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LOS AGUERRIDOS REQUENENSES./Víctor Manuel Galán Tendero.

Requena 15 febrero 2017

Los reyes de la Hispania de la Baja Edad Media mantuvieron relaciones complejas, con acusados momentos de hostilidad y otros de tregua e incluso de paz. Castellanos y aragoneses, que unieron fuerzas puntualmente contra los benimerines, no dudaron en aliarse con los musulmanes granadinos en tiempos de guerra entre ellos. Tampoco tuvieron escrúpulos en animar la oposición interior del vecino al poner bajo su protección a díscolos nobles. Pedro IV de Aragón ayudó al hermanastro de su rival Pedro I de Castilla, don Enrique de Trastámara, para ascender el trono. Cuando el de Trastámara ciñó la corona castellana se olvidó de los compromisos con su anterior aliado aragonés y no le libró plazas como la de Requena.

Serenar los ánimos era, no obstante, más que necesario tras años de batallar, en los que las epidemias y las malas cosechas habían hecho de las suyas. En 1375 se alcanzó una ajustada tregua entre el rey de Castilla y el de Aragón, no sin pocas negociaciones. Las relaciones comerciales podían reanudarse a ambos lados de la frontera, suculenta fuente de beneficios fiscales para ambos poderes regios.

Los requenenses habían estado en alerta durante mucho tiempo, ya que tenían la obligación de seguir la convocatoria del rey a la guerra, así como la de proteger su territorio y bienes de ataques enemigos. En años críticos, los marcados por el hambre, la ocupación guerrera era un medio de ganarse la vida de muchos varones, con independencia de su fidelidad a un encumbrado señor.  Los almogávares, que en el reino aragonés accedieron a veces a la baja nobleza, acrecentaron así sus filas en los municipios fronterizos.

Entre los requenenses hubo consumados almogávares que supieron aprovecharse de los confusos estados de tregua para lanzar incursiones, como la de 1375 contra el señorío de Turís, del que se llevaron bienes por valor de 10.000 sueldos reales valencianos, una suma nada menospreciable.

Como tomar represalias armadas conducía a un círculo vicioso susceptible de encenagar la pacificación castellano-aragonesa, don Ramón de Tous (el señor de Turís) acudió a la vía legal, ya establecida desde décadas anteriores de conflictos y malentendidos. Tal procedimiento tenía sus ventajas, pero adolecía del inconveniente de la lentitud. En la primavera de 1386 su procurador García de Calatayud todavía clamaba por la satisfacción de su reclamación ante el regente de la gobernación de Valencia Pelegrí de Montagut.

En el tránsito de los siglos XIV y XV el intercambio de productos entre tierras castellanas y valencianas resultó intenso, lo que animó la actividad ganadera. Se ha sostenido que el predominio de la oveja merina es hija de la peste despobladora, pero hoy en día se contemplan las cosas de manera más matizada, más compleja, y se presta atención a lo que de lucrativo tuvo la trashumancia y la no menos importante ganadería estante, en un tiempo de innovaciones fiscales, financieras, contables, mercantiles y artesanales. Se autorizaron dehesas desde Cuenca a Requena, al menos, y en los términos de la ciudad de Valencia se exigió avecindarse para gozar de los derechos exclusivistas de pasto.

Los rebaños resultaban muy tentadores para los cuatreros y en 1409, en tiempos de la minoría de Juan II de Castilla, se produjo otro incidente muy similar al anterior. Joan de Segovia, Mingo Pascual y Gómez Martínez, vecinos de la villa de Sinarcas en el valle de Chelva, denunciaron que hasta seis requenenses les tomaron ganado en Villar de Tejas: más de setecientas cabezas de ganado menor, un perro y un potro. A través de su procurador Joan Martínez de la Polayna lo denunciaron al gobernador valenciano don Ramón de Montcada, camarlengo real, que atendió su súplica el 27 de febrero de 1409. Desde el lado aragonés, se prefirió negociar a combatir, pese al estado de Castilla. Los conflictos de parcialidades nobiliarias que conmovían el reino valenciano, el enfrentamiento con los genoveses alrededor de Sicilia y la ausencia de un heredero directo del rey Martín I de Aragón aconsejaron prudencia.

A veces las incursiones fueron la respuesta a otras desde el lado contrario. Ahora bien, la historia de Requena entre 1257 y 1480 nos enseña cómo se fueron imponiendo los mecanismos de transacción entre vecinos sobre la violencia del saqueo. En el seno de la violenta incursión latió, en forma dialéctica, el espíritu de negociación, tan del gusto de los pragmáticos tipos de la Baja Edad Media que bien supieron emplear la espada como la palabra, al modo de los navegantes de los tiempos de Homero, lo que benefició a la larga el desarrollo económico de Requena convertido en lugar de tránsito.

Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA. Documentos nº. 6128 y 6129.

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