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LA BITÁCORA/JCPG

Esta mañana, nada más levantarme, he visto cómo se ponía de nuevo a llover. Es el ritual de los buenos otoños: lluvias durante días; se puede así asegurar una sustanciosa parte de la futura cosecha. Hay más implicaciones en ello. Las ciudades se limpian, su atmósfera adquiere tonos más higiénicos y las mierdas de los canes se van disolviendo en las aceras a cada nueva embestida del bendito líquido celestial. Sólo con la cantidad de agua y electricidad que se ahorra en los futuros riegos agrícolas, ya vale la pena.

Son malos días para algunos. No puedo entender que la gente se queje de la lluvia. Como si nos sobrase el agua en este país. Pienso en esas viñas que tanto necesitan el agua para pasar el invierno y gestar la futura cosecha. Pienso en la gente del campo, en las ciudades que necesitan limpiarse de contaminación. Necesitamos el agua. Está claro, sin embargo, que nunca llueve a gusto de todos.
 
Lluvia y sol, da igual, cada uno enfoca la realidad desde un punto de vista distinto y singular. El sool es muy caprichoso. Tanto que se pone más rápido sobre uno que sobre otros. La muerte de Fidel, que ha suscitado tanta polémica en este lado del océano, es el fin de una figura de otro tiempo. Fidel y sus compañeros iniciaron una enorme revolución, pero la han enterrado como una dictadura. Otros, desde la izquierda, loan al líder de la clase obrera. Guillermo Cabrera Infante ya diseccionó el castrismo hace tiempo. Les recomiendo su libro “Mea Cuba ( Alfaguara, 1999), especialmente el capítulo titulado “Mordidas del caimán barbudo”, con la laminación absoluta del librepensamiento en la isla. El asunto de la traducción del “Moby Dick”de Melville no tiene desperdicio. A Fidel se le puso el sol hace tiempo; y a su régimen, igualmente.

Pero todo esto no son más que opiniones. Y seguramente usted que ahora lee esto tiene otras diferentes.

En Los Ruices, a 1 de diciembre de 2016.

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