La dama de la noche. Así la denominaba mi admirado Félix Rodríguez de la Fuente. Y no le faltaba razón. Pocos animales evocan tanta elegancia como la lechuza. Elegancia de líneas, de formas y de colores. Y también de vuelo, silencioso e inconfundible cuando rasga la noche con su esbelta silueta. Un lujo de ave, la lechuza; bien merece un capítulo en exclusiva de nuestro querido Cuaderno de Campo.
Vieja conocida de las gentes del campo en épocas pasadas, hoy día su presencia en el medio rural es más un recuerdo que una realidad. Al menos en la Meseta de Requena-Utiel, en donde se halla al borde mismo de la desaparición. La lechuza se nos va; los últimos ejemplares de esta bella especie parecen estar condenados a la extinción. ¡Qué pena!
Tras tantos siglos compartiendo la vida en íntima vecindad desde los albores de la sedentarización humana la lechuza, silenciosamente, nos va diciendo adiós. Atrás van quedando los recuerdos de un ave amiga del hombre. El campesino la dejaba criar en sus casas, en sus graneros o en sus corrales y la lechuza con gran eficacia mantenía limpia las tierras de aquellos roedores potencialmente contrarios a sus intereses económicos. Eterna compañía, duradera amistad. O al menos así, parecía.
La verdad es que los acusados cambios acaecidos en las últimas décadas en el paisaje rural europeo, pero también ibérico e incluso comarcal, han incidido muy negativamente tanto en la distribución como en la demografía de la blanca rapaz nocturna. Con el objetivo prioritario de incrementar las producciones agrícolas se ha ido transformando el entorno tradicional en un medio cada vez más aséptico para la vida. Aquí están las pruebas: tendencia al monocultivo, ampliación de las superficies de regadío, simplificación del ecosistema agrario al eliminar los lindes y los setos vivos, disminución de tierras en barbecho, y para colmo, la generalización del uso de productos químicos como plaguicidas, herbicidas o fertilizantes sintéticos.
Muchos animales que dependían del mantenimiento tradicional del campo están viendo como sus poblaciones van disminuyendo aceleradamente en pocas generaciones. Así mochuelos, alcaravanes, codornices, alondras o terreras son sólo algunos de los ejemplos que los ornitólogos, e incluso los propios agricultores, nos encargan de recordar.
Quizás esa tendencia regresiva la encarna muy bien la lechuza común, seguramente por ser una de las aves mejor conocidas por la gente. En este sentido cabe recordar que a principios de 2018 esta especie fue elegida como Ave del Año por los miembros de la Sociedad Española de Ornitología, precisamente por representar a la perfección un ícono salvaje y popular de un agro que languidece, al menos tal y como lo hemos conocido hasta ahora. Pero antes de seguir ahondando en la problemática de conservación de la lechuza conviene describir someramente algunos rasgos sobre su morfología, su biología y otros aspectos que merecen la pena considerar.
La lechuza común, Tyto alba, es la única rapaz nocturna ibérica integrada en la familia Tytonidae; ya que los búhos, mochuelos, autillos y cárabos pertenecen a otra distinta como es la de Strigidae. Tiene unas dimensiones que oscilan alrededor de los 35 centímetros de longitud, los 93 de envergadura y los 330 gramos de peso, siendo algo más recias las hembras que los machos.
Su cuerpo, más bien esbelto, descansa sobre unas patas ciertamente largas. Pero quizás sea su voluminosa cabeza lo que más llama la atención de este ave. En ella aparece un diseño facial característico en forma de corazón o de media manzana y en el que destacan dos negros ojos sobre un fondo blanco inmaculado. Y blancas también son las partes inferiores del animal: el pecho, el vientre y las alas. Éstas, así como el manto y la parte superior de la cabeza, muestran un plumaje de bonito diseño en el que predominan los tonos leonados y dorados finamente moteados de negro y de gris. Una verdadera exquisitez.
El disco facial actúa como una antena parabólica con la que concentrar hacia sus oídos cualquier leve sonido de la noche, como el ligero roer de un ratón entre la hojarasca del suelo a varias decenas de metros de distancia. Los ojos, por su parte, aparecen en posición frontal, con lo que la lechuza puede calcular la profundidad de su campo visual y acertar plenamente sobre su víctima durante la práctica venatoria.
En vuelo muestra unas alas visiblemente largas que no dan lugar a dudas para su correcta identificación. Lo normal es verla en vuelo batido y zigzagueante a escasa altura sobre los campos en los que inspecciona en busca de presas, aunque a veces se la llega sorprender mientras se cierne caprichosamente en el aire. En cualquier caso, la estructura de su plumaje le permite volar silenciosamente; prácticamente se amortigua la fricción con el aire, con lo que puede capturar sus presas sin que éstas queden advertidas.
No es raro oírla durante la noche, aunque sus vocalizaciones no son tan amables como la de otras aves nocturnas, ni mucho menos. En realidad emite unos grotescos siseos estridentes que a más de algún noctámbulo paseante les ha hecho estremecer. Quizás ello y su querencia a habitar desvanes y cuartos oscuros en casas de labor o campanarios le han merecido una fama un tanto tétrica y nada favorecedora que conviene ir desterrando del sentir popular.
La lechuza común es una de las aves más cosmopolitas ya que se la encuentra en todos los continentes a excepción de la Antártida. Únicamente falta en regiones frías y en los desiertos más duros del planeta. Cuenta con numerosas subespecies, aunque en España únicamente aparecen tres. La subespecie nominal, alba, habita el sector occidental europeo y es la que se reproduce en la península Ibérica, el archipiélago balear y las islas Canarias occidentales, La subespecie guttata, en cambio habita más al norte y este de Europa, y durante el invierno una cierta cantidad de ejemplares se establecen temporalmente en España (incluso se ha confirmado su reproducción con la subespecie nominal). Por último también existe la subespecie gracilirostris, en gravísimo peligro de desaparición pues únicamente se reproduce en Lanzarote, Fuerteventura y ciertos islotes del oriente insular canario.
En tiempos prehistóricos, cuando el ser humano todavía no se establecía en núcleos urbanos, la lechuza habitaba cortados naturales, roquedos o taludes de cierta envergadura que le ofrecían oquedades para guarecerse y ubicar sus nidos. La caza de sus presas las debería hacer en calveros de bosques, áreas aclaradas u otros espacios poco arbolados que le suministraban suficiente alimento para cubrir sus necesidades energéticas. Sin embargo, a partir de la cultura neolítica la lechuza supo aprovechar muy bien los cambios en el paisaje producidos por el ser humano. Así las nuevas edificaciones que iban a pareciendo por doquier le supusieron un atractivo hábitat de nidificación, y los campos de cultivo un nuevo nicho ecológico a explotar. La lechuza fue una de las aves más beneficiadas de esa revolución cultural que afectó al paisaje de tantos y tantos terrenos a lo largo de la geografía nacional e internacional. Los campos de cultivo, en resumen, se convirtieron en una nueva despensa con abundante comida en forma de insectos y micromamíferos, especialmente roedores, y con muchas construcciones susceptibles de ser colonizados.
La lechuza en el medio agrario busca edificios con habitáculos que reúnan dos condiciones de habitabilidad necesarias para depositar los huevos y cuidar los pollos: que se mantengan oscuros, pues los rayos de sol molestan su descanso, y que estén más o menos libres de las injerencias del ser humano. Y aquí ya empezamos a notar un serio problema, no sólo en Requena-Utiel, sino en toda su área de distribución ya que, o los edificios que se diseminan por los campos están muy viejos y acaban en una ruina total que no permiten ya la ocupación por la lechuza, o bien por todo lo contrario, que acaben con reformas tales que no dejan espacios susceptibles de ser ocupados.
En relación a la dieta de la lechuza hay que señalar que es muy variable de unas regiones a otras, e incluso dentro de la misma región, ya que cada pareja de lechuzas explota muy eficientemente los recursos tróficos que le ofrece su propio territorio. Así hay parejas que son hábilmente cazadoras de pájaros, mientras que otras consumen buenas cantidades de murciélagos, y otras en cambio, lo hacen de insectos medianos o grandes. Pero en cualquier caso son los roedores y musarañas las presas más habituales de la rapaz.
Aquí en la comarca, he podido analizar la dieta de una pareja de lechuzas que hasta hace poco era fiel a su territorio en las inmediaciones de El Pontón (Requena). En base al estudio de las egagrópilas que depositaba en su posadero pude comprobar que la práctica totalidad de presas eran mamíferos de pequeño tamaño, especialmente roedores como el ratón de campo, el ratón casero, la rata negra o el topillo mediterráneo con los beneficios que otorgan a los agricultores de la contornada como especie controladora de las poblaciones de estos animales susceptibles de causar daños a sus cultivos.
En cambio, otra pareja de lechuzas que habita la vega del Magro, río arriba, aunque de dieta básica constituida también por roedores, añadía gran cantidad de pájaros, como los gorriones comunes que seguramente capturaba en sus dormideros comunales.
Las egagrópilas son bolas constituidas por pelo, huesos, plumas y otras partes indigeribles que las rapaces nocturnas regurgitan en sus nidos o posaderos habituales. Los ornitólogos averiguan la dieta de estas aves abriendo esos peculiares comprimidos e identificando los huesos con un tipo de presa. En concreto, el estudio de las mandíbulas y de la dentición facilita la obtención de resultados muy fiables sobre el espectro alimenticio de esta bella rapaz nocturna. De esta manera se ha podido averiguar, por ejemplo, que una familia de lechuzas llega a consumir anualmente más de 2.000 ratones ¿Qué mejor y más natural plaguicida puede haber en nuestros campos?
La reproducción de estos animales también es otro aspecto fascinante de su biología. Se inicia con un peculiar cortejo, en el que el macho realiza unas vistosas exhibiciones de vuelo para llamar la atención de la hembra; incluso llega a obsequiarla con alguna presa para convencerla a que acceda a la cópula. Son animales muy fieles por lo que se emparejan de por vida y los ejemplares suelen permanecer muy aquerenciados al mismo territorio.
Lo normal es que la puesta se desarrolle con el inicio de la primavera, pero se conocen muchos casos en que se puede adelantar mucho o incluso atrasarse, haciendo coincidir la crianza con los picos de abundancia de alimento en el campo. Suele depositar entre cuatro y siete huevos, aunque en condiciones extraordinarias puede llegar a poner hasta 11 si hay una enorme población de especies-presa. Incluso en esas condiciones óptimas de comida no es raro que pueda hacer meses después una segunda puesta.
La lechuza no hace un nido típico, sino que deposita los huevos directamente sobre el suelo del habitáculo que elija, o como mucho, sobre un manto de sus propias egagrópilas. Es la hembra quien los incuba durante 30 a 34 días aproximadamente, tras los cuales nacen los polluelos. Éstos, cubiertos de un abigarrado plumón blanco, serán capaces de volar hacia los dos meses de vida. No obstante aún permanecerán con la protección de sus padres alrededor de un mes más hasta que ya se valen por sí mismos y se independizan. Entonces comienza un período crítico en la vida de las lechuzas en que se dispersan por otros lugares más o menos cercanos, con los peligros que ello conlleva (inanición, atropellos, electrocuciones, etc.), hasta que sean capaces de regentar un territorio por sí mismas, emparejarse y reproducirse.
En Requena-Utiel las lechuzas no son migrantes sino que permanecen todo el año en sus feudos de cría. No obstante, en invierno la comarca debe acoger una cierta cantidad de individuos procedentes del norte de Europa que huyen de las bajas temperaturas que se dan entonces por allí y que hacen disminuir las poblaciones de los roedores de los que dependen. En este sentido, recuerdo ver hace años una lechuza capturada en Utiel de la subespecie guttata, en la que se apreciaba muy bien el pecho y el vientre pardo-amarillento, el disco facial ocre y con la espalda y el dorso de las alas más grisáceos que las lechuzas autóctonas de la comarca.
Desgraciadamente las lechuzas van desapareciendo de nuestros campos. Según estudios recientes de la Sociedad Española de Ornitología/BirdLife la lechuza hoy cuenta con un 18,5% de efectivos menos de los que tenía en 2006. Y eso teniendo en cuenta también que ya en esa fecha la lechuza ya se encontraba en fuerte regresión. De hecho la información aportada por el programa Noctua dependiente de esa misma entidad conservacionista ya estimaba un descenso de detecciones de la especie de un 50% entre los años 1998 y 2004 en las cuadrículas que pudieron ser estudiadas entonces.
Las causas de ese drástico declive están relacionadas con la destrucción o alteración del hábitat tanto de alimentación como de reproducción. Las transformaciones en la estructura de su hábitat y el uso de raticidas y otros productos químicos en el campo han hecho disminuir la población de sus presas potenciales, aparte de incidir negativamente en la salud de las propias lechuzas. De hecho se han encontrado a menudo cadáveres de lechuzas con altas concentraciones de este tipo de sustancias tóxicas en sus tejidos.
La disminución de lugares adecuados para criar es un problema creciente en los últimos años. Aquí en la Meseta de Requena-Utiel cada vez cuesta más encontrar una edificación en el medio rural que cumpla las mínimas condiciones que necesita la lechuza para llevar a cabo el proceso reproductor. Recuerdo hace un par de décadas que no era tan raro localizar casas de labor diseminadas en el campo que sirvieran de posadero habitual o incluso de punto de reproducción para alguna de estas aves, tal y como indicaban la presencia de las numerosas egagrópilas que por allí había. Pero sin embargo, esos mismos caseríos están ahora en avanzado estado de abandono y prácticamente no sirven ya de refugio para las lechuzas.
Y en los cascos urbanos, pasa algo parecido. Las casas susceptibles de ser utilizadas acaban siendo derruidas para hacer otras nuevas; y las que no las tiran, las reforman de tal manera que las inutilizan para las lechuzas. Una de las últimas parejas de las que yo tenía referencia en Requena era la que habitaba la iglesia de San Nicolás en pleno barrio histórico de la Villa. Aquellas lechuzas no hace mucho que desaparecieron ya que se llevó a cabo una reforma integral que no tuvo en cuenta que durante esa primavera estaban criando allí y ni tampoco se las ofreció una alternativa para que siguieran haciéndolo en el mismo templo durante los años siguientes.
Otros problemas graves a los que se enfrenta el animal es el de la elevada mortalidad que sufre por electrocuciones y, sobre todo por atropellos. Entre 2015 y 2017, según datos recogidos por los naturalistas del Projecte Mussols (Societat Valenciana d’Ornitologia) se han localizado nada menos que 61 ejemplares atropellados únicamente en la provincia de Valencia. Aquí en la Meseta de Requena-Utiel apenas se disponen de datos de bajas por la escasez demográfica de la lechuza. Sin embargo, para un estudio sobre las aves que se hizo en el valle del río Magro en los municipios de Caudete de las Fuentes, Utiel, Requena y Yátova entre los años 2001 y 2011 entraron cinco ejemplares al Centro de Recuperación de Fauna de la Generalitat Valenciana situado en El Saler (Valencia). Dos de ellos se hallaron en Requena atropellados y otros tres en Utiel, uno posiblemente golpeado contra un tendido eléctrico y otros dos con un traumatismo tras fuerte golpe de causa indeterminada.
¿Qué se puede hacer por revertir tan delicada situación? No es fácil, desde luego, pero quizás lo primero sea informar y la sensibilizar a la sociedad de cuál es la situación. Y eso mismo es lo que se trata de conseguir con ensayos como éste. La educación ambiental es básica para abordar los problemas y mitigarlos.
Por otra parte se deberían llevar políticas agrarias tendentes a la sostenibilidad de las economías rurales, en las que la preservación del medio ambiente sea una máxima a cumplir por todos los componentes del tejido socioeconómico. La lechuza es un bioindicador de la salud ambiental de nuestros campos y nos dice bien a las claras que las cosas no van bien. La apuesta por la agricultura ecológica, la protección de setos vivos y márgenes, y en definitiva la proyección hacia alimentos más sanos, y que en definitiva también supondrán un mayor valor de mercado, son propuestas de un futuro menos duro para mantener y mejorar la biodiversidad natural.
Y por otro lado el desarrollo de iniciativas encaminadas a conservar y potenciar las últimas poblaciones de lechuzas que nos quedan. Desde luego un espejo al que hay que mirarse es el magnífico trabajo que los compañeros del Projecte Mussols están llevando a cabo en los últimos años en la comarca valenciana de l’Horta.
Conscientes del fuerte declive demográfico observado en los últimos años varios miembros de la Societat Valenciana d’Ornitologia se enfrascaron en 2010 en un ambicioso plan para tratar de mejorar la situación de la lechuza en el entorno inmediato de Valencia. Su trabajo lo han venido estructurando en tres ámbitos perfectamente interconectados entre sí: el estudio científico, la educación ambiental y las actuaciones concretas en conservación de la especie.
Los trabajos de investigación que está llevando el Projecte Mussols vienen a actualizar la información disponible sobre el estatus actual de la especie en la demarcación geográfica, sus amenazas y sus necesidades. El análisis exhaustivo de los resultados de los mismos ofrece un punto de partida fundamental para llevar a cabo las siguientes fases de la iniciativa.
El segundo aspecto está incidiendo en el fomento del cambio de actitud sobre las gentes del campo, en general y los agricultores, en particular. La labor de la sensibilización del ciudadano es fundamental para la conservación del medio agrario. Así la realización de folletos, las charlas, los talleres y otras actividades está sirviendo para acercar la problemática de la especie a la sociedad e involucrarla en su conservación.
Y por último las actividades concretas sobre la mejora de las poblaciones: la colocación de nidales artificiales y la liberación de individuos al medio natural.
La falta de lugares adecuados para que la lechuza pueda criar en la huerta valenciana es uno de los principales problemas a los que se enfrenta la especie por lo que desde 2010 el Projecte Mussols ha distribuido 20 nidales (de dimensiones 60 cm x 40 cm x 40 cm) en casas de aperos, alquerías, motores de riego y otros puntos adecuados para que la lechuza los pueda colonizar. Para ello se ha llegado a acuerdos con los propietarios que van a salir tremendamente favorecidos en el caso de que lleguen a criar las aves por el control sobre los roedores que harán sobre sus campos. De momento lo está haciendo una pareja, por lo que el esfuerzo, desde luego, ya está mereciendo la pena.
Desde 2011, año en que se empezó con la técnica de la cría campestre (hacking) y hasta 2017 se han liberado 74 lechuzas lo que sin duda repercutirá positivamente en el reforzamiento poblacional en aquella comarca.
Dicha técnica consiste en dejar en un nidal artificial (un cajón de madera) unos polluelos procedentes de un centro de cría en cautividad o un centro de recuperación de fauna silvestre. Las aves son alimentadas todos los días por técnicos especializados con la precaución de que no sean vistos para que no se acostumbren a la presencia humana. Cuando los pollos alcanzan un cierto desarrollo se les permite salir al exterior para que vayan ejercitando la musculatura y puedan hacer los primeros vuelos. Poco a poco se les va disminuyendo la cantidad de alimento de la misma manera que harían sus progenitores en el campo. Una vez las jóvenes lechuzas ya cazan por sí mismas se les retira totalmente el aporte de comida y se da ya por cerrada la reintroducción.
Todo este esfuerzo que están desarrollando los compañeros de Mussols no podría ser efectivo sin el apoyo de gente voluntaria que colabora en la construcción de los nidales o que durante varias semanas, día tras día, aporta la comida en el proceso de la cría campestre. También hay que valorar el papel de los propietarios de las casas y de las tierras de cultivo que autorizan y apoyan la colocación de los cajones de cría y permiten su seguimiento necesario; y por supuesto el de los centros de cría, especialmente de Brinzal (Madrid), que ha facilitado la mayoría de las lechuzas liberadas.
Mucho y muy duro están trabajando la gente del Projecte Mussols. Movida por su ilusión y por el amor a la vida, y en especial a las rapaces nocturnas, está posibilitando que se vea un poco de luz al final del túnel. Ojalá iniciativas como ésta se contagien a lo largo de la geografía ibérica y, por qué no, a nuestra querida comarca. La lechuza lo necesita. El campo también.
Mientras esos deseos se puedan hacer realidad una silueta de vida cruza las tinieblas. Acaba de ponerse el sol y las sombras se adueñan del paisaje. La lechuza, como todas las noches empieza su rutina. Busca, más allá de los emparrados, aquellos rincones libres de los alambres donde hay una pradera de hierba repleta de ratoncillos. Sabe que alguno de ellos le vendrá bien para soportar mejor los fríos que ya se van haciendo patentes en las fechas en que estamos.
La dama de la noche. ¡Qué bonita es!
Espero que siga acompañando al hombre del campo durante muchas generaciones más. Como lo ha hecho desde hace miles de años. Estoy seguro que así será.
JAVIER ARMERO IRANZO
Dedicado a la maravillosa gente del Projecte Mussols por su trabajo en favor de las rapaces nocturnas. Gracias amigos.