Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel
Javier Armero Iranzo // 10 de diciembre de 2019
El Valle del río Cabriel, Reserva de la Biosfera. Bonita etiqueta, otorgada por la UNESCO este mismo año, y que tiene bien merecida por el extraordinario valor natural que este singular territorio muestra. De su reciente declaración ya se habló en el Cuaderno de Campo anterior y también de algunos de sus mejores parajes una vez entra el río en la provincia de Valencia, concretamente de aquellos situados en el término municipal de Villargordo del Cabriel.
Hoy continuará el relato con el discurrir de sus aguas por montes de una orografía ciertamente complicada. Orografía que salva ofreciendo unos de los paisajes más pintorescos de todo su trayecto valenciano. Espectaculares hoces y meandros que caracterizan el paso del río por el término municipal de Venta del Moro y que han sido originados tras millones de años de acción geológica. El Cabriel, el bravo Cabriel formador de un paisaje singular desde la noche de los tiempos. Mucho antes de que estas tierras las pisaran los seres humanos. Mucho, muchísimo antes.
El Cabriel va haciendo frontera entre las provincias de Valencia en un lado y las de Cuenca primero y luego Albacete en la vertiente más occidental y suroccidental, respectivamente. En el primer tramo su trayectoria es claramente norte-sur y atraviesa los depósitos cretácicos carbonatados que originan las famosas hoces, con caídas verticales que en ocasiones superan ampliamente los cien metros de desnivel. El río a lo largo de los siglos ha ido horadando un profundo tajo sobre los estratos calizos y dolomíticos dispuestos en posición subhorizontal originando un paisaje de especial belleza.
En el segundo sector el río vira suavemente en arco hacia el este encajado en el núcleo de un pliegue sinclinal de materiales miocénicos. En su devenir ha ido originando un espectacular sistema de meandros encajados que, estructuralmente, fue facilitado por dos sistemas de diaclasas cruzadas.
La verdad es que es muy agradable pasear por las riberas del río tratando de entender la evolución geológica que ha permitido que estos parajes sean como los vemos ahora. Aquí uno se da cuenta de que el tiempo a escala humana no es más que una fracción minúscula en la historia de la Tierra. Geología y Biología, porque a la par que se ha ido conformando un paisaje singular también la vida silvestre se ha ido adaptando a los cambios y a los nuevos escenarios. Hoy la biodiversidad que tiene el Valle del Cabriel, producto de la evolución tras millones de años, no desmerece en absoluto el marco físico donde se sitúa. Y a ello también se referirá el presente ensayo. Así que vamos allá
Dejamos el anterior capítulo en Los Carcachales, alineación rocosa que continúa con los conocidos Cuchillos de Contreras. A partir de allí se abre un valle fluvial bonito como pocos: La Fonseca. Quizás éste sea un lugar ideal para iniciarse en la ornitología ya que los ambientes que presenta son muy variados y allí se da una gran variedad de aves con las que disfrutar en una jornada de campo. A lo largo de un ciclo anual serán muchas especies las que fácilmente se podrían detectar aquí. Muchas de ellas son sedentarias en la zona, mientras que otras sólo acuden aquí bien en época reproductora o bien durante la invernada. Incluso, las hay también que recalan aquí durante unos periodos de tiempo muy concretos en el seno de sus periplos migratorios que las conducirán a localidades ciertamente lejanas.
Aves acuáticas como el martín pescador Alcedo atthis, la lavandera cascadeña Motacilla cinerea, la gallineta Gallinula chloropus o el ánade azulón Anas platyrhynchos en el mismo cauce del río; aves propias del bosque de ribera como el pico picapinos Dendrocopos major, la oropéndola Oriolus oriolus, el ruiseñor común Luscinia megarhynchos, el zarcero común Hippolais polyglotta o el herrerillo común Cianystes caeruleus, entre tantos y tanto pájaros que cabría citar. Aves de campos de cultivo, y es que allí en las zonas más llanas también hay parcelas agrícolas dedicadas especialmente a la viña o al olivar y en las que habita la collalba rubia Oenanthe hispanica, el alcaudón común Lanius senator, el abejaruco Merops apiaster o la abubilla Upupa epops entre otras variadas especies.
También hay magníficos pinares que se acercan al cauce donde no es nada difícil detectar aves típicamente forestales como el arrendajo Garrulus glandarius, el pito real Picus sharpei y el zorzal charlo Turdus viscivorus o pájaros mucho más pequeños como el mosquitero común Phylloscopus collybita, el agateador Cethia brachydactyla, el reyezuelo listado Regulus regulus y el sencillo Regulus ignicapillus o incluso al pequeño gavilán Accipiter nisus. E incluso también pueden citarse fácilmente aves ligadas a los medios rocosos como el gorrión chillón Petronia petronia o el cernícalo vulgar Falco tinnunculus que acuden aquí desde los cantiles cercanos.
Pero no sólo aves van a ser descubiertas por el curioso naturalista sino que también algunos reptiles, especialmente en primavera y verano, van a ser objeto de su interés. Hay dos especies aquí que sobresalen por su relevancia si los comparamos con la escasez que muestran en otras zonas de la comarca. Se trata de la culebrilla ciega Blanus vandelli y la lagartija colirroja Acanthodactylus erythrurus. Son dos pequeños animales que requieren áreas con suelos sueltos y que en La Fonseca, con amplios sustratos arenosos, supone un lugar muy querencioso para ellas.
La primera, no obstante es difícil de descubrir, ya que se trata de una especie de hábitos hipogeos. Permanece oculta bajo tierra y prácticamente no llega a salir a la superficie a lo largo de sus rutinas diarias. Se alimenta de hormigas que hábilmente captura en sus propios hormigueros o bajo losas de piedra donde se resguarda. La lagartija, por su parte, sí que es muy detectable en sus correrías por los claros entre matorrales o por la hojarasca de las mismas riberas del río. En cualquier caso, dos animales fascinantes que incrementan el valor biológico de un paraje ya de por sí muy atractivo.
El pequeño valle se cierra con un estrechamiento notable que encierra el río entre montañas. Se trata del Rabo de la Sartén, nombre peculiar de la primera hoz. A partir de aquí el paisaje es dominado por la roca. Apenas hay riberas arboladas en el cauce; el monte llega casi verticalmente a las orillas no dejando casi un interfaz para la vegetación riparia. Y esa será la tónica durante una docena de kilómetros aproximadamente: las Hoces del Cabriel. Escarpadas vertientes que conforman uno de los paisajes más relevantes de la geografía valenciana y conquense. Las Hoyuelas, la Hoz de Vicente, El Purgatorio, El Navazo, El Quemado, son nombres de lugares escarpados y de agreste belleza. Cada uno de ellos ofrecen variedad de atractivos al excursionista que se preocupa por interpretar la naturaleza y sus elementos más relevantes.
Quizás uno de los referentes fundamentales de estos apartados escenarios sea el que conforma uno de los grupos de animales más interesantes de todo el interior valenciano: el de las aves rupícolas. Las paredes verticales que se disponen a orillas del Cabriel ofrecen grietas, oquedades, extraplomados y repisas que utilizan varias especies de aves para nidificar con la tranquilidad que otorga su inaccesibilidad por parte de posibles depredadores. Además durante el resto del año esos lugares sirven también de eventuales posaderos para descansar y refugios donde guarecerse de las inclemencias del tiempo o de posibles injerencias que pudieran perjudicarlas.
La lista de aves de estos medios es larga pero de ellas merece la pena destacar algunas. Así, por ejemplo, allí habitan vencejos de dos especies: el real Tachymarptis melba y el común Apus apus. Son dos tipos de aves que suelen concentrarse en pequeñas colonias de cría utilizando las estrechas fisuras dispuestas en el techo de abrigos naturales y extraplomados del cantil. Son unas aves estivales que explotan hábilmente el rico plancton aéreo que se dispone en las capas atmosféricas situadas por encima del valle fluvial y de los montes aledaños. Prácticamente pasan el día entero surcando el cielo capturando insectos voladores a gran altura y cuando tienen ya el buche lleno acuden a sus nidos a cebar a los pollos.
También entomófagos y de parecidas costumbres predatorias son los aviones roqueros Ptyonoprogne rupestris y comunes Delichon urbicum. Para no solapar su nicho ecológico con los vencejos, los aviones vuelan a menores alturas donde no compiten por los mismos recursos alimenticios. Además la disposición de sus nidos en el cantil también es claramente diferente a la de aquellos.
Los aviones fabrican con pegotes de barro unas características plataformas, en forma de bola para el caso de los comunes y en forma de taza para los roqueros, que adhieren por debajo a los salientes del roquedo y en las que depositan los huevos. Los aviones comunes disponen en Las Hoces de varias colonias de cría localizadas en ciertos puntos concretos del valle, mientras que los aviones roqueros crían más dispersamente habiendo nidos prácticamente a lo largo de todo el recorrido fluvial.
También aparecen otros pájaros asociados íntimamente al cantil rocoso como los roqueros solitarios Monticola solitarius o los colirrojos tizones Phoenicurus ochruros, por ejemplo. Ambos utilizan agujeros en las paredes para criar allí a sus pollos con insectos u otros invertebrados que traen tras recorrer las praderitas, las repisas o los claros del monte de los acantilados. No obstante, durante el invierno, al bajar claramente las densidades de sus presas en esos medios tan hostiles en esa época, muchas de estas aves se van hacia otras localidades dejando el desfiladero fluvial bajo mínimos.
Muy valiosa es la comunidad de aves de mayor tamaño asociada al roquedo. Así, destacan los cuervos Corvus corax, las chovas piquirrojas Phyrrocorax phyrrocorax y las palomas zuritas Columba oenas. Son quizás, las grandes desconocidas de la fauna ornítica valenciana y también las menos valoradas. Su existencia se asocia a lugares de relieve abrupto, apartados y muy poco frecuentados por los estudiosos a las aves. Su desconocimiento general hace que no se tengan en cuenta a la hora de planificar la gestión de los espacios naturales, y es una pena, porque son más escasas de lo que se podría pensar a priori. Y la verdad es que son también unas aves preciosas y de biología muy interesante.
Y por último aquellas especies rupícolas que han dado importancia nacional a las Hoces del Cabriel son las aves rapaces ligadas a los grandes cintos rocosos: el águila real, el halcón peregrino, el búho real y, especialmente, el águila perdicera. Todas ellas motivaron la declaración del Valle del Cabriel como Zona de Especial Protección para las Aves por la Unión Europea. Y es que sus efectivos numéricos aconsejan un nivel efectivo de protección de cara al futuro. Diferentes estudios elaborados por la delegación comarcal en la Meseta de Requena-Utiel de la Societat Valenciana d’Ornitologia (SVO) estiman la población en todo el ámbito de la ZEPA en torno a 6 parejas reproductoras de águila perdicera Aquila fasciata, 8 de águila real Aquila chrysaetos, 5 de halcón peregrino Falco peregrinus y no menos de 12 de búho real Bubo bubo. Incluso se ha llegado a confirmar recientemente la nidificación de una especie rupícola desaparecida del ámbito del río hace ya muchas décadas: el buitre leonado Gyps fulvus.
Las aves rapaces del río Cabriel por su condición de grandes depredadores conforman el vértice superior de la pirámide trófica de este espacio natural. Su posición en el ecosistema es de vital trascendencia por lo que velar por su preservación y mejora es una obligación por parte de la sociedad valenciana. Sin embargo problemáticas tales como las molestias en época de cría en el entorno de los nidos, por las que puede llegar a perderse el esfuerzo reproductor de toda una temporada, o la mortalidad producida por tendidos eléctricos peligrosos, entre otros factores, condicionan la viabilidad futura de unas aves ciertamente espectaculares.
No sólo las hoces son refugio de aves sino también de toda una comunidad biológica que ha sabido aprovechar las posibilidades que la roca ofrece. Así, por ejemplo, el macizo pétreo alberga buenas poblaciones de murciélagos fisurícolas de variadas especies: montañeros Hipsugo savii, rabudos Tadarida teniotis, orejudos Plecotus austriacus, así como diferentes tipos de pipistrellus o myotis se reparten el espacio aéreo por las noches de una forma parecida como lo hacían los vencejos y aviones de día. Con luz, sin embargo, permanecen invisibles para los ojos humanos, cobijándose en el laberinto de oquedades de los numerosos riscos y precipicios. Distintas horas, distintos nichos biológicos; otra bonita lección de ecología básica.
Por parte de las plantas la situación es, como mínimo, igual de interesante. Toda una cohorte de taxones se distribuye al abrigo de pequeños hábitats de montaña y con la roca como nexo común. Desde luego esta comunidad florística atrae mucho al botánico aficionado por la suerte de adaptaciones que presentan al vivir en un medio tan especial. La búsqueda de las orientaciones más adecuadas, la fijación a un sustrato ciertamente raquítico, la dificultad en la absorción de unos nutrientes casi ausentes, las estrategias tendentes a minimizar la pérdida de agua por evapotranspiración y en definitiva la lucha por la supervivencia de unas plantas que se agarran a las fisuras más pequeñas o las repisas más inaccesibles llaman la atención de los estudiosos de la vida que se acercan a estas montañas.
De todas ellas cabe mencionar una pequeña muestra: la doradilla Ceterach ofiinarum, el té de roca Jasonia glutinosa, la esclafidora apegalosa Silene mellifera, el crespinell de roca Sedum dasyphyllum, los zapatitos de la virgen Sarcocapnos enneaphylla, la polígala de roca Polygala rupestris, la coronilla real Phagnalon sordidum, la manzanilla yesquera Phagnalum saxatile y la espuelilla de hoja carnosa Chaenorrhinum crassifolium. Apenas un modesto aperitivo para una larga lista de especialidades.
Y el río sigue así hasta llegar al puente de Vadocañas, un hito geográfico de primer orden en el discurrir del Cabriel a su paso por el término de Venta del Moro; no en balde, su imagen queda reflejada en el mismo escudo municipal. El puente, de origen medieval, salva el río permitiendo continuar el camino que conduce desde dicho municipio hasta la localidad de Iniesta ,y también la cañada real que llevaba los ganados trashumantes de tierras valencianas hasta el centro de la Mancha y viceversa durante siglos y siglos. Hoy apenas quedan allí como recuerdo de aquellas épocas unas ruinas de las casas que servían de avituallamiento a los viajeros en sus trayectos.
Aguas debajo de Vadocañas el paisaje ya no es tan escarpado. El valle se va abriendo y los riscos van desapareciendo en pro de unas laderas con menos pendiente y de terrenos más sueltos. Comienzan los meandros; curvas abiertas y enlazadas que tratan de sortear obstáculos en la trayectoria fluvial. Un paisaje excepcional, capricho de la naturaleza. La tranquilidad que se respira en cada una de las revueltas es, sencillamente, deliciosa.
Una curva tras otra; el Cabriel se abre camino. Van llegando por una vertiente y otra los barrancos que bajan de las sierras. Desde las inmediaciones del Moluengo, la cumbre más alta de la sierra del Rubial (1.41 metros) desaguan en época de lluvias los del Cañar, el Salgar, el del Moro, el del Malo y el de la Hoya Quemada, como más significativos.
Las aguas del Cabriel prosiguen su camino. Circunvalan parajes solitarios ahora pero que en un pasado no muy lejano fueron habitados por el ser humano. Tierras de cultivo en aquellos rincones susceptibles de aprovecharse, casas por aquí y por allá configuraron un entorno de subsistencia hoy impensable. Destaca el poblado de Los Cárceles, en el confín de las tres provincias (Valencia, Cuenca y Albacete). En sus inmediaciones aparece un puente ferroviario que nunca se llegó a terminar y que debía haber unido Utiel y Baeza antes de que la crisis económica previa a la Guerra Civil Española echara abajo aquel proyecto.
Gran parte de su recorrido pasaba por lo que hoy constituye la enorme finca forestal de El Tochar. Desgraciadamente cientos de hectáreas de monte se encuentran cerradas al tránsito de personas por hallarse la finca vallada para la práctica de la caza mayor. Ya se ha comentado en alguna ocasión en estos ensayos los efectos negativos que suponen estos recintos cerrados dedicados al fomento cinegético y que aquí se agravan aún más por las características tan sensibles de sus formaciones vegetales: sobrepoblación de ungulados, afección a la vegetación, problemas de erosión, impermeabilización de territorios para el tránsito de otras especies de mamíferos silvestres, introducción de especies foráneas como el muflón Ovis orientalis o el arruí Ammotragus lervia, molestias por batidas en las cercanías de nidos de aves rapaces entre otros.
Ojalá llegue el día en que desaparezcan las verjas en el valle del Cabriel. Quizás esa posibilidad quede aún lejana pero desde luego no puede dejarse de lado la opción de reversión del monte hacia condiciones lo más ideales posibles y trabajar firmemente y coordinadamente las distintas administraciones en ese sentido.
El río sigue su curso. Más abajo aparece la partida de Los Basilios, donde aún se pueden apreciar los restos de la vieja noria que llevaba el agua del cauce a los bancales inmediatos. Poco después aparecen otros caseríos: La Zúa, a un lado del río, y Santa Bárbara a otro. Aquí en éste último precisamente cabe mencionar un elemento geológico singular.
Se trata de un meandro abandonado por la evolución geológica que ha seguido el cauce fluvial al tratar de rodear el peñón del Palomarejo. Resulta muy llamativo contemplar desde lo alto ese enorme lazo capturado y aislado de la actual corriente de agua y que conforma hoy una parcela agrícola de curiosa morfología dentro del la finca del mismo nombre.
Y ya enseguida el bonito paraje de Tamayo, donde llega al río la única carretera asfaltada aguas abajo de la presa de Contreras; en concreto, ésta desde la finca agrícola de Casilla de Moya donde confluyen dos carreteras locales (una desde las Casas de Moya y otra desde las Casas de Pradas).
Todos estos sectores del río Cabriel constituyen casi la última esperanza de salvación para el vertebrado en mayor peligro de desaparición de toda la comarca y probablemente de todo el ámbito de la Comunitat Valenciana: un pequeño pez denominado loina y también conocido como madrilla del Júcar Parachondrostoma arrigonis. Su situación actual es realmente delicada, concentrando casi todos sus efectivos poblacionales en el entorno de estos tramos del río. Antiguamente se distribuía por prácticamente toda la cuenca del río Júcar pero distintos factores le han llevado a las mismas puertas de la extinción.
Recordemos de que se trata de una especie endémica y que, por tanto, si desaparece de esta cuenca lo hará entonces de toda la Tierra. La competencia con otras especies alóctonas y la excesiva regulación hídrica de los cauces en donde vivía, especialmente por la construcción de presas como la de Contreras, han incidido negativamente en la distribución y abundancia de este pequeño ciprínido que ahora se encentra en trance de una desaparición más que probable. Una vez más las injerencias del ser humano en el medio natural, y en especial sobre uno de sus más delicados ecosistemas como es el fluvial, son el origen del problema.
Aún quedan pintorescos meandros que recorrer hasta llegar al término municipal de Requena. En concreto tres llaman mucho la atención por lo exagerado de su fisonomía: La Terrera, junto al camino que sube al caserío de Tabaqueros en el municipio albaceteño de Villamalea, El Tete-Puntal del Presón, y El Retorno, estos dos últimos parajes compartidos con Casas Ibáñez, también en Albacete. Curvas y curvas que parecen acercarse tras recorrer varios kilómetros de longitud entre montes y derrubiadas. De hecho El Retorno presenta tal denominación por el efecto visual que produce el río, que tras dar una circunvalación casi completa a un pequeño cerro llega a asomar por las mismas inmediaciones por donde desapareció. En este lugar se construyó un pequeño salto de agua con funciones hidroeléctricas que supuso un nuevo problema para las comunidades de peces que vieron como la comunicación natural entre sus poblaciones aguas arriba y debajo de la presa se interrumpían. Una traba más para la loina y para el resto de peces autóctonos del Cabriel.
Las Derrubiadas; nombre merecidamente puesto a unas laderas de solana de tierras sueltas y de pobres suelos que desde las zonas altas de la sierra del Rubial caen hacia las orillas del mismo río. Quizás la planta que mejor define el paraje sea el esparto, conocido por las gentes locales como tochas. Y de ahí los topónimos de Atochares o de El Tochar. El esparto Stipa tenacissima es una planta habitual de estos montes. Requiere terrenos secos de litología margosa, caliza o incluso yesosa, especialmente de solanas. En realidad aquí sus densidades se hallan relacionadas con la degradación ancestral del monte original por parte del ser humano. Tras siglos y siglos de talas, aprovechamientos forestales, incendios y ganadería abusiva se ha llegado a la situación actual en que los espartales cubren una gran parte de la superficie forestal aquí. Las Derrubiadas y el esparto. Y encima llenamos ahora el monte de ungulados a modo de granjas cinegéticas; a modo de caza industrial. ¡Qué poco encanto, la verdad, para una actividad al aire libre!
Y por fin se llega al término de Requena, del que se hablará en el próximo capítulo. En el linde de los dos municipios aparecen las ruinas de la Casa del Pino, prácticamente en la confluencia de la desembocadura en el Cabriel de los barrancos del Lombardo y del Tollo. En realidad estos dos se juntan un poco antes de abocar al río.
El lugar tiene un encanto especial, y no solamente por la presencia allí mismo de una microrreserva de flora de la que ya se habló en un Cuaderno de Campo anterior, sino por la paz y las vistas que se respiran desde la misma era donde hacían la vida sus antiguos pobladores. Una casa más a orillas del río que evocan tiempos pasados. Un buen momento para pensar en lo que ofrecía antiguamente el río a las personas y lo que es capaz de ofrecer ahora.
Todavía queda mucho por hablar de él antes de que se junte con ese otro gran río mediterráneo que es el Júcar; pero eso ya será en otra semana. Aquí en la que queda de la Casa del Pino es un buen momento para hacer una parada, tomar aire y pensar en lo mucho que da de sí este lugar.
JAVIER ARMERO IRANZO
Agradezco a José Ventura y a Iván Moya la cesión de sus fotografías.