LA BITÁCORA DE BRAUDEL / JCPG
Parecemos estar condenados a un proceso recurrente de reforma y contrarreforma. Cambian los partidos en el poder y parece llegada la hora de deshacer la obra anterior, a veces sin pensar en sus aspectos positivos o sin tener un material para el recambio. Es como vivir en los límites de la vida misma, sin saber a qué atenerse al día siguiente. Introduce un nivel tan grande de provisionalidad en todo que nada parece tener la suficiente estabilidad como para durar siquiera unos días. Tal vez es el signo de los tiempos, como decían los antiguos. Pero lo cierto es que crea más zozobra e inseguridad que certidumbre. Así, la última reforma educativa, la enésima, puede tener los días contados; de hecho, ya sabíamos que esto podría llegar. La cuestión no es que se tumbe, algo a lo que ya estamos bastante acostumbrados quienes trabajamos en el ramo; el problema de fondo es que no se tiene un modelo alternativo; en realidad, en el que se piensa, es el que hace algunos años estaba también podrido.
En la matriz profunda de nuestros problemas hay una gravísima incultura. Una incultura que lo corroe todo. Es la que permite que durante estos años hayan campado los corruptos como si tal cosa, llenándose los bolsillos. Es la incultura creada por unas élites empeñadas en desguazar un sistema social y educativo caduco para ofrecer a los hijos de la mayoría un futuro en la construcción, en la economía del despilfarro, en el tono social del chaval de 20 años con BMW pagándolo a plazos. Estamos sobre un baldío creado durante décadas. Y eso que los gobiernos de nuestra democracia han sido variopintos.
Recuperemos lo mejor de nuestros clásicos. Pensemos sobre su propio pensamiento. Critiquémoslo. El Ortega de la invertebración de España; pero también esa cumbre de nuestra literatura y de casi todo que fue Miguel de Unamuno, que trazó como nadie la arquitectura espiritual de su país. No nos olvidemos de un catalán, que demasiadas veces ha sido condenado al olvido, quizás por ser conservador. Debe ser que ser conservador imposibilita para tener un pensamiento sano y estructurado. Me detengo en este último, porque el diagnóstico que realizó en 1924 sobre la situación de España y de su Cataluña querida, no tiene desperdicio. Para Josep Pla los pueblos pueden caer víctimas del mal funcionamiento y las acciones de sus gobernantes e incluso del sonambulismo de las propias élites sociales.
Quizás nuestro problema no es un himno que se pita; no es una minoría que no tiene capacidad política y ni siquiera moral (¿hay que recordar el totalitarismo del que hace gala la ANC? ¿las burdas manipulaciones, al mejor estilo franquista, que realiza TV3?, por no hablar de la confusión mental de los individuos que pueblan el Palau de la Generalitat, pues acaban identificando a Cataluña con sí mismos, o con sus intereses como ponen de manifiesto las corruptelas monumentales de la dinastía Pujol). Quizás el problema es antes que nada el de una sociedad completamente desestructurada culturalmente; desguazada por una labor de décadas para hacerla dócil y fácilmente manipulable. Así sólo así se puede explicar este magnífico monumento a la complejidad de la lengua.
En Los Ruices, a 4 de junio de 2015.