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Requena (27/06/17) . Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel -Javier Armero Iranzo

Con este curioso título, ya se podrán imaginar de lo que va a tratar el ensayo que tienen delante; y que por cierto, debido a su extensión se publica en dos partes.

El avión común es una de las aves más populares y conocidas de las que habitan nuestro entorno más inmediato. De hecho sus nidos, unos característicos cuencos de barro que sitúan bajo los aleros de las viviendas, se localizan muchas veces en las fachadas de nuestras  mismas casas; o como mucho en la barriada donde vivimos. Y de eso quería hablarles en el capítulo de hoy.

Originalmente, en la noche de los tiempos, el avión común nidificaba únicamente en los cantiles naturales, bajo los extraplomados de los cintos rocosos. Se distribuía, lógicamente por sierras y desfiladeros, sujeto a esa necesidad de ubicar sus nidos en peñascos y riscos. Con la sedentarización del ser humano, allá por el Neolítico, y con la proliferación de los primeros asentamientos, el avión pudo ir adaptando su ecología al nuevo panorama paisajístico que se abría.

Casas, edificios y otras construcciones humanas de cierta envergadura asemejaban de alguna manera a las paredes naturales donde poder acoplar sus inconfundibles nidos. Y desde entonces hasta ahora, que llegamos a considerar al pequeño protagonista del presente escrito como un ave esencialmente urbana y antropófila. No obstante, y recordando otras épocas, todavía se pueden encontrar en los más apartados parajes algunas colonias de aviones comunes rupícolas; y nuestra comarca no es una excepción.

El avión común, con unas mínimas dosis de sensibilización y educación ambiental, podría cumplir en nuestros pueblos y ciudades una función que estoy seguro que pocas personas tienen en cuenta ahora. Y es la de acercar la naturaleza salvaje a los ciudadanos; ciudadanos que en muchas ocasiones, sumidos en sus prisas y aceleradas rutinas, se encuentran en su mayoría muy desligados de los procesos naturales.

La naturaleza que se acercó al hombre, y que ahora tiende su mano para que el hombre se acerque a la naturaleza. Hombre-naturaleza / Naturaleza-hombre; binomio fundamental que se halla en horas bajas.
Mi querido vecino: el avión común. Veámoslo con otros ojos.
El avión común (Delichon urbicum) es un avecilla parecida anatómicamente a la golondrina común (Hirundo rustica), y de biología y comportamiento también muy similar. Aunque en el caso de la golondrina, que originalmente también criaba en los roquedos, la dependencia por el ser humano se fue haciendo mayor paulatinamente, hasta tal punto que en la actualidad, únicamente, se reproduce en nidos instalados en viviendas y construcciones del mundo rural.

Hay varios detalles que, si uno presta un poco de atención, permite distinguir ambas especies fácilmente. En primer lugar el avión tiene un tamaño más discreto y una silueta con una cola ahorquillada de mucha menor envergadura que la popular golondrina. Además carece del colorido anaranjado de su rostro; y en su plumaje destaca claramente la presencia de una franja blanca en la parte final de su dorso, conocida como obispillo, y que se aprecia muy bien en vuelo.

En cuanto al tipo de nido y al lugar que elige para ubicarlo en una vivienda también hay diferencias claras al respecto. Así el nido del avión, hecho con bolitas de fango que va pegando unas con otras, tiene forma más o menos semiesférica y lo solapa eficazmente al techo. En su estructura deja libre un pequeño orificio por donde a duras penas entran y salen los adultos cuando crían. En cambio la golondrina construye unas características tazas a base de pegotes de barro dejando su interior al aire libre. Pero, quizás, lo más definitivo a la hora de la identificación sea que el avión común lo dispone en el exterior de los edificios; en las mismas fachadas y bajo las cornisas, aleros o balcones. Las golondrinas, por su parte, lo hacen en el interior de corrales, establos y porches, o al abrigo de las cámaras superiores de las casas de campo, cobijándolos así de las inclemencias atmosféricas.

En lo que respecta a la selección del hábitat las golondrinas ocupan ambientes más rústicos. Así, suelen evitar el interior de las poblaciones y prefieren instalarse en las cercanías de campos, eriales u otros lugares que les proporcionen el alimento que precisan. Los aviones, en cambio, llegan a entrar en el interior de las urbes, incluso de las grandes ciudades, ajenos en cierta forma al ruido, a la circulación y a la mayor carga de contaminación atmosférica que se respira en comparación con la tranquilidad del típico paisaje rural de la golondrina.

Aunque ambas especies son hábiles cazadoras de insectos que capturan en el aire con un vuelo muy preciso, también su ecología espacial es ciertamente distinta. Para evitar una posible competencia explotan nichos ecológicos diferentes en función de la altura donde cazan. Mientras que las golondrinas gustan de repartirse los recursos tróficos a pocos metros sobre el suelo o incluso a ras del mismo, los aviones ocupan un estrato superior, habitualmente por encima de las viviendas y fincas. Las altas cotas son para los vencejos comunes y pálidos Apus apus y Apus pallidus, prodigios alados del  paisaje urbano, y mucho más rápidos y adaptados al medio aéreo.

Qué útiles son estos pajarillos para los seres humanos. Eficaces insecticidas, actúan como verdaderos controladores naturales de plagas. Se alimentan de ingentes cantidades de moscas, mosquitos, cochinillas y pulgones que capturan al vuelo. Se sabe que cada pareja de aviones de nuestros barrios pueden capturar alrededor de mil ejemplares de insectos en un solo día. Además no suelen cazar a más de dos kilómetros de su nido por lo que el impacto sobre la población de insectos en los pueblos y ciudades es realmente considerable ¿Se hacen idea de lo beneficiosos que resultan?

El proceso de la reproducción de esta especie es realmente interesante y fácil de observar por el paisano. Es una magnífica oportunidad para recrearnos en un proceso natural que, en la mayoría de especies silvestres queda reservado para el intrépido ornitólogo o el curioso naturalista que se interna en el medio natural, muchas veces demasiado lejano y plagado de incomodidades. Una invitación para conectar con la naturaleza.

Los aviones ya regentan sus territorios de cría nada más llegar del continente africano donde pasan el invierno. Lo normal es que aparezcan en nuestras localidades a lo largo de mes de marzo, más bien a partir de mediados, aunque no son raras las primeras citas ya en la primera quincena. Curiosamente este año vi los dos primeros ejemplares rondando nidos de la temporada anterior el 27 de febrero.

Poco a poco su presencia se va haciendo más numerosa en las calles y en los cielos de los pueblos, siendo abril el mes de la arribada de la mayoría del contingente.  Por entonces las visitas a los nidos se intensifican y en ellas se inspecciona el estado en que se encuentran. No tardarán apenas en reconstruirlos si es necesario, o reforzar sus estructuras con pelotillas de barro que cogen de las orillas de los charcos o de los cauces y que van adheriendo con habilidad.

En muchas ocasiones inician la construcción por completo, bien porque el anterior nido no soportó el paso del invierno o bien porque lo construyen en una nueva ubicación. En cualquier caso, es fundamental para la crianza que la campaña sea lo suficientemente lluviosa para que el entorno de las áreas de cría presente cierta disponibilidad de barro.

Es una verdadera maravilla poder contemplar el proceso de construcción en el que, un viaje tras otro, llegan a colocar del orden de 700 a 1500 bolas de fango mezcladas con su propia saliva. Desde luego, es un trabajo considerable y digno de admiración en el que pueden sobrepasar con creces distancias de más de 1.000 kilómetros si sumamos todos los trayectos parciales. Háganse una idea; si el punto de donde acarrean el barro está a una media de 500 metros del emplazamiento del nido (en muchas ocasiones, bastante más) recorrerán un kilómetro cada vez que vayan y traigan con una bolita de fango. Si multiplicamos por esas 700 a 1500, o incluso por 2.000 bolas como sugiere algún otro  investigador, comprobaremos lo titánico que resulta construir un nido entero al inicio de la temporada de cría. Realmente sobrecogedor.

Las fechas de puesta por nuestras latitudes se dan normalmente hacia finales de abril, y sobre todo a lo largo del mes de mayo. Suelen poner de 4 a 6 huevos que son incubados por los dos miembros de la pareja durante 15 ó 16 días aproximadamente. Los polluelos, por su parte, necesitarán unas tres semanas para completar su desarrollo y emprender el vuelo. Durante ese tiempo, las idas y venidas a los nidos son continuas llevando los adultos las cebas compuestas por insectos voladores. El milagro de la vida a las puertas de nuestra casa. Bonito espectáculo.

No acaba aquí la cosa, pues lo habitual es que esta especie realice dos puestas anuales e, incluso, no son raras tres si las condiciones del medio lo permiten. Por tanto la crianza se puede alargar fácilmente durante todo el verano. Veranos de frenética actividad en nuestras calles, en nuestros pueblos.

Aunque ya en agosto se nota el flujo de individuos hacia el sur, septiembre es el mes tradicional de las partidas hacia los cuarteles de invernada situados preferentemente en el África subsahariana, llegando incluso hasta el extremo sur del continente. Las últimas citas de ejemplares en paso se dan a lo largo del mes de octubre, llegando incluso a observarse a finales de mes algún grupo más tardío.

Queda aún mucho por comentar de esta bonita e interesante especie. Pero lo dejaremos para el siguiente ensayo; dentro de dos semanas.

Mientras tanto, obsérvenla y disfruten con su presencia en su calle; en su barrio. No pierdan detalle.
Mi querido vecino: el avión común

JAVIER ARMERO IRANZO

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