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EL OBSERVATORIO DEL TEJO / JULIÁN SÁNCHEZ

                Es cierto que no venía a resultar lo mismo el hecho de estudiar el marxismo en tiempos de nuestra posguerra que en la actualidad, ni mucho menos. En aquellos tiempos, años cincuenta y principios de los sesenta, la literatura marxista y bakuniana la teníamos que conseguir en la clandestinidad y leerla en la última cueva, estaba gravemente penado el hecho de poseer esta clase de literatura y mucho menos hacer alarde de ella. Consiguientemente, obtenerla devenía muy difícil y conservarla muy peligroso.

Una de las acusaciones más graves que podían efectuar a alguna persona en concreto por parte del establishment franquista era la de ser comunista y, en consecuencia podrías serlo, pero en modo alguno aparentarlo, las derivaciones eran más que perniciosas para tu propia seguridad. Es este ambiente convivíamos la juventud más inquieta de la época con los rudimentarios medios que contábamos a efectos de contrastar nuestros conocimientos y experiencias políticas. No disponíamos ni de recursos, ni de posibilidad de acceder a material alguno que llegase a proporcionarnos el derecho a la comparación, por lo tanto llegábamos a asumir, sin demasiado esfuerzo, las eternas y ponderadas bondades del anunciado paraíso socialista que en la añorada Unión Soviética supuestamente llegaba a otorgar al ciudadano una consolidación vital plena de libertad y abundancia.

Nirvana que vino a ser reducida a cenizas en cuanto hace ahora veinticinco años el derrumbe de un oscuro telón confeccionado a base de hormigón y acero – el acero de las balas que persistentemente atravesaban los cuerpos de los disidentes en busca de la libertad -, dejó diáfano a nuestra vista un panorama de mentira, miseria y corrupción en el que habían quedado sometidos a la fuerza durante décadas de sufrimiento millones de personas que siempre fueron víctimas de la mayor dictadura gestada jamás.

Los neomarxistas de la actualidad, ya acceden a diario al vestíbulo de su universidad con la mochila bien repleta donde no falta, junto al bien surtido bocadillo, el móvil de última generación, la Play Station, así como el eboock digital donde suelen acumular un gran fondo temático sobre las teorías de los más eminentes ideólogos marxistas desde Carlos Marx hasta Joan Robinson o Kalecki. No les falta verdaderamente de nada y si alguna carencia experimentan, para eso está dispuesto el bolsillo de papá a los efectos de proveerla.

Todo neomarxista al uso, comparte con el resto de camada un sustancial objetivo que vienen a identificar, según el auténtico espíritu más elemental en la materia, como el pensamiento y la acción, la teoría y la política. Principalmente  lo que acapara más su atención son las partes del sistema marxista que tienen o aparentan tener importancia directa para la táctica socialista, lo que ellos reconocen como la última fase, la denominada fase “imperialista” del capitalismo.

Consecuentemente y debido a ello, no les interesa gran cosa la dialéctica hegeliana, ni la teoría del valor-trabajo, ni la cuestión de si es o no es posible transformar los valores de Marx en “precios de producción”, sin alterar la suma total de plusvalía. Les interesa, en cambio, mucho el “imperialismo”, el problema del hundimiento o crisis general del capitalismo y, por lo tanto, la teoría de la acumulación, de la crisis y de la pauperización y muy especialmente las corrupciones del sistema democrático como medio de acceso al poder mediante la canalización de la fuerza y la ira del descontento ciudadano.

En consecuencia, en cuanto detectan a alguien no afín a la causa, lo normal es intentar callarle la boca mediante la política del amedrentamiento, recurriendo al viejo dicho fascista: “tenemos un problema y hay que arreglarlo” y entonces surge la reacción; en lugar de tratar de rebatir las ideas con ideas se recurre a la “criminalización” del disidente mediante  la consigna admitida por parte de un cobarde que se esconde en el anonimato digital. Seguramente se trata de un pobre hombre que bebe para envalentonarse en las redes sociales. En todo caso un  desgraciado con mentalidad de psicópata que ha conectado con el lenguaje bravucón de Podemos y siente que en ese marco político puede amedrentar a otros, zambulléndoles en el lebrillo maloliente de la corrupción sin pruebas ni fundamento de clase alguna,  llevado de su última y miserable intención de privarles del ejercicio de su más elemental y constitucional derecho a la libertad de expresión.

Espero, por el bien de mi ciudadanía que esta gente no ocupe nunca el poder, como también espero que los partidos políticos al uso en nuestro vigente elenco democrático despierten de una vez, pierdan sus miedos y reaccionen en consecuencia poniendo a buen recaudo a los corruptos que están asolando nuestro país utilizando la propia democracia, dando alas con ello a esta nueva casta naciente que lleva camino de llevarse por delante a todo un sistema que, para su institución, muchos arriesgamos algo más que nuestra ilusión democrática.

La regeneración del sistema no pasa en modo alguno por el ascenso de Podemos al poder, no se trata de sustituir una casta por otra, sino todo lo contrario. La regeneración y puesta en vigencia del sistema, pasa por afrontar la elaboración de unas leyes que penalicen contundentemente el abuso y la corrupción en que dicho sistema está inmerso, así como una renovación del procedimiento electoral donde el ciudadano se sienta efectivo y directo partícipe sobre la elección de quien haya de representar su voluntad a cada nivel. Todo ello propiciado mediante una auténtica liberalización del sistema judicial que lleve implícita una total independencia de la judicatura sobre los intereses partidistas, financieros y gubernamentales donde además, el Fiscal General sea efectivamente elegido por el Estado y no por el Gobierno de turno. Montesquieu debe volver a la vida.

Pero para que ello pueda llevarse a buen término, habría que efectuar previamente una limpieza general sobre las actuales estructuras partidistas donde se sustituyan viejas y acomodadas personalidades por otras mentalidades nuevas donde prime el deseo temporal de servicio público sobre la persistencia indefinida en el sistema hasta llegar a convertirlo en un medio de vida propio de carácter indefinido mediante intereses inconfesables.

Todo lo demás será seguir alimentando el batiburrillo, la incertidumbre, la especulación y la falta de credibilidad de nuestro país ante las grandes instituciones internacionales y la inversión. Simplemente lo contrario a lo que este país necesita como el sol de cada día para iluminarse.

Julián Sánchez

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