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LA BITÁCORA DE BRAUDEL /JCPG

Hace tiempo que sabemos que el mundo está de atar. Guerras, lo que se dice guerras, están armadas, y nunca mejor dicho, en casi todos los rincones. El negocio es próspero. Aunque el mariscal Montgomery, el héroe británico de la Segunda Guerra Mundial, hablara del arte de la guerra, lo bélico tiene poco de artístico. Aún recuerdo que el tocho del mariscal británico estaba en los estantes de la biblioteca de Requena; y aún andará por ahí si no ha sido condenado al ostracismo. Jamás lo abrí; no por animadversión, sino por desinterés. Era un libro escrito para reflejar el amplísimo y profundo ego del propio Monti.

En Próximo Oriente tiene una experiencia bien cercana de la guerra. Y hasta es posible que los egos estén también bien presentes. En Telecinco oí hace unos días la crónica del siempre bien informado Henrique Zimerman. No pudo ser más certero en el tiro; el disparo analítico, quiero decir; porque el otro ya lo ponen los muchos que van armados en la zona.

Para Henrique se están alimentando los dos extremismos, el israelita y el palestino. Verdad grandiosa; verdad que será difícil de convertir en atmósfera de paz. Quizás imposible. Si tal como Samuel N. Kramer supuso, los mesopotámicos sumerios fueron los artífices de los que llamamos guerra, el arte bélico de Monti, hay que ver la continuidad y el empeño que han puesto con los años los habitantes de la región. Desde entonces hasta hoy. Pero ahí está Netanyahu, criado en la más pura camada de la escuela lacrimosa, la de su padre Benzion, para aprovechar el caudal de horror, miedo y odio en beneficio del Likud. En el otro lado, el radicalismo islámico hace lo propio y manda a sus jóvenes a la muerte.  ¿Acaso no nos suena esto a lo que  ha sucedido tantas y tantas veces a lo largo y ancho del mundo?

Guerras eternas. Guerras humanas.

En Los Ruices, a 14 de octubre de 2015.

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