Avanza inexorablemente el mes de julio, y casi sin darnos cuenta ya estamos acabándolo. Nos encontramos metidos de lleno en verano, y bien que se ha abierto camino en nuestro entono natural. El monte está reseco; especialmente este año en el que las precipitaciones primaverales han sido particularmente escasas. Las jornadas son aún larguísimas y la insolación diurna es muy fuerte; las temperaturas alcanzan los valores máximos anuales. Los animales del bosque, como nosotros, esperan a salir a últimas horas del día a la espera de que el preciado solano refresque el asfixiante ambiente.
Pero no todos. Para algunos les van bien estas duras condiciones, aunque parezca sorprendente. Me refiero a los insectos. Sí, a los insectos, esos grandes olvidados del reino animal para la mayoría de personas. En muchas ocasiones su biología y sistemática son, simplemente, desconocidas por los paisanos. Y en otras, su relación con el ser humano es todavía peor, ya que suelen ser despreciados y evitados por considerarlos molestos y desagradables. Tristes etiquetas que trataré de borrar del subconsciente del lector con este Cuaderno de Campo de hoy.
Para mí, para decenas de naturalistas, y también para muchos hombres del campo, los insectos son animales fascinantes. Y es cierto. Su anatomía, tan diversa y funcional, está dotada de distintas soluciones estructurales para hacer frente a unos nichos ecológicos variadísimos. Su ecología es asombrosa, con decenas de especies de distintas querencias tróficas y que maravillan al paciente aficionado que dedica unos minutos a observar sus movimientos en el medio natural. Y sus formas y colores enriquecen enormemente el campo, quizás demasiado sobrio y estéril a ojos del profano o del que va con prisas por él.
Es cierto que hay muchas especies de insectos que pueden ocasionar molestias o incluso perjuicios al ser humano o a sus intereses económicos. Empezando por aquellas que puedan llegar a constituirse en parásitos como los piojos o las pulgas, por ejemplo, hasta aquellas que ocasionan daños en nuestras propiedades como son las carcomas, las termitas, o la gran variedad de insectos que se llegan a convertir en plagas agrícolas o forestales. Pero también es verdad que hay muchas más que son fundamentales e imprescindibles para la polinización de cientos de plantas, tanto silvestres como cultivadas por el ser humano, y que sin el concurso de estos vectores vivientes no podrían llevar a cabo la vital función de la reproducción. Y por supuesto no hay que olvidar que los insectos juegan un papel trascendental en las complejas redes alimentarias de todos los ecosistemas en donde están presentes, y lógicamente también en el monte mediterráneo que es el ambiente natural de nuestra querida comarca. Su papel es básico en el buen funcionamiento del medio y cualquier afección sobre alguna de sus especies seguramente repercutiría en todo el entramado del que forman parte.
Pero no quería entrar en esa sesgada disyuntiva entre insecto perjudicial e insecto beneficioso. No es esa la idea. Creo que eso no ayudaría a ver la entomología como la ciencia fascinante que creo que es y se merece que se considere.
Me gustaría que nos sumergiéramos en el mundo de los insectos desde el punto de vista de la historia natural, de su inmensidad evolutiva; en definitiva, de su aportación al mundo vivo.
Lo primero que llama la atención es su enorme diversidad taxonómica. La cantidad de grupos, de tipos de insectos que existen; y lo que queda por saber de ellos. Aquí en Requena-Utiel no sabría decir ni con tosca aproximación la diversidad entomológica que constituye su aportación a la biota comarcal. Hay mucho que investigar en ese sentido; muchísimo.
De todo el reino animal, los insectos constituyen el grupo taxonómico más importante tanto en número de especies diferentes como de individuos. Se calcula que el número de insectos identificados en todo el mundo sobrepasa ampliamente el millón de especies, lo que supone en torno a un 80% del total de especies conocidas de cualquier tipo. Es realmente extraordinario, muestra de un éxito evolutivo absolutamente indiscutible.
Los insectos pertenecen al grupo de los artrópodos, que son animales invertebrados que presentan el cuerpo segmentado, están provistos de un exoesqueleto de quitina que le da cierta consistencia y presentan las patas y los apéndices articulados. En el caso de los insectos, en concreto, se caracterizan además por tener el cuerpo dividido en tres regiones fácilmente apreciables (cabeza, tórax y abdomen), presentar tres pares de patas y, en la mayoría de casos, dos pares de alas, que al igual que las patas también parten del tórax.
Un aspecto de la biología de los insectos que siempre ha llamado la atención de los seres humanos ha sido el desarrollo y el crecimiento de los juveniles tras el proceso de reproducción. Y, para esto también hay mucha diversidad en este tipo de animales.
Los hay que realizan una metamorfosis completa como es el caso de los escarabajos, de las mariposas, de las moscas, de las hormigas, de las avispas o de los chinches, por ejemplo. En todos estos animales se produce un cambio radical de aspecto entre los individuos recién nacidos y los adultos. Concretamente, de los huevos puestos por la hembra nacen unas larvas, cuyas principales actividades son comer y crecer. Estas larvas tienen un aspecto más parecido al de un gusano que al de un insecto propiamente dicho. Además sus necesidades alimenticias y su modo de cubrirlas son muy diferentes también a la de los ejemplares adultos. Pensemos por ejemplo en la oruga de una de nuestras mariposas más bonitas, la cuatrocolas Charaxes jasius que es una ávida consumidora de hojas de madroño Arbutus unedo. Por ello, en fase larvaria, aparece en laderas de montes o fondos de barrancos donde exista una cierta cobertura de este arbusto pero, sin embargo, cuando ya es adulta puede llegar a subir a cotas más altas de la montaña y libar sobre otro tipo de recursos, especialmente materias en descomposición como frutas maduras, exudaciones en los árboles, o incluso cadáveres o excrementos.
También existen muchos insectos que realizan una metamorfosis pero incompleta. Los individuos recién eclosionados del huevo, llamados ninfas, sí que presentan un cierto parecido con los ejemplares adultos, pero se distinguen de ellos por carecer aún de alas y no haber desarrollado sus órganos sexuales. Sin embargo, sí que ostentan la misma alimentación al poseer idénticas piezas bucales. Las alas se irán desarrollando mediante sucesivas mudas en las que se irá alcanzando de manera gradual el aspecto y el tamaño del ejemplar adulto. Cada muda permitirá el crecimiento del individuo ya que la cutícula que recubre el cuerpo es más elástica que la anterior. Este tipo de crecimiento es el habitual en grillos y saltamontes; pero también en libélulas, caballitos del diablo y efímeras, cuyas ninfas (y esto sí que es curioso) son acuáticas y realmente no se asemejan a las fases adultas, perfectamente adaptadas a la vida terrestre y aérea.
Sin embargo, también existe una minoría de especies que no llevan a cabo una metamorfosis propiamente dicha sino que al nacer los individuos juveniles ya presentan el cuerpo similar al de los adultos y únicamente no tendrán más que ir creciendo de tamaño. Esto se da en insectos primitivos que no presentan alas como es el caso de los bonitos pececillos de plata, comensales del hombre ya que los podemos encontrar entre los libros de nuestras estanterías o en los cuartos de baño alimentándose de restos orgánicos de los desagües, principalmente.
Los insectos aparecieron en la Tierra durante la era Primaria, concretamente hace unos 350 millones de años en pleno periodo Devónico. Por entonces su aspecto era de unos pequeños invertebrados anillados y provistos de seis patas, pero sin alas. A partir de ahí su evolución ha sido imparable y la radiación hacia los órdenes actuales ha sido realmente sorprendente. Son los verdaderos dominadores de la Biosfera. Hoy los podemos encontrar prácticamente en cualquier ambiente, y en Requena-Utiel eso no es una excepción.
Tenemos la suerte de descubrir fácilmente insectos por cualquier rincón de la comarca. Los hay en los pinares que cubren las principales sierras de la demarcación; y los hay por los cantiles, e incluso por sus cuevas y resquicios. También habitan los ríos y sus bosques de ribera, así como las charcas y las fuentes. Y por supuesto también han sabido colonizar los paisajes antropizados, como los campos de cultivo e incluso los pueblos y ciudades, donde encuentran fácilmente recursos que son capaces de explotar al abrigo de construcciones y viviendas humanas.
Ahora, en pleno verano puede ser un buen momento para organizar excursiones entomológicas a cualquiera de esos ambientes en busca de insectos. No importa que haga mucho calor; eso afecta más bien a otro tipo de animales. No obstante, recomiendo, eso sí, dirigir nuestros pasos a ciertos sitios frescos y con humedad que facilitarán su presencia y su observación. Así, es agradable pasar unas horas a la sombra de las formaciones ribereñas del Cabriel, del Magro o de cualquier otro curso de agua ya que allí podremos advertir la presencia de especies de variada ecología como las libélulas y caballitos del diablo, de requerimientos acuáticos; de ciertas especies de vida hipogea que sorprenderemos al levantar grandes piedras o troncos en descomposición; o aquellas más habituales en los rodales de monte cercano que, como ocurre con muchísimas especies de mariposas, acuden al frescor de las umbrías.
Especial atención merecen la amplia gama de escarabajos que podemos observar en la comarca, desde las queridas mariquitas hasta los más desconocidos y espectaculares longicornios, típicos habitantes de encinares y quejigares, pasando por las bellas aceiteras, o las cicindelas, fieros cazadores de bonitos colores y reflejos irisados, o las luciérnagas, que ofrecen su mágica bioluminiscencia en las estrelladas noches de verano, por citar algunos de los ejemplos más sobresalientes.
Saltamontes, langostas y grillos pastan sobre los herbazales y los matorrales y sirven de preciado alimento a una extensa pléyade de depredadores alados como alcaudones, y abubillas, grajillas, cernícalos, e incluso autillos y mochuelos que los capturan al caer la noche. Los pulgones, cigarras y espumadoras son fáciles de detectar en el campo, y especialmente los chinches, que con sus sofisticados aparatos bucales picadores-chupadores se nutren de los fluidos de decenas de especies de plantas.
Y por supuesto, por doquier encontramos insectos tan populares y tan diversificados en sus géneros y tipología como los dípteros (moscas, mosquitos y tábanos) e himenópteros (hormigas, avispas y abejas, principalmente), tan habituales en cualquier paraje de la contornada. A cada una de estas especies merece la pena que le dediquemos atención, así como las que integran otros grupos de insectos que en menor número también contribuyen a enriquecer la diversidad natural de la comarca: tijeretas, efímeras, cucarachas, mantis, insectos palo, plecópteros, megalópteros, crisopas y tricópteros, entre otras.
Desde estas líneas animo al lector a salir a buscarlos. A deleitarse con sus variadas formas, sus distintos modos de vida y sus curiosos comportamientos. Perdamos el temor que nos puedan llegar a infundir. Son unas criaturas tan interesantes como cualquier otra del mundo animal o incluso más.
Nuestra comarca ofrece, como ya he comentado en otras ocasiones para otros grupos zoológicos, muchísimos lugares magníficos y apropiados para disfrutar de la naturaleza; y por supuesto también de su entomofauna. Aprovechemos estas semanas para ello.
Los insectos de la Meseta de Requena-Utiel. Tenemos mucho aún que conocer. Empecemos por observarlos y respetarlos.
JAVIER ARMERO IRANZO