LA HISTORIA EN PÍLDORAS. IGNACIO LATORRE ZACARÉS
Sabido es que durante la II República, el Estado hizo un enorme esfuerzo por impulsar la educación para que llegara hasta los lugares más recónditos de una España aún rural y con tasas demoledoras de analfabetismo que se elevaban a nivel nacional y también en nuestra Meseta de Requena-Utiel en un 32% de la población. Por primera vez, un gobierno incluía entre sus objetivos más importantes elevar el bajo nivel educativo y cultural de las clases populares en la creencia de que el analfabetismo imperante era la causa más importante del atraso español.
La labor de creación de escuelas durante la II República fue muy importante. Las propias aldeas de nuestra comarca vieron cómo se erigían escuelas y en algunos casos sus años de fundación aún permanecen en sus viejos locales ya destinados a otros menesteres (1931, 1932…). Pero no sólo se preocuparon por crear escuelas, sino también por llevar hasta el último rincón de España el libro creando bibliotecas populares. Porque existía otro problema fundamental complementario al analfabetismo cual era la realidad de que en muchos lugares de España no llegaba el libro debido a la falta de bibliotecas y la debilísima industria del libro, por lo que muchos alfabetizados habían perdido su capacidad de leer. Drama doble pues.
Las primeras medidas republicanas obligaron a que cada escuela tuviera su propia biblioteca. Las bibliotecas se convirtieron en centros de formación permanente como apoyo y complemento a la escuela laica, pública y gratuita. El libro era un instrumento de divulgación, formación y diversión, así como un agente fundamental en el proceso de culturización popular desarrollado por la República.
María Moliner (la del Diccionario) lo definía así: “Hay que aspirar, como ideal, a una organización tal que permita que cualquier lector, en cualquier lugar, pueda obtener cualquier libro que le interese”. Y María Moliner tuvo que ver mucho en nuestra comarca y con el plan de bibliotecas que se desarrolló durante la II República.
Al poco del advenimiento de la República, se creó el Patronato de las Misiones Pedagógicas, uno de cuyos objetivos principales fue el que la cultura llegara hasta el último rincón del agro español, para lo cual, grupos de estudiantes e intelectuales entusiastas y voluntarios iban por los pueblos y aldeas impartiendo charlas, recitando romances y poemas, proyectando cine, llevando exposiciones, realizando escuchas de música, representando funciones teatrales, etc. Pero una de las mayores consecuciones de las Misiones Pedagógicas fue la creación de más de 5.000 bibliotecas de entre 100 y 400 libros en toda España. Hecho importantísimo, pues, hasta el momento, la red de bibliotecas españolas era peor que débil. Además, por primera vez en la historia bibliotecaria española, estos lotes de libros estaban bien seleccionados, lo que no había ocurrido con las bibliotecas populares creadas en 1869 durante la Gloriosa. Estas bibliotecas eran llevadas por los maestros que tuvieron un papel clave en la II República.
Tuve la oportunidad en su día de hablar con Primitivo Gómez-Senent (hijo del bibliófilo Nicolau Primitiu que ha dado nombre a la Biblioteca Valenciana) que fue uno de esos entusiastas misioneros voluntarios. Me contaba que fueron unos de los años más felices de su vida. Recordaba la expectación que generaban cuando llegaban a La Loberuela, Aliaguilla o Narboneta cargando en burros el gramófono, los discos, el proyector de cine mudo, etc. Recitaban romances, proyectaban películas de Charlot y de la construcción del Canal de Panamá, hacían guiñol, oían música regional, etc. en estancias que iban de uno a varios días y que se iniciaban al atardecer, cuando volvían los trabajadores del campo.
Las Misiones Pedagógicas estaban dirigidas en Valencia por la citada María Moliner, “madre” de todos estos aguerridos y vocacionales voluntarios. Nuestra comarca fue generosamente visitada y auxiliada por las Misiones Pedagógicas. Es más, tal como ya relató Alfonso García, la primera Misión Pedagógica de la provincia se estableció en Jaraguas entre el 22 de abril y el 6 de mayo de 1933 con Matilde Moliner (hermana de María) al frente. Tras Jaraguas vinieron Las Monjas, Casas de Pradas, Venta del Moro y Casas del Río. Y no pararon ahí, porque fueron fundando bibliotecas populares en Sinarcas, Camporrobles, las Casas de Utiel, Casas de Eufemia, Las Cuevas, Fuenterrobles, El Pontón, Utiel y Requena.
Pero la labor de las Misiones no acababa fundando sólo las bibliotecas, sino que realizaban un seguimiento de su funcionamiento, incluso inspecciones nada rutinarias con la propia María Moliner al frente. A ciertos cuestionarios contestaron cada población de forma diferente. En Jaraguas los libros más leídos eran “La Barraca” de Blasco Ibañez, los cuentos de Grimm, Perrault y Andersen y “La pata de la raposa” de Pérez de Ayala. En Venta del Moro las obras más solicitadas fueron los Episodios Nacionales de Galdós y las biografías de hombres ilustres. En Las Monjas demandaban ensayos sobre agricultura y elaboración de vinos. En Sinarcas parecía que había gato encerrado, pues aunque se decía que había una afición enorme a la lectura en niños y mayores, se contestaba que entre las lecturas más prestadas, además de Blasco Ibáñez, Galdós y Cervantes como en el resto de pueblos, estaban Homero y Dante. Comentaban que los lectores habían pedido nuevos títulos como Las moradas de Santa Teresa, los Diálogos de Platón o los Ensayos de Montaigne (parece que el maestro estaba detrás de estas eruditas peticiones). En Fuenterrobles eran los cuentos y los libros de aventuras los más leídos ya que los niños eran los usuarios habituales, mientras que los adultos leían rara vez pues había bastante analfabetismo. En las Casas de Utiel pedían más libros de Blasco Ibañez y Pérez Galdós que eran los más leídos.
Pero la inspección que más información nos ofreció de estas bibliotecas fue la que realizó la propia María Moliner en mayo de 1936 a las bibliotecas de las Misiones creadas en Requena y en algunas de sus aldeas. María Moliner no se conformaba con la visión de los maestros que gestionaban la biblioteca, sino que se informaba por la gente de las aldeas y además buscaba colaboradores para impulsar la actividad de estas bibliotecas. Los informes incluyen las valoraciones personales realizados por María Moliner. En Requena dijo a las autoridades que se necesitaba una biblioteca pública, pues la del Instituto no cumplía ese objetivo y tenía muchos libros (3.000), pero mal seleccionados (un mal de las bibliotecas españolas). En El Pontón, aparte del maestro, casi que no encontró más que a un voluntarioso y simpático cartero, pues la gente estaba sulfatando ante la amenaza de mildiu. Nombró al cartero como colaborador de la biblioteca que hasta el momento estaba poco dinamizada. En Campo Arcís tuvo mayores problemas, pues el maestro no anotaba los préstamos que se realizaban, no controlaba ni los títulos que existían en la biblioteca y decía que había poco ambiente lector; lo que fue refutado por el médico que le informaba que realmente el enemigo de la biblioteca era el propio maestro que se oponía a dar ciertas obras y que antes de las Misiones ya había habido un intento de crear una biblioteca. El médico, obviamente, fue nombrado colaborador y María Moliner dijo que iba a tomas medidas enérgicas al respecto. En Casas de Eufemia, María Moliner encontró a un voluntarioso y trabajador maestro, pero con escasísimo gusto que había llenado la escuela de dibujos bastante feos y enseñaba canciones a los chiquillos que sonaban fatal. Le indicó que la biblioteca no sólo se dedicara a la escuela, sino al resto de la población.
Cuando entró el franquismo, toda la obra de las Misiones Pedagógicas sufrió un cerrojazo, y aún más, algunos de los maestros que sostuvieron las bibliotecas populares sufrieron las consecuencias de la depuración como los de El Pontón, Casas de Eufemia, Campo Arcís y Las Monjas.
La propia María Moliner, que había realizado también un verdadero plan de bibliotecas para todo el Estado, fue depurada y degradada en el escalafón profesional de archiveros-bibliotecarios. Ya no participó en la política bibliotecaria, pero se enclaustró en la elaboración de su magnífico Diccionario en el tiempo libre que le dejaba su trabajo. Rechazó la oferta del caudeteño García Ejarque (durante muchos años jefe técnico del Servicio Nacional de Lectura) de actualizar y reeditar algunos de sus pequeños manuales de Biblioteconomía elaborados durante la II República. Pero, al final de su vida, decía: «Los he engañado a todos. Les he hecho creer que me he olvidado de aquellos años maravillosos, aquel trabajo apasionante en las bibliotecas de la República. ¿Cómo podría olvidarlos si es lo mejor que he hecho en mi vida?”. Nuestra comarca fue una de las beneficiadas por su pasión bibliófila. A pesar de su gran obra lexicográfica plasmada en el magnífico Diccionario, la candidatura de María Moliner a la Real Academia de la Lengua fue rechazada.