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LA HISTORIA EN PÍLDORAS. IGNACIO LATORRE ZACARÉS

Uno de los elementos más tradicionales de nuestras fiestas son las hogueras. Existe algo en el sencillo acto de prender una hoguera en la oscuridad de la noche, más si cabe en invierno, y que te retrotrae a emociones profundas, atávicas, que deben proceder del origen de los tiempos. Algo así sucede cuando se observa la hoguera de San Nicolás en Requena del pasado 5 de diciembre o la extraordinaria pira a la que ayer 9 de diciembre le “pegamos chista” en Venta del Moro en honor de la Virgen de Loreto. Antiguamente, había personas que lanzaban a la hoguera su boina vieja para calarse la nueva hasta el siguiente año (quemar lo viejo / iniciar una nueva etapa). Grandes hogueras comunales que conviven con las humildes hogueras de barrio que confeccionamos en la víspera de San Antón acompañadas con viandas asadas y cohetes rateros y con el calor de la amistad de vecinos y familiares que se enfrentan al helor nocturno con el antídoto del crepitar de la leña y la convivencia. Los antiguos habitantes ribereños del Cabriel aún se acordaban de las teas que colgaban de los pinos las noches de San Blas y la Candelaria sin que hubiera nunca un incendio, como ellos recalcaban.

Estas son las hogueras tradicionales, pero la actualidad me lleva a otra clase de fogatas: las intencionadas o inesperadas. En el archivo del municipio sevillano de Los Palacios se declaró un incendio que ha afectado a gran parte de su documentación. Un incendio con fondo de sospecha, pues justamente había una imputaciones a alcaldes que quizás pudieran estar en el origen de la pira, aunque los informes apuntan a un accidente electrodoméstico. La actitud valerosa de su archivero, muchas manos anónimas y el recurso al ingenio han servido para salvar y restaurar parte del patrimonio documental.

Intencionados o no, los archivos poseen en el fuego uno de sus principales y temibles enemigos. Así lo entendió el propio Felipe II que dictó unas normas para el poderoso Archivo de Simancas en las que obligaba a mantener limpias las chimeneas y que no pudiera hacerse fuego en ellas y también ordenaba que el personal entrara y saliese de trabajar de día, con la luz del sol, para no utilizar las peligrosas velas. Si estas mismas normas hubieran sido respetadas en El Escorial no se hubiera producido la pérdida de 6.000 códices valiosísimos devorados en 1671 por un fuego originado al arder el hollín de la chimenea del colegio del Monasterio. El Rey prudente no hubiera soportado la visión de su biblioteca quemada.

El ataque a los archivos y bibliotecas ha sido una constante. Documentación es poder y una de las formas de atacar al contrario ha sido destruir sus archivos. Uno de los muchos destrozos austracistas contra los borbónicos requenenses en 1706 fue la mutilación de la Carta Puebla de Requena ahí donde más les dolía, en la rueda real, el elemento que validaba el documento y las preeminencias que desde 1257 disfrutaban los requenenses. El incipiente archivo municipal de Venta del Moro fue también destruido por uno de los continuos ataques carlistas contra la población que siempre había optado por la bandera liberal e isabelina (la que les había concedido la emancipación).

Una de las grandes pérdidas culturales de la humanidad fue el misterioso incendio de la Biblioteca de Alejandría, el gran archivo de sabiduría que fue fulminado en la época antigua. La Biblioteca de Alejandría fue rehecha en 2002 gracias a un megalómano proyecto de la UNESCO, pero en su cortísima nueva vida ya ha sufrido dos importantes ataques; el último de los seguidores de Morsi. En los conflictos bélicos existe una intencionalidad manifiesta de destruir el pasado del contrario atacando su patrimonio documental como bien ha podido verse en la guerra de los Balcanes e Irak con la destrucción de las bibliotecas de Sarajevo y Bagdad.

El temor al documento como aval de la legitimidad política o incluso de la propiedad privada ha impulsado a la quema de los archivos, sobre todo en España, un país que iniciaba el s. XX con un 64% de analfabetismo y donde, como nos recuerda Alfonso García en su sensacional libro, nuestra comarca oscilaba entre unas tasas de analfabetismo del 66% de Utiel y el 82% de Venta del Moro.

Paco Arroyo, en ese magnífico libro que va a publicar y que tuve la suerte de leer en su versión primigenia manuscrita, nos recuerda que el 11 de enero de 1933 una revuelta revolucionaria y libertaria en Fuenterrobles fue la causa de la quema de gran parte del archivo municipal y la biblioteca. La revuelta acabó con 14 jornaleros encarcelados y la desmoralización de un alcalde que dimitió al poco tiempo. Más tarde, en 1936, en el mismo Fuenterrobles, se saqueó el otro archivo, el parroquial.

Fuenterrobles no ha sido una excepción en la comarca. En 1936 ardieron muchos archivos comarcanos, entre los principales el rico archivo municipal y también el parroquial de Utiel. Cuántas gracias habrá que dar a Ballesteros por hacer una gran historia de Utiel (y casi de la comarca) antes de la destrucción del archivo. Una vez desaparecido el archivo, la labor incansable de historiadores de Utiel (Martínez Ortiz el primero, Martínez Martínez, Alabau…) ha ido recomponiendo y profundizando en la historia utielana apoyándose en archivos foráneos, pero lamentando siempre la carencia del archivo propio municipal. En Caudete no tuvieron la suerte de ningún “Ballesteros”, pues como bien indicó García Ejarque, cuando unos “ignorantes emplearon el antiguo archivo municipal para hacer una fogatina al comienzo de nuestra Guerra Civil” (autor dixit), nadie antes le había hincado el diente.

En Requena se salvó el potente archivo municipal, aunque sí que fuera saqueado el registro de la propiedad. Camporrobles y Venta del Moro también libraron sus respectivos archivos de la lumbre destructora y nada purificadora.

En pleno siglo XXI se siguen destruyendo archivos por motivos políticos y religiosos, y no sólo por talibanes fanáticos, como bien puede comprobarse en los últimos casos de corrupción nacional donde son borrados con impunidad y sin sanción archivos electrónicos con documentos comprometedores. Y así nos va…

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