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Los Combativos Requenenses. Víctor Manuel Galán Tendero.

Requena (15/07/19)

Hace unos días, un buen amigo me comentó que había ido a trashumar con vacas bravas por los Montes Universales, desde Albarracín a Jaén. La escena es digna, al menos, del gran Río Rojo de Howard Hawks, entendiéndose que en estos parajes de la Piel de Toro nos hayan fascinado las películas del Oeste, hoy en día bien presentes en la programación de Castilla-La Mancha Media. Algunos dirán que la americanización no ha germinado hoy, pues ya tiene unas cuantas décadas a base de cines y novelitas de Marcial Lafuente Estefanía, con su bueno, el feo y el malo a tiro limpio. Claro que (más allá de la Almería de Clint Eastwood) aquel Far West tuvo bastante de hispánico, con sus ranchos, reatas o barbacoas, por mucho que les pese a individuos como Donald Trump. El sombrero vaquero ya lo llevaron los cordobeses de tiempos cervantinos, los de su Quixote con la española grafía de México y Texas. Desde los estudios de Charles J. Bisko, se han establecido paralelismos entre la frontera medieval de Castilla con la decimonónica de los Estados Unidos: un sinfín de usos ganaderos, maneras de combatir, de pensar y costumbres fueron llevadas a la América del Norte desde España. El género del Western, el equivalente icónico norteamericano de Shakespeare según Robert Duvall, sería en el fondo la manera de hispanización de Estados Unidos.

Bien mirado, la Historia de Requena podría dar pie a distintos westerns, que en manos de un John Ford hubieran llegado lejos, incluso dejando a un lado los combates entre cristianos y musulmanes (nuestros candidatos a las filaes de vaqueros e indios), que alcanzaron hasta principios del siglo XVII. Nuestros vecinos moriscos del reino de Valencia no dejaron de inquietarnos, alimentando prevenciones y paranoias varias.

Requena fue una tierra de dehesas, de pastos atractivos para el ganado. Por los rebaños disputaron los nuestros con los de Albarracín de forma recia a comienzos del XIV, coincidiendo con la guerra entre Castilla y Aragón. En 1375, se lanzaron contra el señorío de Turís y en 1409 contra la villa de Sinarcas. Los cuatreros pudieron prosperar, por mucho que la amenaza de represalias tratara de frenarles.

En aquella tierra ganadera y guerrera, tan cercana a la raya de Valencia, los bandidos o bandoleros pudieron cabalgar con furia y energía. Como en otras partes de Europa, los límites entre reinos, por mucho que obedecieran al mismo monarca, auspiciaron sus acciones, pues así trataron de burlar la acción de las respectivas jurisdicciones. Las parcialidades y los deseos de ganancia nutrieron las cuadrillas de bandoleros, al igual que la de los almogávares de antaño. Desde Valencia llegaron hacia el 1600 temibles forajidos armados hasta con tres armas de fuego, pues la Monarquía no acertó a ponerles coto por mucho que dispusiera solemnemente amenazas. No solo se afanaron en el robo y en el contrabando, sino que también fueron contratados como matones al servicio de las parcialidades políticas de las localidades de la Castilla oriental. Los guapos a cara descubierta de las caciquiles partidas de la porra, bien plasmados en los relatos de Blasco Ibáñez, se remontaron a aquel indómito tiempo.

Tomarse la justicia por propia mano fue habitual, incluso lanzando piedras e insultos contra los rivales, algo que se penó por los corregidores de reyes tan celosos de su autoridad como Felipe II. De todos modos, en los momentos más recios aparecieron tipos como el alguacil mayor Francisco de Carcajona a mediados del XVII. Cuando nuestra Santa Hermandad, la de a buenas horas mangas verdes, pasaba por momentos de atonía, los representantes locales de la ley se las tuvieron que ver con bandoleros y desertores del ejército, algo que alcanzó su culmen durante la guerra de Sucesión, cuando los miqueletes se desparramaron desde la actual comarca de los Serranos.

Otro elemento muy del western, muy fordiano, fue el de los cautivos. El drama reflejado en la soberbia película Dos cabalgan juntos (1961), podía haber sido ambientado en la Baja Edad Media, cuando entre cristianos el apresamiento era una forma de obtener rescate. La caída en manos musulmanas podía conducir a las mazmorras granadinas e incluso norteafricanas. La suerte de los islamitas cautivos no era menos lúgubre, pues ni la condición de tributario mudéjar aseguraba contra una fatídica odisea desde Aragón a nuestras tierras. Fueron tantos los trabajos que los buenos de los padres trinitarios llegaron a Requena más de una vez.

Con el paso del tiempo, la vida se hizo menos violenta entre nosotros y las rutinas legales fueron adquiriendo carta de naturaleza, pues la España de los Austrias no padeció nada comparable a las guerras de religión de Francia, los Países Bajos o el Sacro Imperio. Sin embargo, en las bravas guerrillas y en las no menos intrépidas partidas carlistas subyació algo de la naturaleza de los campeadores medievales, que se ganaron la vida a botes de lanza. Quizá nuestro último episodio digno de un western sea el de los maquis, que contra viento y marea se acogieron al monte para no perder su libertad, la de los horizontes lejanos que nos convierten en personas auténticas.

ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

Real Cancillería, Registro 0141, ff. 189r-189v.

ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.

Documentos nº. 6128 y 6129.

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