LOS COMBATIVOS REQUENENSES // Víctor Manuel Galán Tendero.
El corcel rojo de la guerra ha cabalgado demasiadas veces, durante demasiados apocalipsis, en la Historia de la Humanidad. Millones de personas han muerto en las interminables luchas encadenadas un siglo detrás de otro, una letanía de violencia que ha servido para explicar la menor población de España en relación a Francia o Italia. Nuestra belicosa Edad Media y nuestras empresas imperiales supusieron una hemorragia demográfica, según argumentaron arbitristas, ilustrados y personas de ciencia. En el fondo, la España vaciada sería en parte herencia de tan complicada Historia, según este punto de vista.
La Requena musulmana fue muy probablemente ganada por capitulación en 1238 por el obispo de Cuenca Gonzalo Ibáñez y hasta 1257 hubo musulmanes bajo dominio cristiano, que forzaría su marcha en años sucesivos, hasta tal punto que no encontramos una aljama mudéjar posteriormente al modo de otras localidades. En este caso, la guerra sería despobladora, claramente, en un número que la falta de fuentes nos impide determinar. Sin embargo, la Carta Puebla impulsó la nueva población castellana, estableciendo algunos de los patrones de la futura vida local. Como bien discernió hace décadas Ramón Menéndez Pidal, la Repoblación consistió más en la reorganización del territorio según otros cánones que en la simple colonización de un área que distaba de estar ayuna de Historia y gentes. Ahora, la guerra sería repobladora por vía de la violenta competición histórica.
Esta dialéctica, en el fondo, también se aprecia en las guerras de los Austrias, históricamente señaladas como un terrible agente despoblador. Los Habsburgo hispanos no movilizaron un ejército de reclutamiento obligatorio, al modo de Napoleón, sino uno profesional y mercenario, cada vez más lesivo de mantener. Algunos requenenses tomaron parte en las compañías de aquel ejército, pero la principal carga fue la económica en forma de pesados impuestos. Si los Reyes Católicos acrecentaron el coste de las alcabalas y destinaron importantes fondos del puerto seco requenense a la frontera con Francia, los Austrias exigieron servicios ordinarios y extraordinarios, además de imponer las nuevas cargas de los millones y de las milicias, atendidas por los más humildes a través de arbitrios tan molestos como las sisas sobre los productos del consumo, por no hablar de inoportunos donativos. La carga fiscal pesó negativamente sobre los requenenses en particular y en general sobre los castellanos. Durante el recio siglo XVII la población de Requena se estancó alrededor de los mil vecinos, pero bajo los Borbones del XVIII se duplicó tal número, a pesar de mantenerse las rentas provinciales castellanas. La guerra contra Napoleón tampoco detuvo el crecimiento demográfico. Los carlistas que empujaron fuera a importantes contribuyentes y que concentraron a más de uno no pararon el avance vitivinícola.
Si la guerra al final no fue tan despobladora fue porque forzó importantes cambios en la estructura económica de Requena. El desarrollo de las dehesas evolucionó de forma muy pareja al del régimen fiscal castellano. Su creciente agotamiento impulsó la expansión agraria y la sedería del XVIII. Bajo esta óptica, la guerra terminaría favoreciendo una alternativa repobladora, aunque la virtud no residía en la guerra, sino en la capacidad de adaptación de los requenenses.
Quizá la paradoja mayor al respecto la haya vivido Requena en el siglo XX, cuando la ciudad y sus aldeas se llenaron de refugiados llegados de los frentes de guerra. La subida se hizo bien patente en puntos como Campo Arcís. Tuvimos entonces la suerte de no padecer la suerte militarmente adversa de otras tierras de la martirizada España. La línea demográficamente descendente de los transformadores años veinte se alteró temporalmente, prolongándose en una Postguerra marcada por el ambiente rural. Las transformaciones económicas de los sesenta impulsaron el éxodo a las grandes ciudades. A día de hoy, no padecemos la desposesión por una invasión, no libramos agotadoras guerras externas ni sufrimos conflictos civiles, pero sufrimos la despoblación de tierras muy queridas por nosotros. Esperemos que las futuras soluciones no pasen por las horcas caudinas de la guerra pobladora, sino por la capacidad de adaptación que han acreditado históricamente en los peores momentos las personas de Requena.