LA BITÁCORA DE BRAUDEL/JCPG
Resulta asombroso que haya tanta gente implicada en el asunto de los “Papeles de Panamá”. Desde aquellos de los que podíamos sospechar de sus esfuerzos por defraudar al fisco, hasta gente que pasaba por muy respetable. El tema trae y traerá durante algún tiempo cola. Pero pasemos de la corrupción económica a la corrupción de las palabras. Y en este terreno parece evidente que la política tiene un fuerte nivel de responsabilidad. Aunque las cosas empiezan en la política y acaban en la sociedad entera.
Se trata del concepto asociado a la palabra diálogo. Nuestros líderes utilizan esta palabra como sinónimo de la salida de cualquier conflicto. El diálogo, dicen, permitirá construir un nuevo gobierno o permitirá acabar con el “choque de trenes” entre Madrid y Barcelona. La verdad es que cuando los políticos y la prensa cogen una palabra hay que echarse a temblar.
Pero el significado correcto de diálogo raramente se utiliza, o mejor todavía, se practica. Porque existen diálogos de besugos es decir, conversaciones que no tienen una coherencia lógica, pero también diálogos de sordos, eso es, una conversación en la que los interlocutores no se prestan atención. En algunos casos el debate sobre los toros, que se ha abierto paso en nuestra sociedad en los últimos años, se parece a una de estas dos modalidades de diálogo ficcional.
Los meses que llevamos desde las elecciones nos enseñan muchísimo sobre esta palabra, su abuso a manos de la política y del carácter ficcional con el que se utiliza el término diálogo. El humanismo renacentista recuperó la tradición clásica de los diálogos como obra literaria, en prosa o en verso, en la que se fingía una conversación, en ocasiones con ideas contrapuestas, entre dos sujetos. Incluso el enorme éxito de los diálogos los llevó a convertirse en coloquios, en construcciones literarias y morales entre dos o más personajes.
Los modelos de estas ficciones conversacionales eran muy conocidos: los diálogos de Platón, de San Agustín, de Cicerón, hasta los más humorísticos como los de Luciano o Erasmo. A diferencia de los tratados escolásticos, que se centraban en cuestiones minúsculas e inteligibles sólo para iniciados, los diálogos renacentistas fueron sobre todo morales y muy didácticos, y en general fueron una exaltación de la vida civil.
Visto lo visto, ahora y antes, diálogo no es sinónimo de negociación. Mientras nuestros dirigentes no abandonen su ficción, sólo les quedará hablar por hablar, quizás porque desde el mismo 21 de diciembre sólo pensaron en repetir la elecciones y no en el diálogo verdadero.
En Los Ruices, a 14 de abril de 2016.