LA BITÁCORA//JCPG
Hace frío ya por las mañanas, en hora temprana. Aún es fines de octubre y se nota que el tiempo está virando cada día hacia el otoño pleno. Hace un tiempo impropio, según este hombre del tiempo que va a mi lado; no es normal que a las 11 podamos estar con pantalón corto y camiseta, como en verano. Uno no necesita ver el tiempo en la tele; lo único que basta es un buen hombre del tiempo del terruño, conocedor de los vientos y de las grandes evoluciones del tiempo en esta tierra. No lloverá el fin de semana, que diga misa el de la tele. Es su predicción. Llover en estas latitudes significa caer una cantidad de agua apreciable; 4-5 litros es la nada misma.
Este hombre que me acompaña, casi octogenario, curtido por los inviernos, azotado por los calores veraniegos, conoce al dedillo cada viento, cada insinuación de las mañanas; asocia amaneceres y atardeceres, barrunta el tiempo de semanas enteras. Mientras no caiga una escarcha, de esas que acaban por liquidar las hermosas pámpanas que aún pueblan los bobales; escarchas de las que cubren de blanco la hierba de los ribazos; mientras tanto, el tiempo no dará muestras de cambios significativos. No puede durar mucho este tiempo tan bueno, dice y repite.
Alguien dijo aquello de que el paisaje refleja el estado del alma, que al leerlo estamos pasando páginas también de nuestra alma. Quizás. El otoño tiene colores muy llamativos en nuestra tierra, aires refrescantes que son anuncio de cambios. El concepto de belleza, cuando asoma su morro por estos campos de viñas, se transforma por completo. Me gustaría saber por qué puede considerar más bello el Panteón de Roma que una de estas viñas. Estas viñas floreadas a la antigua usanza, plantadas a mano, emparradas, podadas con primoroso cuidado, acunadas por sus dueños como si fueran criaturas infantiles a las que hay que proteger;… el concepto de belleza no debe cambiar, que ya lo ha hecho bastante en los últimos doscientos años; en realidad, debe enriquecerse con este paisaje creado por seres humanos.
Terminó la vendimia y las viñas están llenas de tractores. Ahora se labra. Tengo que aprovechar con los 15-20 litros que cayeron el otro día, me dice. La tierra va muy bien.
Mi acompañante, pragmático y cartesiano en muchos aspectos, no percibe tanta filosofía. Por eso se ha encaminado de buena mañana a la carnicería para pertrecharnos con suculentos frutos ganaderos. Extraigo el paquete de la nevera: unos muslos de pollo enmascaran las auténticas joyas de este asado, unas magníficas tajás que se nos regalarán en la boca.
Nadie puede resistirse a un buen asado. Incluso el asado en lumbre transforma por completo el sabor del pollo, esa carne a la que nos hemos aficionado tanto. La verdad es que tenemos poco de pitagóricos, ya que se cuenta que los pitagóricos, cuando les encallaba, pasaban días preparando un festín; el esfuerzo era grande, pero c cuando ya tenían la comida y la bebida a punto, preparaban la mesa, servían los manjares y, sin llegar a probar nada, se levantaban y se iban. Las cosas que sólo tienen que ver con la supervivencia las consideraban dignas de los criados. Desde luego, no estaban ante un asado como el que nos vamos a trajinar hoy.
Por otra parte, hay que ver qué poco me agrada noviembre. Tiene que ver con lo pronto que se pone el sol. Todo se oscurece, pronto, prontísimo, a eso de las 18 horas. Es como si echaran el telón. La tarde apenas existe. Menudo mes este noviembre que empieza pa To los Santos y termina por San Andrés.
En Los Ruices, a 30 de octubre de 2019.