EL OBSERVATORIO DEL TEJO / JULIÁN SÁNCHEZ
Regreso de Madrid, tras unos días de asuntos por la capital de España y me encuentro con la desagradable sorpresa del fallecimiento de mi buen amigo Vicente Gómez Asensio, más conocido en el argot popular requenense por el apelativo de “El Gallo”. Verdaderamente, los que le conocíamos, éramos conscientes de que su estado de salud podría propiciar en cualquier momento el fatal desenlace, pero siempre deseábamos que dicha circunstancia pudiese dilatarse en el tiempo, simplemente porque Vicente era una persona muy apreciada por muchos requenenses.
Será una coincidencia, pero no deja de ser significativo que el fallecimiento de Vicente haya acaecido justo en el aniversario de los 95 años de la muerte de José Gómez “El Gallo”, el gran Joselito en la plaza de toros de Talavera de la Reina. Vicente compartía enormes similitudes con José, excepción hecha del apellido; una el seudónimo, otra el sentido del arte en su mayor y más significativa afición, tal y como mostraba José en el toreo y Vicente en el concepto del balompié. Ambos derrochaban arte a raudales en la elaboración de sus inclinaciones, por ello se antoja más que significativa la confluencia de su partida en la fecha del 16 de mayo.
Cuando ha venido a mi mente el histórico apelativo de familia de Vicente, la “denominación de origen”, tal y como suelo calificar yo mismo a los seudónimos requenenses, no he podido resistirme a la tentación y me he puesto, siquiera por un momento, de pie. Decir “Gallo” en Requena es lo mismo que denominar emprendimiento, trabajo, dinamismo, compromiso. Nunca he conocido a ningún Gallo en el paro, cuando no había trabajo lo buscaban y si no lo encontraban lo inventaban, la inactividad era algo ajeno a la voluntad de ésta estirpe y Vicente era el paradigma de todos ellos.
Tal y como antes he bosquejado anteriormente, como deportista Vicente Gómez era un auténtico virtuoso. Sentía el fútbol como un arte genuino, un centrocampista acaparador de un sentido futbolístico basado en conceptos tan arduos como podemos considerar la calidad, la destreza en el dominio de balón y la distribución del juego con una excepcional maestría. Aunque sus circunstancias físicas eran verdaderamente extraordinarias – Vicente era un atleta muy completo -, sus características en la práctica del juego venían a ser especialmente técnicas e imaginativas, nunca empleaba la fuerza para consumar su fútbol, su fuerza era su enorme discernimiento mental y su habilidad en el manejo del esférico.
Como entrenador Vicente solía emplearse con sus pupilos del mismo modo con que lo venía haciendo en la práctica directa del fútbol; amplia capacidad didáctica, marcado concepto del diálogo y gran sentido de la persuasión y de la psicología individual y colectiva, su agradable talante facilitaba enormemente el entendimiento. Siempre solía encontrar en cada jugada algún concepto que saltaba a la comprensión de cualquier aficionado normal y lo solía explicar de forma tan clara que hasta avergonzaba no haberlo podido discernir a simple vista, era un auténtico pedagogo de la didáctica deportiva.
A principio de los años 60 de la pasada centuria, Vicente fue, junto con otros pioneros del fútbol local, el organizador de las categorías inferiores del S.C. Requena dando forma al fútbol base requenense. Junto a él sería de justicia recordar a requenenses modestos, pero enormemente entregados a la causa, ya desaparecidos tal y como podemos recordar a Pepe Carrascosa, Paco Zarco, Tomás Iranzo “El Churri”, Rafael Maíques, Isidoro Sánchez “El Alpargatero” y Vicente Fernández “Manduca”, todos ellos plenamente entregados al fomento del fútbol base local con la única recompensa de la satisfacción de su propia afición y su amor a Requena.
Excepción hecha de su afición futbolística, Vicente Gómez era un hombre culto que amaba la literatura en todas sus vertientes. Era muy frecuente encontrármelo en cualquier recital poético al que mi buen amigo Pepín Serrano casi me “obligaba” a celebrar en el Club del Pensionista de Avenida de Arrabal que él mismo presidía. Vicente se hacía presente con sus hermanos Pepe e Isidro -cuanta gente buena nos ha dejado-, recuerdo que siempre me decía; “Julián, no dejes de escribir nunca, yo leo todo lo que escribes, me da igual que sea en verso que en prosa, me gusta leer lo nuestro, cosas de Requena, disfruto mucho leyendo nuestras cosas. No dejes de escribir nunca”.
Como verás Vicente, sigo escribiendo, simplemente porque es algo consustancial en mí, no se si bien o mal, pero lo sigo haciendo y siempre me han animado a hacerlo las gentes como tú. Gentes nuestras y sencillas que te observan por la calle y se dirigen a ti como uno más de ellos, que es lo que tú y yo hemos sido siempre, uno más de nuestros ciudadanos. Cada uno en su papel, pero complementando y cohesionando a nuestra manera este amplio tejido social requenense variopinto y un tanto prosaico, pero que atrae y fija el alma.
Contigo se marcha otro de nuestros hombres buenos, otro gran requenense de ejercicio y de corazón, pero dejas un campo muy abonado, muchos gallos en este hermoso corral, quienes seguramente habrán de dejar en buen lugar tu linaje. Solo me resta decirte que, cuando te llegues con Pepe y con Isidro, les digas que les recuerdo con el cariño de siempre y que seguramente algún día, cando Dios así lo disponga, podré daros en exclusiva otro nuevo recital poético de esos que tanto os gustaban. Volveremos a recordar nuestras cosas, nuestro pueblo, nuestra Requena.
Descansa en paz Vicente, tal y como tú bien te mereces por tu gran corazón y hombría de bien, te lo desea tu amigo
Julián Sánchez