Requena (06/09/18) .La bitácora – JCPG
Al pasar por la carretera, llaman nuestra atención esas almenas, de resonancias medievalizantes, que coronan lo que aparenta una torre. Pena es lo que nos produce la visión de lo que, cada día más, van convirtiéndose en unas ruinas. Es como si todo un mundo, toda una etapa de nuestra historia, entrara en su conclusión. Quizás en unos años no quede aquí otra cosa que montones de escombro. Tal vez suceda como en El Cabildo, donde los mismos propietarios decidieron arrasar el caserío ante su estado ruinoso, con tal de evitar desgracias mayores.
El escenario de las cosas
Unos cien metros desde la carretera de Utiel, y ya estamos en la finca de El Cerrito, que es el nombre que recibe. Desde luego, el nombre de Cerrito es el adecuado, porque la casa y el corral de la finca están enclavados en un pequeño cerro. Detrás está la hera, que se asoma a un vallecillo que desembocará en los Violantes. La casa se adapta perfectamente al desnivel del terreno. Los terraos están inmejorablemente situados, porque la mayor altura del suelo en la parte posterior del edificio permite entrar el grano y la paja desde el mismo nivel del suelo. Una situación espacial perfecta.
Sin esfuerzo, uno es capaz de ver claramente la vaguada que resulta en los Violantes, el horizonte utielano al pasarla, la inmensidad de viñas que existe doquiera se mira, el bosque de pino y carrasca que es frondoso en ocasiones. Y, algo más allá, se ve con claridad la Casa de la Viña, últimamente bien cuidada por las inversiones realizadas por su actual propietario. Es este paiaje una condensación en pocos kilómetros de la sustancia vital de esta comarca.
En otro tiempo, debió de imperar aquí el monte y el ganado, quizás con algunas oliveras y la explotación cerealística, tan básica para la alimentación de los habitantes y de los propios animales.
Formas de vida entonces
Sólo recientemente se produjo el tránsito del cereal a la viña. Un cambio profundo, de hondas implicaciones. La rentabilidad de la viña se impuso. Se descubrió que plantando viña, en poco tiempo la producción podía ser destinada a producir vino y éste, a su vez, a la exportación. El mercado.
Una hacienda ganadera y cerealera. He aquí los orígenes de esta finca. El río Cabriel, que es uno de los músculos que definen esta comarca, posee también a lo largo de su curso numerosos rentos, espacios de terreno que están regidos desde la casa y que son explotados en sistema de arrendamiento. Por esto viene el nombre de rento.
Pero los rentos del río poseen agua en abundancia. La explotación de la huerta es una realidad, y sus productos abundantes. Villa del Hierro, Rento de la Hilaria, son núcleo de unas explotaciones hoy convertidas en cadáveres. Las tierras están abandonadas, los viejos huertos han sido ocupados por la maleza, los chopos y los matorrales; las casa y corrales no son sino ruinas. Desolación es lo que uno puede contemplar. No tuvieron luz. El acceso era difícil, pues se realizaba por caminos a veces complicados, barrizales auténticos si llegaba la lluvia. Ir al pueblo, a Villar del Humo o Cardenete, era un viaje que se realizaba de cuando en cuando, con tal de adquirir algunas cosas que el autoabastecimiento de la familia campesina tradicional no podía cubrir.
El Cerrito se ha convertido así en un cadáver. Nuestra civilización urbana ha ofrendado estos viejos lugares de habitación al llamado progreso. La borrachera de la modernidad ha arrasado con estos lugares.
Cierto. No era fácil vivir aquí. Los renteros no tenían agua potable, ni luz eléctrica. El anciano rentero de El Cerrito se sentaba en el poyo de la casa para contemplar el atardecer, si el calor y el frío se lo permitían. Se vivía con poco. Pero la lumbre siempre tenía leña. El terrao siempre tenía paja y grano. Sus chavales siempre podían contar con un atroje lleno de trigo en que echar la siesta en verano. Mejor pasar de la cebada, pues ya se sabe de sus molestos picores. Vidas sencillas, desprovistas de las sofisticaciones de hoy en día. Vidas que son escuela para tiempos de dificultad; vidas que crean seres recios, hechos a la penuria, capaces de sobrevivir en condiciones nada favorables.
Boda de gala
Tuvo que ser un momento extraordinario. Aquel día los chicos y las chicas de la aldea estaban asombrados. Carro engalanado, comitiva con los novios. Un acontecimiento para una aldea como Los Ruices. Nada menos que una hija del rentero de El Cerrito que iba a casarse a la pequeña ermita de la aldea. Resulta fácil imaginar a aquella chiquillería, entonces numerosa en una aldea populosa, rodear el carro y estar asombrada por sus galas.
El padre tiró la casa por la ventana. El casamiento de su hija no era para menos. Decidieron ir a la aldea cercana porque era más fácil realizar la ceremonia que en Utiel o Requena. los lugares pequeños proporcionan sencillez y muchas facilidades. Hoy son claustrofóbicos para los seres urbanos, acostumbrados a los ruidos de coches, los gritos de la gente y el olor a tubo de escape. Son las delicias de la vida urbana.
Un lugar del que huir
El fracaso también ha de formar parte de nuestra memoria. El rentero y su familia vivían en un universo estancado, mientras incluso las aldeas de su alrededor veían la transformación que llegaba de la mano de la vida moderna. La luz, con toda su precariedad inicial, comenzaba a llegar. En los años 1970 llegaría el agua potable. Al pobre rentero, todos sus hijos se le iban de la cas, me dice mi padre, quien no recuerda el nombre de los inquilinos de la finca, salvo el apodo de la mujer: la Roja.
Como los hijos de su generación, los hijos del rentero conocían los ruidos que se producían fuera del universo de El Cerrito. En Requena y en Utiel se podía vivir con ciertas comodidades, con agua corriente y electricidad. Podían elegir dos caminos: salir de la casa familiar y lidiar con un futuro que se prometía más cómodo o permanecer en la finca, viviendo en las estrecheces de El Cerrito. Eligieron la huida. No se les puede culpar de ello. Vivir en las estrecheces y a la manera tradicional era en los años sesenta y setenta ya algo difícil de asumir por seres jóvenes, dispuestos a labrarse la vida.
Esta finca fue propiedad de un insigne hijo de Requena: don Lucio Gil Fagoaga. El doctor Filosofía llevaba una vida casi ascética, sencilla, desprovista de cualquier lujo. Esto engrandeció su persona, incluso ante sus vecinos más pobres. La finca hoy pertenece a la Fundación Gil Fagoaga, que la dedica a la investigación en temas agrario. Bien que se nota, cuando uno patea estas tierras, que las vilñas están dedicadas a la prueba de diferentes métodos de cultivo.
Renteros y propietarios. Un binomio inseparable durante muchas décadas en nuestra tierra. Los procesos desamortizadores decimonónicos y las expropiaciones de hecho que desde el siglo XVIII se venían produciendo en la tierra de Requena, están detrás de la construcción de sagas familiares como la de los Gil Fagoaga. Una burguesía propietaria, dotada de buenos recursos, capaz de dar estudios a sus vástagos.
El Cerrito es hoy la muestra patente de la ruina de un mundo. Pero es el nexo que tenemos para comunicarnos con otro tiempo, con lo que un día fuimos. La memoria debe imponerse a la amnesia también en este terreno. Reconstruir un modo de vida, las aspiraciones cotidianas de campesinos y ganaderos instalados en formas tradicionales de vida que son hoy historia. He aquí uno de nuestros retos más significativos cara al futuro.
Los Ruices, a 5 de septiembre de 2018.