LA HISTORIA EN PÍLDORAS/Ignacio Latorre Zacarés
Y seguimos con los viajeros y sus impresiones que dejamos a medias en la anterior píldora. Nuestra comarca, lugar de paso entre el reino de Valencia y la Corte, Castilla y aún parte de Aragón, ha sido lugar histórico de ventas, posadas, mesones, paradores o fondas que permitían un alto y descanso a los viajeros y sus cabalgaduras en el azaroso camino. Muy lejos de la actual autonomía y rapidez de nuestros medios de locomoción, incluso revolucionados con la llegada del AVE, la lentitud de los sistemas de transporte de otras épocas obligaba a la necesaria parada. Fernández de Mesa en su fundamental tratado sobre los caminos públicos y posadas escrito en 1755 aconsejaba que al menos hubiera una venta cada cuatro o cinco horas, es decir, a unas cinco leguas (unos veintisiete km); especialmente en sitios yermos y despoblados para refugiarse de “asasinos” y ladrones. Reyes, príncipes y personalidades con sus séquitos; arrieros serranos, manchegos y maragatos; trajineros; carreteros; buhoneros; quincalleros pasiegos; comerciantes; postillones y correos de a pie y a caballo; cómicos de la legua (o de la lengua); peregrinos; soldados; muchos malevos y una larga nómina de personajes conformaban la variopinta clientela. Media historia de España, como decía D. Fidel, pasó por nuestras ventas comarcanas.
Fernández de Mesa advertía que lo peor de las ventas eran los propios venteros o mesoneros de los que llegó a decir: “que no se dedican a este empleo sino los que son vilísimos y que no se les da nada el ser tenidos por malos”; a lo que añadió que son de “poca fidelidad y propensión al hurto” (ahí es ná). Y así los retrató Cervantes, que estaba bien experimentado en recorrer los caminos de las Españas, en “El Quijote” o en “Rinconete y Cortadillo”. Y algo así le pasó a Antonio Ponz en la venta de Buñol donde afirmó que hizo el mediodía y literalmente que: “El ventero que era una de las mejores piezas que yo he tratado nos sacó bravamente el dinero pero nos tuvo divertidos contándonos su vida en el rato que gozamos de su conversación”. Posteriormente, este ventero, fue procesado por excesos sobre su clientela. Y no era mejor el ventero de Siete Aguas de 1793, pues en tres años fue imputado dos veces: una por herida grave a una persona dentro de la venta y otra por excesos sobre viajeros (¡angelito!). La pareja de jóvenes historiadores intrépidos Muñoz-Urzainqui en su libro sobre el camino de Requena nos ilustraron sobre criminalidad, fraude y delito en torno a las ventas y caminos.
Cerca de esta venta de Buñol estaba la Venta de la Contienda en Siete Aguas, así llamada porque en 1430, Berenguer Mercader, el Señor de Buñol, les dio un buen repaso a los castellanos procedentes de Requena conmemorándolo con una cruz gótica en la frontera, ahora trasladada.
Mientras las posadas y mesones se ubicaban dentro de las poblaciones; las ventas se hallaban junto a los caminos en las afueras de las poblaciones como definió el diccionario de la RAE en 1739: “Venta: Casa establecida en los caminos y despoblados para hospedage de los passageros”. El término de fonda no apareció hasta el diccionario de 1791 que la define como una: “casa donde se da alojamiento, de comer y beber, y donde se venden licores generosos, cafés, té y bebidas heladas”.
La idea romántica de las ventas se desvanece cuando uno lee las descripciones de los viajeros. Heinrich M. Willkomm era más de morrito fino que mi amigo Victorio (y eso ya es decir). En su viaje por Cuenca en 1850 alabó la fonda de Requena, pero no el vino que escanciaban. Describió como “bastante malas” las posadas en el camino de herradura que iba a Cuenca desde Utiel pasando por Los Corrales, Camporrobles, Mira… encontrando la causa de esta merma en los pocos viajeros que frecuentaban la ruta. El amigo Willkomm se detuvo en la posada de Camporrobles que calificó de “malísima” e ingirió una comida “simple y poco apetitosa”. Como la posada de Mira le pareció también que “no ofrecía un aspecto apetitoso”, decidieron no parar y encaminarse hacia Víllora. Errónea decisión que purgarían amargamente. Lo cierto es que se perdieron y se les hizo de noche entre fragosos y peligrosos barrancos. Penaron y penaron, pero ya de noche encontraron unos leñadores requenenses que les dieron cobijo y comida en medio de la foresta. Willkomm, que ya había aprendido la lección, al día siguiente con luz de día se dirigió a Víllora, donde descansaron y desayunaron en la posada que era “pobre, pero relativamente limpia”. No cometieron el error de despreciar la posada como en Mira.
El viajero ilustrado y curioso José Cornide, que era gallego y también espía (buena nacionalidad para dedicarse a ello), en su viaje de 1797 calificó nuestras posadas como “incómodas sin otras mesas que bajas a la morisca”. En Utiel dijo que durmió “pésimamente” (vaya por Dios), pero en Requena sí que tuvo muy buena posada, aunque no había condumio y hallar unos huevos le costó sus “trabajos”. Satisfecho estaba con unas “excelentes uvas” traídas ¡del Reino de Valencia! Todo hay que decirlo, Cornide llegaba a la comarca venido de Almodóvar del Pinar donde comió una caldereta de arroz con pimientos dulces, sopas de aceite, huevos, cermeñillas y compró para el día siguiente una pierna de cordero y tres perdices. ¡Y eso en vigilia de San Bartolomé!.
Era importante que las ventas y posadas estuvieran bien abastecidas para asegurar el descanso del viajero y la caballería y si no era el caso intervenía el Concejo. En
agosto de 1528, el Ayuntamiento de Requena acordó que ante el desorden que llevaban las ventas del término, los venteros cobraran por una persona con caballo y mozo dándole cama diez maravedíes; por cada persona dos maravedíes y por cada bestia un maravedí. El pan de dieciséis onzas lo podían vender a un maravedí más de como se vendiera en la villa. Les obligaba a las ventas de Pajazo y del Rebollar a ofrecer vino bueno y a precio establecido. Además, en 1545 ordenó a los espadadores, que eran las gentes especializadas en el trabajo del lino y el cáñamo, a dormir en los mesones y posadas de Requena y no en las casas de los vecinos, para así ser obligados a salir a trabajar a las cuatro de la mañana en otoño-invierno y a la salida del sol en el resto del año.
La venta del Rebollar es una de las pocas que quedan de la época histórica y que podemos ver a orillas de la actual autovía con un llamativo color sorprendente hasta para un daltónico como el que aquí escribe y describe. Ya nombrada como hemos visto en 1528, el embajador Barón de Bourgoing, en su viaje de abril de 1783, antes de cruzar la frontera del Reino de Valencia, dijo que llegó a: “una venta absolutamente aislada a la que llaman Venta del Relator, porque fue construida para la comodidad de los viajeros por un relator del Consejo de Finanzas”. Llegó a poseer cuatrocientos pesebres y aún se puede visitar su fuente y abrevadero al otro lado de la autovía. El relator al que se refería Bourboing era Alonso Navarro que era el propietario también de la Venta de las Casillas, actualmente conocida como Venta Quemada porque en 1769, según la acusación de su propietario, los vecinos de Siete Aguas le pegaron fuego por estar situada fuera del pueblo, lo que percibieron como un perjuicio para sus intereses. El citado Alonso Navarro, además, erigió en 1789 una ermita dedicada a Nuestra Señora del Rosario en la venta del Rebollar. Entre las últimas familias venteras se recuerda a los Ejarque Ejarque y al tío Pedro.
Cerca de esta venta estaba la Ventilla que regentó la tía Polla.
La otra venta histórica es la de Pajazo (“del Pájaro” para Cornide) en la orilla derecha del río Cabriel, parada obligada en el tortuoso y penosísimo paso que amedrentaba a los viajeros. Pajazo y el Cabriel era un oasis antes y después de uno de los peores pasos de España. En la venta, ahora bajo las aguas de Contreras, pernoctó en 1528 Carlos I y comió en 1542. También en agosto de 1626 descansó el cardenal Francesco Barberini en su vuelta a Roma y fue allí, como nos
recuerda el amigo Arciniega en su excelente “El saber encaminado”, donde un milanés y un napolitano de su séquito cometieron según la Inquisición el delito de “exageración” por decir que les gustaba estar más en la hostería que en la iglesia, así que fueron prendidos en Requena. Junto a la venta se ubicaba el famoso puente de Pajazo por el que había que pagar un peaje que se repartían a medias los Jaraba (después condes de Mora) y Requena. En 1780, Manuel Serrano contabilizó doscientos pesebres y una zona cubierta para los carruajes. Cornide en 1797 dijo que había comido en esta venta del “Pájaro” lo menos mal que había podido, pues ni sal había (y mira que las salinas estaban cerca); aunque la venta en sí fue descrita como cómoda, con una buena sala, gabinete, dos alcobas, cuatro o cinco cuartos más patio, cocina y grandes cuadras; eso sí, estaba muy desordenada a criterio del gallego. Y aquí fue donde un 21 de junio de 1808 las tropas francesas de Moncey venidas desde Minglanilla cruzaron el Cabriel provocando la estampida de los nacionales comandados por el general Adorno. La tía Segunda fue la última ventera y tuvo que coger el portante cuando llegó la expropiación del embalse en los años 60 del pasado siglo.
Si el puente de Pajazo no estaba hábil, lo cual era frecuente por las riadas, algunos viajeros elegían como paso el antiguo camino de Iniesta a Requena que cruzaba el Cabriel por el imponente puente de Vadocañas. Iniesta siempre apostó por este paso intentando desviar el tráfico de Pajazo por su tierra. En
1778, el regidor de Iniesta Pedro Espinosa había construido la venta de Vadocañas y solicitaba a Requena ayuda económica para reparar el camino real por Vadocañas. Pero Requena no estaba por el asunto, ya que prefería el paso del Pajazo dado los beneficios que le otorgaba el pontazgo. Ahí sigue, bastante desconocido para los comarcanos, el imponente caserío de la venta de Vadocañas en la orilla derecha del Cabriel que en su última etapa fue lugar de juego cuando éste estaba prohibido, estraperlo y aún de cine. Si se pasaba el Cabriel, en la orilla venturreña, había otra venta más modesta, la venta de Can.
Y tras atravesar la dificultosísima y peligrosa Derrubiada, en un sitio estratégico, a cuatro leguas de Vadocañas y otras cuatro de Requena, justo en medio, se encontraba la Venta del Moro, que dio origen a la actual población, y del cual se conserva un documento de la Inquisición de su función como venta en sí cuando un tejero francés en 1591 amonestó a sus compañeros porque en la venta se ofrecía carne de cerdo en sábado y se burló de los papas que eximían a los castellanos de privarse de la carne en sábado. Al final, el francés se comió unos huevos, pero fue al Tribunal del Santo Oficio… Hace más de una década desapareció el edificio al que se le atribuye ser la primigenia Venta del Moro. Posteriormente, han existido varias posadas y fondas como la de Sales (la actual “Posà”), la del tío Velonero, Jesús Cervera (donde dormían los trabajadores foráneos del ferrocarril Baeza-Utiel), Manuel Pedrón, José María Yeves… hasta la explosión actual de albergues y casas rurales para fines más lúdicos.
Si Iniesta no consiguió llevarse el gato (o tráfico) al agua, quien si lo logró fue el paso de Contreras, poco más abajo de Pajazo. Y es aquí en Contreras donde se encuentra actualmente una de las mejores ventas históricas de España (¡no se la pierdan!), gracias a los desvelos de su anterior propietario Fidel García Berlanga Pardo, ahora proseguidos por su hijo también Fidel que ejerce de guardia permanente e ilustrado del Cabriel. D. Fidel nos dejó interesantes escritos sobre el trajín caminero de las ventas y posadas de nuestra zona. El archivo de Requena nos revela que en agosto de 1653 el concejo de Requena mandó destruir el puente construido por Pedro de Contreras, competencia de Pajazo, aunque al final no se llegó a derruir. En 1720 se estableció el Servicio Real de Postas con paradas en la Venta de Contreras y Villargordo. Contreras, que era el mediodía del tercer día si se iba de Valencia a Madrid y del sexto a la inversa, pasaba a ser una mejor zona de paso. En 1728, Requena concedió licencia a Joseph Zanón para la construcción de un puente y una presa en Contreras. La venta estaba situada en medio de las empinadas cuestas y los vecinos ofrecían su servicio de caballerías para encuartar, es decir, ayudarles a las recuas propias de los viajeros a subir y bajar la mercancía. Una vez realizado el servicio, las mulas bajaban por sí solas a la venta. Admiren actualmente su imponente entrada, estructura y los valiosos muebles policromados de Iniesta.
Don Fidel recuerda que todo carretero o arriero que pasase la caballería a la cuadra debía pagar el derecho de estaca. Los 365 pesebres de la Venta de Contreras tenían su estaca de pino carrasco donde se sujetaba el animal. El derecho de estaca incluía la posibilidad de guardar los carros bajo el porche, dormir sobre las albardas en verano o sobre los poyos de las cuadras en invierno. No incluía la paja, cebada y el condumio de la clientela.
En dirección a Villargordo desde Conteras existió la efímera Venta de Consuelo. Villargordo ha sido lugar de paso y caminero, lo cual le provocó también frecuentes problemas, especialmente con los ejércitos que paraban en el lugar tras cruzar el Cabriel. En la posada de Wenceslao la diligencia cambiaba de caballería y enfrente tenía el albergue del tío Lucio. Finalmente, se construyó otro parador más capaz en lo que ahora es el Bar Los Ángeles.
Junto al camino real, en medio del despoblado, frente a Jaraguas y Fuenterrobles, se niegan a desaparecer los últimos vestigios de la histórica Venta Nueva o de la Cruceta, por estar en el cruce de caminos, ya mentada por Villuga en 1546.
El 9 de enero de 1841 se inauguró el servicio de diligencia de Valencia a Requena que salía a las cuatro de la mañana de la posada del Empedrado de Valencia, los martes, jueves y sábado. El siglo XIX será para la comarca el siglo de los paradores cuya construcción estaba espoleada por la construcción de la moderna carretera de Valencia a Madrid bajo la magnífica dirección del novedoso arquitecto Lucio del Valle, una carretera histórica que se puede contemplar en las célebres cuestas de Conteras y que va a tener su centro de interpretación según nos informa el ventero Fidel. La carretera finalizó con el puente del Cabriel en 1851 y durante su construcción se rehabilitaron como casernas la Venta de El Rebollar, el exconvento de San Francisco de Requena y la posada de Jaime Alegre en Villargordo y se construyó un presidio en Contreras.
En Requena, la demolición en 1814 de la ermita de San Agustín sirvió para la construcción del Parador de Fuera o del Comercio ampliado hacia 1840. En mayo de 1847 se finalizó la travesía de la carretera por Requena y surgieron paradores como flores en primavera sustituyendo a las antiguas posadas del interior de la ciudad que eran la del Torratero donde se acopiaban de nieve los pescateros, la Carlota afamada por su sopa de menudillos, Mesón del Conde y Posada del Portal. En 1780, Manuel Serrano calificó los albergues requenenses como “cuatro posadas con mala disposición para las personas”. Surgen grandes paradores alineados por donde pasaba la carretera, como el del Caballo, Globo y el de San Carlos, el mayor de todos y punto de salida de diligencias. El último testigo de este trajín de carretera fue la Fonda La Favorita que vimos cerrar y cuya fachada está protegida.
Y la carretera fue el motivo de que hacia 1845, Mariano Peinado en San Antonio edificara el parador que hasta hace poco era reconocible (y que llora el ácrata turquiano). Como ya no queda nada del gran Parador de San Antonio de Los Isidros en la carretera hacia Albacete. Carretera donde ofrecían descanso también la Ventilla del Tejar, la Ventilla Alegre a la altura de Casas de Eufemia y Los Duques y finalmente el Parador de Fuentepodrida a la vista del Cabriel.
Utiel no sólo era lugar de paso, sino también cruce de caminos a Valencia, Madrid, Cuenca o Chelva. Como hasta 1947 fue estación ferroviaria de fin de término tuvo muchos mesones y posadas dada su amplia área geográfica de influencia. Martínez Ortiz nos recordaba la existencia del quijotesco Parador de la Veleta; los arrieros y trajineros valencianos optaban por la Posada de Julianete o de las Dos Puertas, quizás la mejor y donde dejó escrito Rafael Duyos sus versos; enfrente la Posada de San José con arcos y corral en parte aprovechado por el Teatro Rambal; la Posada de Toñeje donde actuaban los tirititeros; el Parador del Niño y las posada del Sol, del Carmen, Arrabal, del Peregil u Honda, la posaílla de detrás de la Iglesia, el del tío Tomás y el Parador de la Mesilla. Cerca de Estenas funcionó la Venta de la Rampina y en la carretera a Benagéber la Casa Medina que ahora sabemos todos que es.
En el camino de Cuenca desde Utiel, se ubicaba la antigua Venta de la Bicuerca (seguramente de las calificadas como muy malas por Willkomm) o ya en el siglo XX la Venta del Pilar en Las Cuevas.
Camporrobles, a pesar de la mala comida que le ofrecieron a Willkomm, era un punto estratégico para pernoctar y la construcción de la carretera a finales del XIX llevó al surgimiento de cinco posadas siendo la más persistente la de González o Posada del Moreno.
Finalizaremos con otro sitio habitual de parada, sobre todo cuando la Nacional III estaba en su apogeo: Caudete de las Fuentes. Había parada de postas con cinco caballos preparados en la placetilla de los Correos. El Parador de Ibáñez, Posada del Sol y la de la Fuente son los antecedentes a sus buenos servicios de hostelería actuales.
Y también hubo posadas en Los Pedrones, Jaraguas y muchas localidades de nuestra extensa comarca donde se atendía a viajeros y viajantes, pastores, trabajadores, etc. Y si a alguien se le ha quedado corta esta larga píldora, acuda presto a leer “Pan, aceite y sal” de Fidel García Berlanga y/o “Hostales y ventas de los caminos históricos valencianos” de Carmen Sanchis y Juan Piqueras (tanto monta, monta tanto). A estos sabios les encomiendo. La próxima píldora será corta, se lo juro por Snoopy.