LA BITÁCORA / JCPG
El contexto es importante. Vivimos tiempos en que las identidades tienden a invadirlo todo. No dejan sitio para nada más. Lo vemos con este problema catalán; lo contemplamos en otros lugares de este complicado mundo. La identidad, ese artefacto colectivo está seduciendo a cada vez más gente. El voto masivo a los conservadores británicos, con Johnson a la cabeza, es un arrebato de exaltación identitaria por parte de los británicos. Los signos de una victoria de Trump frente a su “impeachment” se multiplican por doquiera se mira, y es muy posible que de todo esto salga bien reforzado, dispuesto a revalidar su victoria en otras elecciones presidenciales. La globalización empieza a criar enanos.
Más cercano a nosotros, se ha producido el fenómeno de emergencia de dos procesos paralelos. Uno es el catalán, cuyos perfiles conocemos y no es objeto de esta columna. El otro, el de la España vacía o vaciada. Éste es el grito colectivo de aquellas áreas rurales del país postergadas durante décadas, diría que incluso siglos; tierras ofrendadas en el ara del progreso; gentes y actividades económicas sacrificadas para concentrar el esfuerzo económico y humano en regiones supuestamente sojuzgadas; léase País Vasco y la dichosa Cataluña. Imposible separar el separatismo catalán, cada vez más violento, del grito de las regiones despobladas. Hoy, los diputados catalanes del nacionalismo ya se ven las caras con el diputado de Teruel existe.
La pugna de las identidades está aquí. No sé qué nos deparará el futuro. Pero a mí me parece que muchas cosas cobran sentido bajo esta óptica. También entran en esta faceta los trabajos del profesor de Geografía Juan Piqueras. He dedicado a él ya algún otro escrito, pero hoy deseo deslizarme hacia otros terrenos que son muy significativos en su producción científica de los últimos años.
No cabe duda: si alguien es capaz de entender por completo el funcionamiento de nuestra comarca, de escuchar el palpitar de cada gasón, ese es Juan Piqueras. Existen geógrafos que tratan áreas geográficas desde sus despachos, con las tecnologías actuales, sin duda mucho más capaces de acercarnos a las realidades concretas del universo geográfico. No obstante, Piqueras posee cualidades diferentes y sumamente valiosas. En primer lugar, nadie le puede negar que no haya pisado un terreno; cuando lo describe, cuando proporciona detalles sobre el mismo, evidencia un conocimiento superior y profundo.
Da la impresión que Piqueras está destilando en los últimos años, mediante estas monografías de aldea, una serie de profundisimos conocimientos geográficos, fruto del trabajo de toda una vida. Su autoridad en este terreno es indudable. Su último trabajo sobre la tierra es el ya celebrado sobre las aldeas de la Vega, San Juan Calderón y Barrio Arroyo.
El método de nuestro geógrafo es el propio de la geografía contemporánea. Un territorio, con un hecho geológico, pero con la sociedad que lo habita, con las gentes que lo pueblan y lo explotan. El hecho físico ocupa en este último trabajo desde la página 9 a la 16, con las pertinentes ilustraciones y mapas bien elaborados. Soporte fundamental, clave, desde luego. Pero ya se advierte que es una base de trabajo, mas no resulta algo decisivo y determinante. El determinismo geográfico es convenientemente matizado por las restantes páginas. Porque el papel de la evolución histórica adquiere entonces un cariz de materia decisiva.
En el libro de Piqueras, naturalmente, el papel de la historia es el de la mismísima sociedad y sus componentes: los individuos. Están ya en la misma portada, en esos vendimiadores que llevan el cuévano en las parihuelas. Eran tiempos duros, de trabajo extenuante. Esos hombres y esas mujeres son quienes han hecho esta tierra, la han modelado ellos.
Piqueras lo tiene clarísimo. Por esta razón, analiza a lo largo del resto del libro los lugares, casas de campo y aldeas en los que las familias se asentaron, trabajaron, vivieron y murieron. Análisis de los sistemas de propiedad, del arrendatario, del gran propietario, con sus perfiles personales en algunas ocasiones. Un proceso de estudio que viene a reafirmar una tesis ya clásica en el pensamiento geográfico de Piqueras: los antiguos terratenientes dieron paso a un proceso de “democratización de la propiedad” prácticamente ya en 1900. Una tesis que estos estudios de aldeas y complejos familiares han venido consolidando como un núcleo central para el entendimiento de nuestra comarca.
El colofón de este libro son los análisis de las evoluciones familiares. Sigue aquí la dispar vivencia de los apellidos, si puede desde sus orígenes hasta su progresiva instalación en un territorio. Es una faceta que completa el panorama, y que convierte a estos libros en algo cálido y cercano, lejos de la adusta frialdad de otros tratados geográficos que parecen levitar sobre la atmósfera.
Son tan recomendables estos trabajos de Piqueras que difícilmente todos los que deseen conocer su tierra pueden prescindir de ellos. ¿Pueden esos grupos familiares utielanos desconocer su pasado mercantil-agrario? ¿Es posible entender La Cornudilla, Pino Ramudo, o cualquier otro caserío sin la presencia de estos linajes agrarios cuyos apellidos todavía se mueven por la tierra? Cuando vemos esas viejas fotografías, esas caras curtidas por el aire y el sol, cuando vemos a los abuelos con sus boinas, comprendemos lo lejano que está su mundo del tecnificado mundo nuestro. A veces, las imágenes reúnen diferentes generaciones de una misma dinastía, lo que nos permite percibir los barrancos que separan a esos grupos generacionales respecto de sus ancestros.
El cuadro completo, esto es lo que proporciona Piqueras. Planta, suelo, geografía física, geografía humana, seres humanos viviendo, laborando, familias que trabajan, cambian de residencia, se reproducen, compran tierras. Es decir, la importancia de los protagonistas de la transformación de una tierra. Todos estos valores suponen la escalada de estas monografías aldeanas a la gran atalaya que representa la Geografía con mayúsculas.
Piqueras tiene en su cabeza la comarca entera, con varias generaciones dentro de la misma. Hoy asistimos a un proceso de expansión capitalista enérgico por todo nuestro territorio, hasta el punto de suponer una transformación paisajística y económica del mismo sumamente aguda. Dentro de algunas décadas será necesario cartografiar la nueva situación.
He de reconocer que cuando leo estos libros encuentro algo de mí en ellos. De nuestro mundo. Es como reencontrarme con mi alma. Los que somos de aldea entendemos bien este tipo de trabajos. Juan Piqueras se ha convertido en el hombre que ha recuperado una memoria en extinción o. como mínimo, en cambio radical.
En Los Ruices, a 20 de diciembre de 2019.