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LA BITÁCORA DE BRAUDEL / JCPG

La verdad es que esta columna ha tratado desde sus inicios de permanecer un poco en el margen de lo político, pero como, finalmente, todo está impregnado del barniz -a veces nauseabundo- de la política, es inevitable que entremos en cuestiones de esta índole. No es precisamente tema agradable porque en los últimos 15 años la política española está poseída de un sectarismo muy fuerte, a veces cruel. O estás conmigo o contra mí, parece ser un lema absolutamente actual. Se utiliza un vocabulario no ya bélico, al que parece que ya están acostumbrados nuestros oídos y bocas enlos mismos acontecimientos deportivos, sino a veces propio de delincuentes tabernarios, dispuestos a sacar la navaja cabritera en cuanto alguien les incomode en lo más mínimo. Resbalar hacia la xenofobia no es nada extraordinario. El asunto del famoso concejal madrileño dado a las bromitas sobre el holocausto judío es el último exponente de esta xenofobia. Lo significativo es que se trata de un odio antiguo, sumido en los fantasmas más viejos de nuestra sociedad. El chiste de marras, el que a algunos hace gracia es:

“¿Cómo meterías a cinco millones de judíos en un 600? En el cenicero”. El profesor Juliá, asiduo escritor en El País, escribió que el tuit trataba de “machacar, pulverizar, destruir las voces que nos llegan de aquel horror…El exterminio de los judíos, así contado, es recibido con una carcajada por el público al que va destinado” (“Destruir el recuerdo del mal radical”, Santos Juliá, en El País, 21 de junio de 2015). Les recomiendo que lean el artículo de Santos Juliá, si es que no lo han hecho ya; pero creo que hay algo que el venerable profesor, quizás por cierta proximidad ideológica al origen del tuit, olvida o incluso orilla. Partiendo de que con casi todo lo que dice en su artículo estoy de acuerdo.

A mi modo de ver no se trata de un simple chiste; es evidente. Los defensores del concejal, de manera sorprendente, parecen alinearse con el odio al disculpar lo que es una aberración, un pestilente producto de la vieja mentalidad racista. Tampoco, está claro, estos elementos que pueblan el paisaje de nuestra política (los hay en otros partidos: recuérdense los comentarios de algún político del PP sobre la gente que todavía busca a sus familiares en las cunetas de la guerra y la post-guerra españolas, a los que tildaba de aprovechados que sólo buscaban sacar perras del asunto de la memoria histórica), digo que estos políticos no soportarían bromas sobre la gente asesinada en la guerra civil por el bando franquista. Pero esto es asunto menor. Menor porque el problema tiene un calado más profundo, y quizás está centrado en una serie de factores que siguen operando en la sociedad española, aparentemente moderna y quizás con resíduos arcaizantes que sacan de vez en cuando la cabeza.

El primer factor es el arcaísmo de una serie de referencias culturales que algunos sectores de nuestra política mantienen. Resulta patético y preocupante al mismo tiempo que todavía se idolatre el régimen de 1931 como alternativa verdadera al de 1978, ahora ciertamente cuestionado en su viabilidad. Un régimen surgido no precisamente de un consenso, ¿puede ser clave para una España que necesita transformarse y afrontar mejor el futuro en Europa? Para mí, desde luego, la respuesta es negativa. Igualmente la presencia de los viejos símbolos franquistas, ciertamente residual, como la existencia de desaparecidos fruto de la brutal represión del régimen es también un aspecto todavía sangrante y vergonzoso. Pero no hará falta recordar el terrible asesinato de Andreu Nin por la hueste del comunismo, esta vez en su rama estaliniana. Así que, mucho cuidado con los arquetipos culturales que cada cual se construye.

Pero aún hay más hilos que están por ahí sueltos. A mi modo de ver, el tuit del concejal madrileño es la muestra de cómo el odio y la simple basura son rápidamente asimilados o difundidos por las nuevas formas de comunicación. El problema es que llegan a una sociedad sonámbula, privada ya de sus anclajes morales y culturales, con la secuela que de aquí puede surgir que no es otra que una putrefacción de la vida cívica. Quizás habría que preguntarse por qué mensajes de odio como estos no incitan medidas judiciales. Seguramente en otros países cercanos ya se habrían tomado medidas: ¿puede entenderse sólo como un chiste? ¿Igual que los que hacemos sobre los de Lepe?

Un trabajo de los historiadores Álvarez Chillida y Preston remarca especialmente la importancia que la lucha contra el judaísmo ha tenido en la formación de una mentalidad violenta de las clases medias en España después de la Primera Guerra Mundial. El marxismo y la masonería (que naturalmente eran hijas del judaísmo) fueron los principales responsables de todos los males de España; la Segunda República era la hija de la conspiración judía internacional que quería conquistar España. No se puede olvidar que durante la Guerra Civil, Franco, de su puño y letra, escribió una gran cantidad de panfletos antisemitas y el anti-semitismo fue, sin duda, uno de los principales componentes de la propaganda franquista.

El odio también engorda. Hay quien se aprovecha de él, se alimentan del odio. El odio tiene una función política indudable; hay mucho en la historia que podríamos sacar ahora. Pero España posee más antisemitismo del que aparentemente se percibe. Fue el odio a los judíos, enraizado en el tiempo medieval, el que más tarde se convirtió con el correr de los siglos en el odio al Estado de Israel por sus acciones contra los palestinos. ¿Nadie recuerda que antes de su conversión en respetable hombre de Estado Arafat fue un afamado terrorista que mataba incluso a niños? ¿Nadie está dispuesto a reconocer que existe, dentro de una sociedad aterrorizada, un sector de los israelitas que son partidarios de un acuerdo de paz? ¿Es que nadie lee libros como el de Shlomo Sand? Realmente, ¿hay gente que cree que todos los israelíes se identifican con Netanyahu? Y, ¿alguien puede creer que todos los palestinos son partidarios de lanzar cohetes y matar?

Da la impresión que los españoles nos dejamos llevar rápidamente por el primero que llega a nuestra puerta.  ¿No hemos aprendido nada de la historia?. Así van medrando las larvas y colocan ante la sociedad mensajes de odio que ocultan magníficamente la crisis y los problemas asociados a ella. En un país donde las bajísimas historias de la obscenidad de sus hombres públicos y famosos de turno vende tanto en la tele y las revistas, este tipo de mensajes acaban encontrando eco inmejorable. Hemos sido educados en la incultura desde hace tanto tiempo que el primer charlatán que se disfraza con hábito nuevo nos parece adecuado para representarnos. Parece fruto de un maquiavélico plan. Con perdón de Maquiavelo.

Las ilustraciones que acompañan a esta columna proporcionan algunos libros claves para ilustrarse al respecto. Falta tanta lectura para consolidar el respeto a las ideas de los demás, que estos libros parecen poco. Algo es algo.

En Los Ruices, a 23 junio de 2015.

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