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LA BITÁCORA DE BRAUDEL / JCPG

A la tarde, en invierno, con el sol fuera, pero con frío, doña María, doña Maruja, y otras maestras habían acabado su dictado cotidiano a la pandilla de Los Ruices. Salíamos a tropel de la escuela. Aquello era una escuela para todos, para todas las edades; no conocíamos qué era una clase; lo supimos más tarde, al enviarnos a la Escuela Hogar de Requena. Al salir, mi abuela, preparada con la rebanada (piazo) en la mano; el premio era una merienda de sopanvino. Algo tan sencillo como pan y vino con azúcar. Después, quizás, la tele. Si no, un recado a la otra punta de la aldea. En aquella época Los Ruices me parecía más grande de lo que realmente es; yo también soy hoy más grande que entonces.

El sopanvino era merienda habitual. Siempre ha estado asociado a mi abuela; seguramente era un resíduo de las prácticas y las tradiciones culinarias inmemoriales. Un día de sopanvino nos enteramos de la muerte del general Franco, ese anciano que aparecía constantemente en la tele. Los escolares tuvimos fiesta; toda una alegría en aquellos momentos; pero la tele sólo ofrecía un bodrio de programación; ya se sabe: había que propiciar los sentimientos de pesadumbre y de pérdida del gran padre. Aún no habían llegado los tiempos en que me enteraría de la auténtica naturaleza del régimen franquista.

La gente de la aldea no dejó de desatender sus viñas; estábamos en plena poda y tan importante actividad no podía dejarse sin más. A los pocos días fue entronizado un rey, y se llamaba como yo. La poda continuó, pero sentimientos de esperanza se abrieron por casi todos los lados. Con el paso de los meses las tareas agrarias se sucedieron unas a otras, como los pagos de los créditos bancarios; estos sí que no perdonaban.

La ilusión por una España nueva se notaba en la gente. Una aldea tan pequeña permite captar emociones, sentimientos y mentalidades de una manera más fina que un mundo urbano. Las convocatorias electorales, ya referéndums, ya elecciones suscitaban gran interés. Recuerdo, y hasta guardo alguna, papeletas extrañas que quedaban en casa. Mi madre era la titular de la centralita telefónica y por razones que no sabría explicar bien (es cierto que mi padre era convocado reiteradamente a formar parte de la mesa electoral, cosa que le alegraba bastante porque les permitía comer fuera de casa con unas buenas chullas y tajás de la horza) estas papeletas acababan en casa. Muchas sirvieron para encender la lumbre o la estufa. Así si los carlistas hubieran visto arder sus papeles …

Nada sabíamos de República. Los agricultores siguieron trabajando la tierra. Llegó la democracia y la paz. La diversidad de discursos se adueñó de la sociedad. Estudié la historia (no sé por qué acabé en esta carrera, quizás porque no servía más que para ello y para trabajar en el campo, una auténtica  tradición familiar) y especialmente la de España. La monarquía ha escrito páginas brillantes de nuestro pasado. No se puede negar la brillantez de los reducidos períodos republicanos. Pero es sorprendente que se haga tanto ruido con la cuestión de la Jefatura del Estado. Como decía Javier Cercas hace unos días, me resulta imposible comprender qué aportará el sistema republicano al bienestar, el empleo, la seguridad, la educación y otros etcéteras que jalonan la vida del españolito de hoy en día.

Hoy se ha proclamado a Felipe VI. Que sea para bien de todos. Si algún día llega la República, por favor que me avisen para contemplar la memez de la universal felicidad, el pleno empleo, y demás asuntos de plenitud. Mientras tanto, hay que preocuparse por esta sequía, por la piedra que pueda caer y desear que el nuevo rey aporte sosiego a un país que parece querer destejer tapices que han costado mucho tejer.

En Los Ruices, a 19 de junio de 2014.

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