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LA BITÁCORA DE BRAUDEL / JCPG

Hay quien dice que los tiempos de la revolución han pasado. Es posible, pero es dudoso que si el tiempo de la revolución no nos es cercano, también hay que decir que hay revoluciones que acaban por realizarse a favor de los bolsillos y el poderío de una selecta minoría. Eso sí: una minoría capaz de vender humo a la mayoría menesterosa y pobre que se enfrenta a situaciones de miseria aguda. Es un mito más en una cultura repleta de mitos.

Los escritores, historiadores y artistas del siglo XIX parecieron volcarse en esculpir mitos a diestro y siniestro, desde Numancia a los comuneros. El devenir histórico del siglo XIX introdujo en la mentalidad hispana nuevos mitos. Para empezar el mito del español no tiene remedio, forjado en el yunque del desastre de 1898, cuando se perdieron Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Hay que decir que se comparaba la situación social y económica con la de los poderosos vecinos franceses, anglosajones y germánicos. Joaquín Costa resaltaba en los albores del siglo XX la necesidad de un urgente desarrollo agrario que debía tener dos patas: la creación de una clase de propietarios agrícolas con pequeñas propiedades y la realización de obras de regadío. La sequedad del país impresionaba entonces; no hay más que repasar los escritos de Azorín, por poner un ejemplo. El gigantesco enfrentamiento de los años Treinta, con la matanza que supuso la Guerra Civil, añadió un nuevo mito: el español cainita.

Costa vendría a colaborar, a su pesar, a cimentar otro mito: la agricultura española como “el pozo de todos los males”, título de una obra historiográfica de hace algunos años. Se quería subrayar el papel en el subdesarrollo social y económico de una agricultura ineficiente, arcaica y poco productiva. En esta situación, los procesos de desamortización tenían una enorme responsabilidad, porque habían reforzado el latifundio y habían cortado las posibilidades del campesino pequeño y el jornalero. Incluso Joaquín Costa postulaba desandar el camino emprendido por la desamortización.

El pasado sábado Alfonso García Rodríguez demostró que en Requena ese camino no tuvo marcha atrás, por mucho que algunos se empeñaran entre 1900 y 1936. En su libro, que apenas tiene 200 páginas, sigue la trayectoria de la privatización de la ingente cantidad de tierra en manos de la Iglesia y del municipio de Requena. Expone, describe y analiza en una secuencia sumamente didáctica. Hasta personas poco introducidas en la cuestión podrán seguir con relativa facilidad el desarrollo de todo el proceso hasta 1924, esto es, casi ayer mismo. Este es un valor muy positivo del trabajo: traza la conexión entre el avatar político y el despliegue del proceso desamortizador en el nivel local.

Entre las muchas claves del libro, a mi me han interesado algunas para traerlas aquí. La primera es cómo la Iglesia, una institución muy poderosa en la época, es despojada de sus bienes, que los tenía en abundancia y de muy buena calidad. En segundo lugar, sobrevuela el libro la idea de Lampedusa que el propio autor comenta en una nota de la página 145, al tratar de las consecuencias de las desamortizaciones: “En Requena la burguesía y la oligarquía tradicional (…) continuaron su alianza para sostenerse en el gobierno municipal” (p. 145) y blindar cualquier veleidad de reversión de los terrenos comprados y de los anteriormente robados o expoliados, que de esto último hubo y muchísimo.

La investigación de Alfonso Rodríguez, en tercer lugar, incide en un aspecto importantísimo del liberalismo decimonónico, y que a veces queda ensombrecido entre el ir y venir de gobiernos, pronunciamientos y Constituciones que crean la idea de cambio profundo, aunque realmente no lo fuera tanto. Me refiero al análisis de la ideología liberal: “Los liberales no pretendieron, a pesar de lo que proclamaban los preámbulos de las leyes desamortizadoras, crear una nueva clase de propietarios. Entre sus objetivos no estaba mejorar las condiciones del campesinado, tampoco facilitar el acceso a la propiedad a los numerosos jornaleros que había en Requena sin trabajos (…)”; la cita corresponde a la página 74.

No es lugar para entablar debates o elucubrar, pero la investigación de Alfonso requiere seguir el hilo a los procesos políticos y culturales. El problema agrario se ha solucionado en la segunda mitad del siglo XX. Alfonso lo dice mejor que yo en un párrafo que me encanta como hijo de pequeño campesino que soy: “Curiosamente, cien años después de la desamortización, la mayor parte de las tierras en las que se desarrolló el cultivo de la vid están en manos de los herederos de los que plantaron a medias las viñas en la comarca. Eso debe ser lo más cercano a la justicia social” (página 97). Pero habrá que profundizar en el tema del anticlericalismo y la furia iconoclasta desatada en los años treinta; habrá que investigar sobre las repercusiones políticas de la desposesión de la Iglesia y del municipio, las respuestas campesinas a este despojo, etc. El campo a nuevas investigaciones y debates está abierto.

Así es como un asunto como la desamortización, con su despliegue secular, la implicación de todo tipo de actores sociales, está incrustado en el seno mismo de la razón de ser de una tierra como la nuestra. La lectura del trabajo de Alfonso García es decisiva para conocer cómo hemos llegado hasta aquí. Además no es una lectura difícil ni farragosa.

Alfonso García Rodríguez, Propiedad y territorio. Las desamortizaciones del siglo XIX en Requena. Centro de Estudios Requenenses, Requena, 2014, 184 páginas.

En Los Ruices, a 2 de febrero de 2015.

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