquellas cuatro microrreservas que presentaban unas características, más o menos similares, por situarse en las montañas más altas de la comarca: El Molón, en Camporrobles; el pico del Tejo, en Requena; y los picos Ropé y Burgal (Fuente de la Puerca), en Chera. Hoy toca hablar pues, de las ocho restantes. Vamos allá.
Se comenzará citando tres de ellas que se localizan al norte del término municipal de Sinarcas y que, de alguna manera, están íntimamente ligadas al medio acuático. Son las dos presentes en los lavajos (el del tío Bernardo y el del Jaral, de 0,53 y 1,13 hectáreas respectivamente, y ambas del propio ayuntamiento) y otra más en las inmediaciones del río Regajo (Las Hoyuelas, de propiedad privada y que cuenta con una superficie de apenas 1,11 hectáreas).
Los lavajos de Sinarcas son unos de los parajes más interesantes y singulares de toda la geografía comarcal. Se hallan localizados en una llanura sedimentaria a poca distancia del casco urbano y en medio de un paisaje agrario marcado por la presencia del cereal. Este aspecto le da aún mayor relevancia y exclusividad en una comarca cuyo paisaje agrícola está claramente marcado por la viticultura.
Las microrreservas cubren totalmente dos charcas temporales que mantienen su manto freático en la superficie al presentar un sustrato suelto de arcillas rojas y conglomerados. Dicha litología especial permite mantener las aguas pluviales durante largas temporadas.
Este año, con lo que ha llovido meses atrás, los niveles hídricos están muy altos y quizás las charcas no lleguen a secarse en el período estival, en que la evaporación es máxima. En cualquier caso, la vegetación que presentan está particularmente adaptada a las fluctuaciones de un clima mediterráneo con veranos muy secos y calurosos y unas primaveras y, especialmente, unos otoños en las que las situaciones de temporal no son raras y hacen recargar los acuíferos.
Y, lógicamente, con esas características del biotopo la flora de los lavajos es ciertamente especial y diferente a la del resto de la contornada. Allí se dan especies muy raras a nivel valenciano e incluso nacional, debido a la escasez de ambientes tan singulares como éste. Por concretar, en los lavajos se establecen comunidades de plantas de biología acuática, semiacuática y también de su periferia, en suelos con regímenes de inundación temporal.
Así, en el ambiente puramente acuático o semiacuático destaca la presencia de plantas tan raras como el trébol de cuatro hojas (que en realidad es un helecho de la especie Marsilea strigosa), el Isoetes velatum (otro helecho), la alisma menor Baldellia ranunculoides, la Miriophyllum alterniflorum, o el Dasmasonium polyspermum.
En la periferia de las charcas aparecen otras especies realmente valiosas y poco habituales que crecen en áreas de menor inundación como Sisymbrella aspera y la menta o poleo de ciervo Mentha cervina, que parece ser que sólo se ha llegado a citar en esta localidad en todo el ámbito valenciano.
Un lugar muy exclusivo y sensible a las injerencias humanas ya que cualquier actuación que afecte al normal proceso de inundación y desecación de las charcas podría poner en peligro la continuidad futura de estas especies tan relevantes.
En cuanto a la otra microrreserva de flora del término municipal, la de Las Hoyuelas, su composición florística es notoriamente diferente. Se sitúa en una ladera de umbría a unos 800 metros sobre el nivel del mar, en el valle por el que discurre el río Regajo, curso fluvial tributario del Turia. Por su orientación y por su proximidad al lecho ribereño presenta unas condiciones climáticas de gran humedad y frescor que aprovechan una serie de taxones vegetales muy concretos.
La parcela presenta, además, un manantial que ha generado unas estructuras tobáceas del máximo interés tanto por su geología travertínica como por la biota briofítica que alberga. Hay que tener presente que en la Meseta de Requena-Utiel estos hábitats son extraordinariamente raros y muy localizados. En su entorno se distribuyen plantas ligadas a este tipo de medios como la cola de caballo Equisetum telmateia, el cabello de Venus Adiantum capillus-veneris o la flor de viuda Trachellium caeruleum.
Entre los árboles que crecen en estas laderas poco soleadas aparecen numerosos ejemplares de dos árboles característicos de nuestro monte mediterráneo más autóctono: los quejigos Quercus faginea y las encinas Quercus ilex. Y en esta masa esclerófila prosperan algunas de las plantas menos conocidas de la flora comarcal: las orquídeas. Este es un monte de orquídeas, desde luego. Entre ellas sobresalen por su generosa belleza dos del género Cephalantera, la damasonium y la rubra. Excelente reclamo visual para el naturalista curioso que disfruta con sus formas y colores.
Por último, el propio río Regajo también aporta interés por su tupida vegetación riparia. Así, presenta un bosque galería en el que cabe mencionar la presencia de fresnos de hoja estrecha Fraxinus angustifolia en su cobertura arbórea y plantas como Lithospermum officinale y las madreselvas Lonicera peryclymenum y Lonicera etrusca formando parte de su rica orla arbustiva.
Y de las riberas de un río nos vamos a otro; en este caso a uno de los más importantes de la Comunitat Valenciana por su caudal y estado de conservación: el Cabriel. En sus orillas o bien en su entorno inmediato se localizan tres microrreservas de flora más.
El Cabriel a la altura de la presa de Contreras se sitúa a unos 550 metros sobre el nivel del mar, y tras un centenar de zigzagueantes kilómetros apenas llega a los 350 metros al paso por la pedanía requenense de Casas del Río. Desde la meseta central comarcal descienden las laderas en fuerte pendiente hasta el curso fluvial originando paisajes peculiares caracterizados por numerosos derrubios, pedrizas y cantiles rocosos.
Precisamente la situación de fondo de valle en los parajes más interiores, con una climatología mucho más cálida que en el resto de la demarcación, y las condiciones litológicas que son impuestas por lo accidentado del paisaje, tienen consecuencias evidentes tanto en la estructura de la vegetación como en la singularidad de su flora. Las tres microrreservas que existen en su demarcación geográfica recogen algunas de sus singularidades más llamativas.
La primera de ellas se denomina como el caserío ya abandonado que hay en sus inmediaciones: Casa del Pino. Perteneciente al término de Venta del Moro, aunque a escasos metros del linde con el municipio de Requena, la parcela ocupa 1,4 hectáreas de superficie junto a un bonito tramo del río Cabriel. El paisaje allí bien merece la pena un respiro. De panorámica sublime, el río discurre orlado por un soto fluvial bonito y rico en especies.
Álamos blancos Populus alba junto con chopos Populus nigra, fresnos Fraxinus angustifolia y sauces Salix eleagnos y Salix purpurea. Un sector ribereño bien formado que invita al paseo y a la contemplación.
Pero las especies prioritarias por las que se declaró la microrreserva son otras de ambientes más secos y enclavados en unos sustratos de litología margosa con abundante contenido en yesos. Así, aparecen plantas como la fumana de escobas Fumana scoparia o las saladillas endémicas Limonium sucronicum y Limonium cofrentanum, como taxones más relevantes. Estas últimas son plantas arrosetadas en que solamente la cepa es leñosa; y bellas, muy bellas. Cuando están en flor la sencillez de sus ornamentos traslada al árido paisaje una elegancia sin igual, que el sensible naturalista (y no únicamente el especialista) es capaz de valorar.
Río abajo, ya en terreno requenense, se encuentra otra microrreserva; la de la Rambla de las Salinas, porque a decir verdad no se sitúa exactamente a la vera del Cabriel sino en uno de sus barrancos afluentes. El nombre ya orienta sobre el tipo de suelos que atraviesa, y que, por cierto, va a condicionar su característica composición florística.
De pequeño tamaño, con sus 1,69 hectáreas, acoge una variedad vegetal realmente interesante que bien merece una detenida visita. Como la microrreserva anterior, la de la Rambla Salinas también se enclava en un monte público perteneciente a la Generalitat Valenciana, en este caso el del Císcar-La Matachosa.
En esta localidad hay que destacar las magníficas formaciones de tarayales de Tamarix gallica que aquí se presentan. Seguramente, de las más interesantes de la provincia. En realidad gran parte del curso del Cabriel es rico en tarayales, pero de Tamarix canariensis. Sin embargo, aquí en la microrreserva, concurren los requerimientos adecuados para que alcance densidades notables el Tamarix gallica, mucho más raro.
El taray es un típico arbolillo de hojas típicamente escuamiformes (en forma de escama) propio de estas zonas margosas y sometidas en muchas ocasiones a inundación por parte de los cauces de la rambla o del propio río. Se acompaña de una serie de plantas asociadas a este tipo de ambientes halófilos como pueden ser la olivarda Inula viscosa o el junco churrero Scirpus holoschoenus, por ejemplo.
Como especies prioritarias para la conservación se propusieron en su momento la saladilla Limonium sucronicum y una preciosa planta, especialmente cuando florece: la Moricandia moricandioides. Esta mata se distribuye por las zonas más cálidas y secas del sur y este de la península ibérica. A nivel comarcal únicamente se conoce en el valle del Cabriel, precisamente asociada a suelos como los de esta microrreserva.
Y ya más retirada del cauce fluvial, a media ladera de la cuenca del río se localiza la otra parcela destinada a la conservación de su flora: la microrreserva de La Hoya del Muchacho. Se sitúa concretamente junto a la carretera que sube de Casas del Río hacia las fincas del Carrascalejo y de La Manchega, a mitad de camino entre La Portera y Los Pedrones.
La microrreserva, que cuenta con 2,99 hectáreas de extensión, pertenece a la Comunidad Budista Soto Zen, gente por la cual he de reconocer mi simpatía por su demostrado amor hacia la naturaleza y el profundo respeto que le profesa. El hecho de que su finca cuente con esta valiosa figura de protección dice mucho de ella. Hay que recordar que, los propietarios de un terreno pueden instar a la Generalitat Valenciana la declaración como microrreserva de flora si la propiedad dispone de elementos naturales relevantes, en este caso de flora. Y desde luego, que la Hoya del Muchacho los tiene. Vamos a describirlos brevemente.
Con una altura que ronda los 650 metros sobre el nivel del mar y una orientación hacia el oeste el paisaje de la finca tiene dos sectores de vegetación ciertamente diferentes. Uno de ellos es el pinar más o menos denso de pino carrasco Pinus halepensis que cubre los lugares de suelos más profundos.
Pero es el otro ambiente, aquel dominado por la existencia de tomillares y espartales en los suelos más pobres, el que tiene más interés para la conservación de una biota más valiosa. En este entorno se dan las condiciones ideales para que prosperen plantas como las albaidas Anthyllis cytisoides, el esparto Stipa tenacissima o el arnacho Ononis tridentata. Pero sin lugar a dudas, las especies más interesantes aquí son algunos endemismos o especies de distribución mucho más reducida como el tomillo morisco Fumana hispidula, Helianthemum cinereum ssp. cinereum, la aliaga enana Genista pumila ssp. pumila, la pebrella Thymus pipperella, la hierba olivas Satureja intrincata ssp. gracilis o la hierba de anteojos Biscutella stenophylla.
Y ya para terminar el monográfico sobre las microrreservas de flora de la Meseta de Requena-Utiel quedan por citar dos más, que también son de propiedad particular y que se establecen en sendas fincas agroforestales del altiplano central. La primera de ellas no está demasiado lejos de la última descrita. Se denomina igual que el caserío donde se localiza: las Casas de Puchero, en las inmediaciones de la aldea requenense de Juan Vich.
Sus 5,2 hectáreas de superficie están principalmente ocupadas por un pinar denso de Pinus halepensis en el que no son raros las carrascas Quercus ilex, especialmente en las zonas más altas de la finca y que rondan los 700 metros sobre el nivel del mar. En las zonas más soleadas es donde aparecen las especies de mayor interés florístico, como son otra vez la hierba olivas Satureja intrincata ssp. gracilis, la pebrella Thymus piperella, pero también el carraspique Iberis ciliata ssp. vinetorum, la escabiosa Scabiosa turolensis ssp. turolensis, o el rabo de gato Sideritis tragoriganum.
Ahora, en la época en que estamos llama poderosamente la atención los preciosos macizos de flores blancas, que como ramos de novias se esparcen por toda la zona. Se debe a la inconfundible floración del lino blanco Linum suffruticosum, planta típica de muchos sectores del Mediterráneo occidental y que caracteriza cromáticamente estos montes.
La finca de Cañada Honda, en Caudete de las Fuentes, completa el listado de las microrreservas de flora comarcales. Perteneciente a las Bodegas Iranzo, pioneros de la viticultura ecológica en la Meseta de Requena-Utiel, la finca ofrece también sus principales elementos florísticos para su preservación futura.
La microrreserva cuenta con una superficie de 1,09 hectáreas en las que como especies prioritarias aparecen el tomillo morisco Fumana hispidula y la hierba de papel Paronychia aretioides, dos plantas de modesto porte que aparecen en las formaciones de tomillares de aquellos sustratos margosos y particularmente secos. La primera es un endemismo de la mitad oriental de la península ibérica que origina unas bellas flores amarillas hacia el verano, desafiando con tenacidad un periodo en el que se alcanzan temperaturas extremas aquí. La segunda, que florece por ahora y también es un taxón de distribución iberolevantina, soporta como pocas la xericidad extrema y la fuerte insolación que se da aquí en los meses estivales.
Esta microrreserva aporta al conjunto comarcal, como se ha visto, interés por sus ricas formaciones de tomillares, agrupaciones vegetales que pocas veces se tiene en cuenta por el paisano pensando que son terrenos yermos o improductivos eriales. La existencia de taxones relevantes como son el tomillo Thymus vulgaris ssp. aestivus, la hierba olivas Satureja intrincata ssp. gracilis, el rabo de gato Sideritis tragorigarum, o la lechetrezna menuda Euphorbia minuta entre otros, reivindican su importancia como formación vegetal singular.
Desde estas líneas valoro y agradezco la iniciativa de los propietarios de estas tres últimas microrreservas de cara a la protección de la naturaleza. Quizás sus ejemplos puedan ser exportados a tantas y tantas fincas agrícolas o forestales en el que la delicada biodiversidad natural está sujeta a bruscos vaivenes por distintas afecciones humanas, y que muchas veces no son tenidas en cuenta.
La educación ambiental y la sensibilización de la sociedad son fundamentales para proteger lo que nos queda de un riquísimo patrimonio vegetal que va viéndose reducido con el paso de los siglos. Ojalá estos artículos divulgativos que con tanta ilusión escribo sumen lo suficiente para acercar un poco más a la consecución de esos objetivos.
Tomillares, tarayales, bosques de ribera o de montaña entre otros paisajes vegetales. Gracias al rápido repaso de las distintas microrreservas de flora de la Meseta de Requena-Utiel nos hemos hecho una idea del tipo de vegetación que tenemos en la comarca y cuáles son sus elementos florísticos más valiosos y representativos.
Ahora es momento de coger la cámara de fotos, una buena guía de plantas, una gorra (que el sol ya va apretando) y salir al monte a gozar de la naturaleza, y en particular de esos tesoros fotosintéticos que se desparraman por cualquier rincón de la geografía comarcal.
A sentir el monte; a disfrutarlo.
JAVIER ARMERO IRANZO