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Requena (15/03/18) LA BITÁCORA – JCPG
Vivimos tiempos muy confusos en muchos aspectos de nuestra vida. Acabo de recibir a un padre preocupado por su hija. Es curioso, porque generalmente son las madres las que se acercan a hablar con los profesores; supongo que imperan las razones laborales, de los progenitores masculinos, se entiende; o quizás simplemente un mayor interés. El hombre anda preocupado por la evolución de su hija. Está encariñada con un chico; según él, un chico que no le conviene, pero esa es una apreciación personal suya; vaya usted a saber. Le preocupa la asignatura de Historia y también algunas otras como las Mates. Al parecer alberga la posibilidad de que su hija estudie derecho, como él mismo; bueno, para ser sincero, no sé si es un deseo de la hija o una idea del padre, que en esto nunca fueron muy claras las cosas.

He aquí uno de esos grandes gurús que proliferan ahora: Ken Robinson. Le pueden seguir en sus charlas por internet. La escuela actual es nefasta. Amordaza a los estudiantes, los hace seres inanes, sin iniciativa propia. Vamos, Sir Ken, ciertamente algo pasa, pero los que realmente estamos peleando y cambiando la escuela nos encerramos diariamente con muchos estudiantes; observamos, hacemos y reflexionamos; conocemos lo que ocurre. Me gustaría saber cuántas clases dan estos gurús. Sí charlas a adultos, que aquí tienen un auditorio comprado. El culto a la novedad. La superficialidad de los nuevos métodos. La inocuidad de las nuevas tecnologías.

La conversación es amigable. Hasta que le digo que quizás su hija ha optado por huir, huir de responsabilidades, de esfuerzos, de trabajos que se le antojan gigantescos. Tal vez la chica se ha buscado el novio para huir de su propia realidad y vivir una realidad amorosa paralela. Total, pensaba darle alguna luz sobre las cosas que le suceden. Quizás hay un rechazo de su hija hacia su empecinamiento personal con su futuro. Igual es que el fulano que le tiene secuestrado el amor no es más que un medio de huir de su realidad.
Es lo que faltaba. El hombre viene puesto. ¡Cuánto daño ha hecho esta filosofía actual sobre la escuela! Que si los chavales han de ser felices, que si deben disfrutar, etc. Pues quizás sean felices o no. Tal vez disfruten o no. Pero ¿la escuela tiene como objetivo hacerles felices? Cuando le espeto que quizás es que su hija no comprende bien la historia ni tampoco las mates, me doy cuenta que quien no entiende ni una ni otra es el propio padre: no entiende la historia y la trayectoria vital de su propia hija. Hay que empezar por ahí.
Huir. Aunque sea comiéndose un pastel. Veo el corto filmado por el hijo y su grupo de trabajo de unos amigos. Es un trabajo académico. Mientras un señor mayor da cuenta de un pastel, la vida bilbaína transcurre sin pausa de la mañana a la noche. El transcurrir del tiempo. Heráclito en una ciudad vasca. El retorno de la vieja filosofía, del eterno autorrazonamiento del ser humano sobre su existencia. Diríase que hemos cambiado poco. Cuando el padre de mi alumna huye de mis palabras, albergo la esperanza de que haga un examen de lo que hemos hablado y no se refugie en los objetivos que él mismo ha construido para su hija. ¿Hacia dón huyen esos seres bilbaínos del corto que me envía mi amigo? Hacia su trabajo, hacia su casa. Sólo uno ha buscado la huida hacia el placer: el hombre mayor que está comiendo un pastel; y aún le quedan otros dos de los que dar cuenta.

Giotto, La huida a Egipto. En la Capilla de los Scrovegni. Esta familia acaudalada no huyó de su riqueza, buscó el prestigio de la gran cultura prerrenacentista italiana en el siglo XIV. Un pintor con pericia, con ambiciones técnicas y con un exquisito gusto por el volumen y el encuadre de las escenas en escenarios veraces, les dió a los Scrovegni una fama de la que de otro modo habrían sido ya olvidados. La Capilla que ellos pagaron sigue siendo una cumbre de la creación artística humana.

A la escuela, como dice Alberto Royo, se va a aprender, no a buscar la felicidad. Quizás aquí hay una gran palanca del cambio. Una sociedad tan hedonista y hasta narcisista como la nuestra debe ir cambiando su perspectiva sobre la educación, porque si no nos va a ir muy mal. Nuestros hijos deben ir a la escuela con la perspectiva de desarrollar el esfuerzo y la disciplina. La escuela no es el camino de huida hacia una felicidad que no encuentran en su propia casa. Está uno cansado de gurús educativos que van predicando, embolsándose los cuartos y proclamando a los cuatro vientos que la escuela debe cambiar para que nuestros hijos lo pasen bien. Pues hay que empezar por decir que memorizar ciertas cosas no es precisamente agradable. Requiere esfuerzo, y disciplina. No disciplina espartana y mediatizada por la violencia. Es la disciplina que nace de uno mismo. La que nace de la capacidad para realizar un esfuerzo con tal de obtener conocimientos.

Alberto Durero, La huida a Egipto. José es un campesino germánico, de esos que serían degollados por los aristócratas bendecidos por Lutero en la guerra de los campesinos. Una familia campesina que huye, que huye de las exigencias feudales de los insaciables caballeros, del hambre y de la miseria. Un Durero que registra y denuncia la actualidad del inicio del siglo XVI.

Lo más fácil es huir. Como María y José en aquel episodio que relata el Evangelio de Mateo (2, 13-15). Como el propio comitente, Enrico Scrovegni, quien pareció desear obtener el perdón divino al hacedor de la fortuna familiar, su padre, que fue un auténtico usurero. Al fin y al cabo, estamos en la prehistoria de la banca, ¿no?

Annibale Carraci, La huida a Egipto. El tema giottesco se transmuta aquí en una vista bucólica, placentera y positiva. La huida convertida en excursión campestre. El barroco italiano convierte la huida del peligro israelita en una agradable tarde en el campo.

Nuestros estudiantes tienen cada vez más cuentas pendientes con su aprendizaje. Mientras se acercan las Fallas, esa desembocadura del fenómeno del Judas estudiado por Nacho Latorre, me acerco al abismo. El abismo de un curso que se esfuma. Los alumnos de historia del arte difícilmente comprenden lo que les digo. Hoy el estudiante habitual sale del instituto y echa un espeso telón sobre lo que ha estudiado, visto y analizado en clase. Un telón tan recio que en la siguiente clase hay, casi, que empezar de cero. No se entiende la huida. O sí. No se entiende el tema evangélico de la huida. ¿Escapar de Herodes? ¿Quién es ese? ¿La matanza de los inocentes? ¡Qué tío más malo! ¿No? Nada saben de estos pasajes evangélicos. El laicismo en estado puro. Una pureza que es realmente desconocimiento. Una generación pletórica de medios para obtener conocimiento, y, sin embargo, huérfana del mismo. O necesitan pasar horas en una biblioteca para buscar imágenes artísticas en enciclopedias. Sin embargo, no poseen la capacidad de sacrificio de autoexigencia que supone plantearse la adquisición de conocimiento. Una generación que tendrá que ponerse manos a la obra en el futuro, o nunca.
Por eso huyen. Todos huyen. Hijos. Padres. Hasta yo, si me dejaran, huiría de estas Fallas. Las tengo muy vistas. Quizás me perdería en Padua para ver la capilla de los Scrovegni. O por Bilbao, para comerme uno de esos pasteles. O huir hacia el campo, el único paisaje de hoy que sigue conservando la verdad de lo que es primigenio.
En Los Ruices, a 14 de marzo de 2018.

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