LA BITÁCORA//JCPG
He subido en el metro como cada día. Sin embargo, ahora viaja poca gente en él. Imagino que el miedo está haciendo su labor. Podemos viajar con una separación más que suficiente. Es un alivio. Cinco chicas jovencísimas se colocan junto a mí, llevan mascarilla, pero no toman la precaución de dejar el espacio adecuado, con el fin de evitar lo que hay que evitar. ¿Qué les ocurre a muchos jóvenes? Da la sensación que frivolizan una enfermedad que se ha llevado por delante más de 40.000 vidas en cien días. En sólo cien días. La juventud proporciona seguridades, al menos la brumosa seguridad de que existe una teórica vida larga por delante. Aún será cierto que no aprendemos nada de la historia.
Sí, me temo que en el mundo pre-coronavírico hemos aprendido poco. Cabe preguntarse si hemos aprendido alguna cosa del cosmopolitismo, del fin de las naciones, de la globalización, del post-humanismo, del mundo multipolar, de las guerras identitarias, de la tendencia al consumismo, del capitalismo financiero, etc.? Sinceramente, pienso que muy poco; porque cuando se presentó ante nosotros el enemigo mortal e invisible, el virus, nadie quiso tratarlo como un enemigo común y corrimos a protegernos todos detrás de nuestras fronteras, a ver quién las tenía más inexpugnables. Apenas nada de colaboración internacional. Si ni siquiera la ha habido dentro de nuestro país. Mucha palabrería: que si trenes medicalizados, que si derivaciones de enfermos a otras comundiades, que si dos y pico camas de UCI en la sanidad privada,… pero nada de eso fue utilizado. La realidad es que muchas cosas han faltado y otras tantas han fallado.
Esto nos marcará, no hay duda. Se contará como un hecho extraordinario. Tal como se decía aquello de tú necesitas una guerra, cuando uno se dejaba algo de comida en el plato; quizás se comente ante un hecho similar, tú lo que necesitas es un confinamiento. Nuestros nietos contarán a sus nietos que un ser extraño, minúsculo e invisible, muy peligroso, eso sí, del que no se sabía si era o no un ser vivo, invadió las ciudades y dejó desiertas las calles y las carreteras, obligando a las familias a recluirse en sus casas, porque el único procedimiento para luchar contra la invisibilidad del enemigo era evitarlo. La libertad se había vuelto un aliado del enemigo. Nuestra sociedad reproducía los comportamientos de siglos atrás; las actitudes de las sociedades antiguas: encierro, vigilancia del transeúnte, etc. Igual que cuando la peste acechaba. Asombrosa vuelta a las viejas prácticas.
En el cercano terreno de la educación: una vuelta al estudio aislado, a metro y medio del compañero, con los pupitres orientados hacia el profesor. Adiós al trabajo en grupos, a los métodos supernuevos tenidos por panaceas. Adiós a todo aquello.
Ahora hemos levantado las barreras y nos presentamos en la calle. Y lo cierto es que, para muchos, parece no existir el inmediato pasado. Es más, exhiben despreocupación por la cercanía del bicho.
Lo he encontrado en la red y esto me reconforta, porque me exime de tener que copiarlo del mismo libro. Carlo Cipolla, iatliano, historiador, no sólo se ocupó de Monte Lupo (grandísima obra aquella sobre la rotura de las rejas), sino sobre el sistema de prevención y defensa de las epidemias: Contra un enemigo mortal e invisible. Leamos:
“A principios de marzo, al aumentar la penuria, vinieron a esta ciudad unos tres mil pobres, la mayor parte de los cuales, negros, tostados por el sol, extenuados, débiles y en malas condiciones, daban muestras evidentes de su necesidad (…). Y estos pobrecillos que iban vagando por la ciudad, destruidos por el hambre (…), morían de cuando en cuando por las calles, por las plazas y bajo el palacio (…). Debiéndose, por los presentes sucesos, deducir una advertencia para saber cómo comportarse en el futuro, se recuerda que sería necesario socorrer a los pobres de los pueblos mandándoles grandes y suficientes limosnas, prohibiéndoles después rigurosamente la entrada en la ciudad, poniendo guardias en las puertas y haciéndoles salir cuando hubieran entrado. Porque actuando de este modo se conseguirá la preservación de la patria de los inminentes males contagiosos, malignos y epidémicos y se esquivará el tedio y el tormento insoportable, el horror y el espanto que implica una multitud rabiosa de gente medio muerta que asedia a todo el mundo por las calles, por las plazas, por las iglesias y a las puertas de las casas, de modo que no se puede vivir con un hedor que apesta, con continuos espectáculos de moribundos muertos y, sobre todo, con tantos rabiosos que no se los puede sacar uno de encima sin darles limosna, y a quien uno da acuden ciento, y quien no lo ha experimentado no se lo cree.”
He aquí las medidas que un médico aconseja tomar en el futuro a raíz de la hambruna de 1629 en Bérgamo. Las previsiones para los meses próximos no van muy lejos de esto. Ójala y se equivoquen; nos irá mejor.
Realmente, ¿salimos más fuertes? Sobre este lema se levanta una propaganda oficial que tiene que haber costado millones. Reales y dramáticas, las situaciones vividas en los últimos meses van acompasadas de unas crisis, que se comportan y trabajan como agravantes, por el rosario de crisis institucionales, políticas, culturales, etcétera, que Galdós ya definía de este modo en un texto clásico:
“Los políticos se constituirán en casta, dividiéndose hipócritas en dos bandos igualmente dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo; no crearán una Nación; no remediarán la esterilidad de las estepas castellanas y extremeñas; no suavizarán el malestar de las clases proletarias…”.“Hijo mío, verás si vives que acabarán por poner la enseñanza, la riqueza, el poder civil, y hasta la independencia nacional…”.
“… morir de la honda caquexia que invade el cansado cuerpo de tu Nación…”
Galdós, Cánovas, cap. XXVIII, 1912.
Es decir, el cornavirus sigue por aquí. Parece que podemos controlarlo y atender adecuadamente a los enfermos. ¿Podemos con los otros virus, con las otras crisis? El futuro de nuestros jóvenes se está poniendo en cuestión. Y esto son ya palabras mayores. Ahora sí que empiezo a tener miedo.
En Los Ruices, a 10 de julio de 2020.