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Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel // Javier Armero Iranzo 
  Requena (09/10/18)

Era un domingo de finales de primavera. Apenas había salido el sol y yo ya me encontraba escondido en el matorral de cierto paraje próximo al río Cabriel. Delante de mí en la lejanía,

podía observar con la ayuda del telescopio un pollo de águila perdicera que aún permanecía en el nido. Un bonito ejemplar, adornado de un elegante plumaje de color rojizo, que miraba con curiosidad sus escarpados dominios pero ajeno a la intromisión de la persona que no paraba de observarlo a varios cientos de metros de distancia.

El aire fresco aliviaba mi rostro tras la dura caminata por terrenos quebrados y el olor profundo a monte me hacía sentir muy bien. Sin embargo, todo ello se cortó de cuajo. Un fatídico mensaje al teléfono móvil me dejó helado. Javier Barona me contaba que nuestro amigo común José Reyes había fallecido la tarde anterior.

Al instante, y como si fuera conocedor de tan desagradable nueva la joven rapaz saltó del nido y revoloteó a un cantil cercano.

Mi amigo José, con el que había compartido tantas y tantas excursiones por los barrancazos de nuestro querido Cabriel, en busca precisamente de las águilas perdiceras por las que tenía verdadera admiración, se había ido para siempre.Y ante mí un soberbio aguilucho iniciaba una nueva andadura; una nueva vida.

No creo yo en supersticiones ni en nada parecido; ni nunca lo he hecho, la verdad. Pero desde luego aquello me dio que pensar. Recogí mis bártulos y dejé atrás aquel secreto lugar; triste, muy triste. Crucé el río y me dirigí a La Manchuela; lo demás, poco importa ya.

José murió el 16 de junio y merecía un homenaje. Hace unos días, el pasado 22 de septiembre, decenas de personas venidas principalmente de tierras de Albacete y de Valencia nos reunimos para recordarle. Quedamos en su Alborea natal y nos dirigimos a un paraje de la familia donde colocamos un monumento conmemorativo y donde plantamos unos árboles en su recuerdo en el transcurso de una modesta pero emotiva ceremonia.   

Allí pudimos comprobar una vez más aquello que todos sabíamos: la gran cantidad de amigos y seres queridos que había podido reunir a lo largo de su vida. Emocionante jornada pero muy entrañable y cordial, como no podía ser menos.

 José Reyes Álvarez Pardo, el gran naturalista de La Manchuela.
Hace ya casi treinta años que tuve la suerte de conocer a José, o a Jose (palabra llana) como le gustaba que le llamaran. Me lo presentó otro gran amigo, José Antonio Peris, cuando empezaba yo a acompañarle todos y cada uno de los sábados del año al Marjal del Moro. Allí disfrutaba lo indecible del ambiente ornitológico en el que también formaba parte José Reyes. Anillamiento científico de pájaros de carrizal y censos de aves acuáticas eran los atractivos planes. He de reconocer que a lo largo de la semana contaba los días que faltaban para que fuera sábado e irme con ellos a este pequeño humedal localizado junto a las playas de Puzol y del Grao Viejo de Sagunto.
Aquello fue a partir de la primavera de 1989. Enseguida conecté con José Reyes, ya que la ornitología la completaba en su querida Manchuela, donde estudiaba diversos grupos de aves: especialmente las rapaces y las esteparias. A mí también me atraían mucho estos tipos de aves de tierra adentro por lo que iniciamos por aquel entonces un enriquecedor calendario de salidas tanto por su comarca como por la mía en busca de sus principales aves silvestres. Y como espacio de unión entre ambos territorios, el formidable río Cabriel que tanto quería.

  Con José Reyes aprendí a hacer el seguimiento de las grandes águilas. Fue él quien me hablaba de los territorios de las perdiceras y de las reales. Y con él empecé a controlarlas y a estudiarlas; tal y cómo estaba haciendo en el mismo día de la terrible noticia.

Por aquel entonces funcionaba en Valencia el Grupo de Estudio de Rapaces, y precisamente fue José quién me introdujo en él. José era un socio muy activo en este grupo de investigación y me involucró a colaborar con el seguimiento de los territorios de águilas reales y perdiceras que visitaba yo en Requena-Utiel.

Su otra gran pasión eran las aves de espacios abiertos, lo que se han venido denominando a grosso modo aves esteparias. Calandrias, sisones, gangas, ortegas, alcaravanes y otras tantas especies que ocupan los trigales y otros terrenos desarbolados del entorno de Alborea y que gustaba de observar y de estudiar.
Sus registros sobre este tipo de aves siempre han sido de mucho interés por los ornitólogos, especialmente los de Valencia ya que en esta provincia apenas hay datos de ellas. Valencia apenas tiene superficie dedicada al cultivo del cereal de secano por lo que para la mayoría de especies los municipios del altiplano albacetense colindante con el Cabriel acogen las poblaciones viables más próximas.

José Reyes y La Manchuela. Aprovecharé este modesto recordatorio sobre su figura para presentar a los lectores del Cuaderno de Campo algunos rasgos biológicos de una comarca limítrofe con la Meseta de Requena-Utiel que es muy interesante desde el punto de vista de la biodiversidad.
El extremo oriental de la gran llanura manchega recibe de sus habitantes el peculiar nombre de La Manchuela. Así, al otro lado del valle del Cabriel, está comarca natural se extiende tanto por las provincias de Cuenca como por la de Albacete. En la primera provincia destacan poblaciones como Iniesta o Villanueva de la Jara, muy valiosas desde el punto de vista ambiental y paisajístico. Pero hoy toca hablar del sector albacetense, donde se encuentran seis municipios que hacen frontera con nuestra comarca. En concreto, dos de ellos lindan con Venta del Moro: Villamalea y Casas Ibáñez. Y los otros cuatro con Requena: Alborea, Villatoya, Casas de Ves y Balsa de Ves. Todos ello, a excepción de Villatoya, cuentan con amplias superficies cultivadas en medio de la altiplanicie que queda entre los ríos Cabriel y Júcar. De hecho, los dos últimos llegan a contactar directamente con ambos ríos conformando un bello paisaje mesetario del mayor interés para la biodiversidad.

El paisaje del llano está dedicado principalmente a los cultivos de secano como la vid, el olivo o el almendro. Pero quizás lo más interesante para las comunidades de aves son los extensos campos dedicados al cultivo de cereales como la cebada, el trigo o la avena, interrumpidos por barbechos, eriales y tomillares ralos en cerros y parajes de litología más áspera y poco aprovechable para el arado. En ellos se instala una ornitofauna variada e interesante, al menos para aquellos ornitólogos que como yo no acostumbramos a recorrer ese tipo de ambientes pseudoesteparios.

A José le gustaba mucho este paisaje. Y a mí también, la verdad. Muchas veces el naturalista idealiza con espacios frondosos, frescos e intactos. Parece que la vida solamente se aferra en estos ambientes puros y ciertamente estéticos. Sin embargo, los espacios abiertos como los que La Manchuela aporta están llenos de vida. Una vida muy especializada por soportar condiciones realmente extremas, con duros inviernos y sofocantes veranos. Donde se pasa de las heladas y nieblas invernales a las prolongadas sequías estivales casi sin transición. Y donde la mano del hombre ha condicionado brutalmente el paisaje desde tiempos inmemoriales, transformando los carrascales primigenios en extensos campos de cultivo.

A pesar de todo La Manchuela conserva un elevado inventario florístico que supera ampliamente los 1.200 táxones vegetales, si contamos también las plantas que aparecen en los desfiladeros del Cabriel y del Júcar. Plantas variadas que conforman valiosísimas unidades de vegetación que se aferran aún en ambientes de gran interés en conservación como las asociadas a lavajos, pequeños humedales, depresiones endorreicas con cierta salinidad, arenales, regueros, terreras, cerros y cantiles entre otros hábitats.
No hay que olvidar que biogeográficamente La Manchuela conforma una región botánica a caballo entre dos provincias florísticamente diferentes (la Castellano-Maestrazgo-Manchega en su sector Manchego y la Valenciano-Catalano-Provenzal en su sector Setabense), por lo que se enriquece notablemente de esos dos dominios vegetales.

Y todo ello además con una carga extra de belleza propia y exclusiva. La de los espacios abiertos. El paisaje llano que se extiende en el horizonte a merced de los meteoros: vientos que mecen los verdes trigales durante la primavera y escarchas que llenan de blanco las rastrojeras durante el invierno. Belleza que sólo las personas sensibles saben apreciar; y José era una de ellas.

Y si a ese paisaje le añadimos las aves, el éxito estará asegurado. José fue descubriendo todas y cada una de las especies que habitaban su querida Alborea y los municipios cercanos. Desde luego, me llamaba la atención las citas que me contaba de aquellas especies que yo no podía ver por Requena-Utiel. Así por ejemplo valoraba mucho la presencia de sisones (Tetrax tetrax) en La Manchuela, ahora en grave recesión a nivel nacional por los cambios de cultivo y la intensificación agrícola que se está produciendo en las últimas décadas. Recuerdo con agrado las excursiones primaverales que organizaba a ciertos parajes cercanos a Casas de Ves o a Zulema para ver estas preciosas aves y estimar su población.

También solía buscar, con éxito, las ortegas (Pterocles orientalis) y gangas (Pterocles alchata) en cerros desarbolados y tomillares cercanos a los cultivos, así como los alcaravanes (Burhinus oedicnemus), los aguiluchos cenizos (Circus pygargus), las calandrias (Melanocoprypha calandra) o un avecilla que desde luego no me dejaba indiferente por su total ausencia en la cercana provincia de Valencia y que allí se presentaba en alguna localidad: la terrera marismeña (Calandrella rufescens).

No hace mucho me confirmó la vuelta tras tres décadas de ausencia del cernícalo primilla (Falco naumanni) como ave reproductora. Siempre me decía que él se acordaba de ver una colonia reproductora en la propia iglesia de su pueblo, pero como otras tantas a nivel ibérico desapareció por completo. Afortunadamente, no lejos de allí han vuelto a criar recientemente.

También apreciaba mucho poder observar aves acuáticas en ciertos lugares de La Manchuela y en determinados momentos del año. Con él he podido visitar parajes tan interesantes como los estanques de la depuradora de aguas de Casas de Ves. Allí llegan a criar aves poco habituales en tierras del interior como las cigüeñuelas (Himantopus himantopus), los chorlitejos chicos (Charadrius dubius), los zampullines comunes (Tachybaptus ruficollis) o las fochas (Fulica atra), y donde recalan muchas otras especies más a lo largo del ciclo anual. De hecho allí mismo, o mejor dicho en su entorno inmediato pude observar en una ocasión un grupito de chorlitos carambolos (Charadrius morinellus) que pararon a descansar y a avituallarse en su periplo migratorio postnupcial.

José nos dejó este año, pero su recuerdo perdurará en mucha gente por mucho tiempo. Formaba parte fundamental de sociedades ornitológicas como la SAO (albacetense) y la SVO (valenciana). Se esforzó por dar a conocer la vida silvestre y el valor que ésta otorgaba al paisaje. Un camino recorrido que, desde luego, debe ser continuado en el futuro.
Pocas personas he conocido que lucharan tanto ante las adversidades que la vida le ponía por delante. Y siempre con empeño y buena actitud. Un verdadero ejemplo a seguir.

Su amor por la tierra era la fuerza que le abría el camino. La sensibilidad hacia lo vivo, la determinación hacia el trabajo y su espíritu positivo contagiaban a quienes lo conocíamos.

Primeros de octubre. El otoño se asienta ya de lleno en La Manchuela. Las lluvias van ablandando el terreno y los pastos verdes aparecen tras el reseco verano. Los tractores hunden la reja del arado en el suelo y voltean las simientes de hierbas anuales que quedaron enterradas en su día. Un ejército de pardillos (Carduelis cannabina), pinzones (Fringilla coelebs), verderones (Chloris chloris), jilgueros (Carduelis carduelis) y trigueros (Emberiza calandra) entre otros granívoros inundan la llanaura tras el apreciado botín. Decenas y decenas de bisbitas (Anthus pratensis) y lavanderas blancas (Motacilla alba) se vuelcan tras los invertebrados que asoman tras el tractor. Y el esmerejón (Falco columbarius), recién llegado de la lejana tundra, no pierde detalle de tanta actividad. Sabe que alguno de esos emplumados seres va a caer hoy entre sus garras.

Perdices (Alectoris rufa), conejos (Onyctolagus cuniculus) y liebres (Lepus granatensis) salen de sus escondites junto a la Ceja del Cabriel. La vida bulle por doquier. De repente un águila perdicera (Aquila fasciata) venida directa desde el cañón fluvial se abalanza sobre sobre uno de esos conejillos. La historia se repite un día más. La heráldica  rapaz tras unos minutos de sosiego alza el vuelo con la presa en las garras. Con un potente batido de sus alas va tomando altura hasta que se pierde en el azul del cielo no sin antes dar un último vistazo a su coto de caza: La Manchuela.

Bonito lance vital de la más bella de las aves que me hace recordar con una sonrisa al enorme naturalista que tanto disfrutaba con su contemplación.

Hasta siempre, amigo.

JAVIER ARMERO IRANZO

 

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