El sol se ha puesto hace poco más de media hora. Apenas hay luz ya en la montaña cuando unos maullidos potentes y lastimeros se oyen en lo más profundo del bosque. Transcurre la noche, gélida noche de finales de enero, y las voces continúan durante varias horas más. Una vez y otra vez. Magníficos sonidos de salvaje naturaleza que irrumpen con fuerza y que caracterizan las noches de nuestros montes en esta época.
¡Mauu-mauu! ¡Mauu-mauu! ¡Mauu! Invisible durante toda una temporada entera, un animal muy poco conocido se hace notar ahora. La misteriosa criatura reclama su disposición a la crianza; es el gato montés que está en celo.
Efectivamente es ahora el periodo de reproducción de un animal realmente magnífico; de un bello felino, icono de la vida más agreste en nuestras montañas. El gato montés se encuentra ahora muy activo. Machos y hembras no paran de maullar para comunicar su estado de receptividad. Además, intensifican el marcaje con sus propios excrementos y orina de todas aquellas sendas y lugares por donde acostumbran a pasar. Por ello no es raro, incluso, poder ver algún ejemplar a plena luz del día en estas semanas de tanto trasiego. Buen momento, sin duda, para salir al campo.
Hasta fechas muy recientes ha habido mucha controversia entre los científicos sobre la denominación de los gatos monteses del Viejo Mundo. Se creía que gatos europeos, africanos y asiáticos, correspondían a especies diferentes. Sin embargo, en la actualidad se acepta que forman parte del mismo taxón, Felis silvestris, y que las antiguas denominaciones específicas consideradas, hoy se usan para nombrar a las distintas subespecies. Así, en Europa tenemos la subespecie nominal Felis silvestris silvestris, en África Felis silvestris lybica, y en Asia Felis silvestris ornata. Se admite, además, que el gato doméstico Felis silvestris catus proviene de la domesticación en Oriente Medio de la variedad africana con el objetivo de controlar las crecientes poblaciones de ratones que acudían a los graneros durante la revolución agrícola. Las primeras representaciones en el Antiguo Egipto de estos animales, a los que consideraban sagrados, son de hace unos 4.000 años.
Aunque el parecido del gato montés con el gato doméstico es alto existen, no obstante, diferencias anatómicas muy evidentes. Así el montés es más grande y corpulento, pudiendo llegar a pesar los ejemplares ibéricos como valores promedio 4,5-5 kilogramos los machos y 3,5-4 kilogramos las hembras.
La cabeza también es más voluminosa y de mayor tamaño. Pero quizás uno de los mejores detalles en qué fijarse es en el aspecto de la cola, ya que en el gato montés es muy gruesa en toda su longitud y acaba en una borla negra redondeada y precedida de 2 ó 3 anillos también negros muy evidentes.
De su pelaje destacan unas bandas negras muy visibles en los brazos y en los cuartos traseros, y una línea vertebral negra bien definida que contrasta con los tonos grises y ligeramente rayados de su cuerpo, pero nunca moteados. Apenas tiene manchas blancas en su cuerpo; solamente debajo del ano, en su garganta y en el labio inferior.
En Europa está presente en muchos países desde la península Ibérica hasta el Cáucaso, pero sus poblaciones se hallan muy fragmentadas y en algún caso aisladas. A nivel nacional su presencia es muy irregular en las distintas regiones. Mayoritariamente se localiza en los principales macizos montañosos del país, huyendo generalmente de las áreas más humanizadas.
Su abundancia varía mucho de unas zonas a otras y está determinada, más que por la estructura del hábitat, por la disposición de alimento. No obstante, el gato montés en España parece preferir hábitats de estructura heterogénea, o como dicen los ecólogos, en mosaico. Así, gusta vivir en zonas bien forestadas o cubiertas de matorral y peñascos que usa para refugiarse y criar, y áreas más abiertas y desarboladas donde suele ir a cazar.
Precisamente el matorral mediterráneo y los ecotonos con los campos de cultivo del piedemonte constituyen un medio rico en presas. En este sentido, siente predilección por los pastizales de la franja norte peninsular (donde hay abundancia de ratas toperas Arvicola terrestris y otras especies de roedores), cultivos, barbechos, dehesas o incluso grandes zonas aclaradas del bosque. Además, también aparece con frecuencia en los sotos fluviales, ambientes muy productivos y que ofrecen buena cantidad de recursos tróficos.
En Requena-Utiel, un hábitat muy utilizado por la especie son las zonas de mosaico agroforestal, donde se combinan cultivos de secano que sustentan al conejo y a otras especies presa con manchas o barrancos con matorral o rocas que ofrecen el refugio necesario.
En cambio tiende a evitar las zonas eminentemente agrarias o las áreas boscosas pobladas exclusivamente de coníferas que tengan escasa cobertura arbustiva, seguramente por la menor cantidad de presas que allí se da.
El gato montés se considera un especialista facultativo en relación al consumo de presas. No es un especialista estricto como el lince ibérico Lynx pardinus, cuya dieta esencialmente está basada en conejos; ni un consumado generalista como el zorro Vulpes vulpes, capaz de explotar cualquier recurso alimentario. El gato, concretamente, consume conejos en los periodos en que estos abundan en el campo, especialmente durante la primavera y el verano. Sin embargo, se hace más rodenticida hacia el otoño e invierno, al atrapar gran cantidad de ratones, ratas y topillos, cuando los conejos escasean o simplemente no existen. Entonces también suelen completar su dieta con otras presas más variadas como pueden ser los reptiles, las aves o incluso grandes invertebrados, pero siempre de manera claramente secundaria.
En la Comunidad Valenciana se encuentra repartido en las tres provincias, siendo mucho más habitual en las comarcas de interior que en las costeras. En la Meseta de Requena-Utiel habita prácticamente todos los macizos orográficos, gozando sus poblaciones de una aparente buena salud, aunque en realidad no se sabe con certeza.
No es raro encontrar sus indicios de presencia en sendas y puntos sobresalientes del monte. Las huellas del gato montés no son difíciles de identificar. En nuestra comarca únicamente se pueden confundir con las del gato doméstico, aunque las de éste último son más pequeñas. Presenta un contorno casi circular y marca muy bien las cuatro almohadillas digitales; el quinto dedo presente en las patas delanteras aparece muy alto y no se marca nunca. Tampoco se marcan las uñas, ya que el felino las lleva retraídas mientras va marchando y únicamente las saca en el momento de la caza. Por tanto y si comparamos sus huellas con las de otro carnívoro silvestre que habite nuestros montés, la del gato montés son poco confundibles.
Para encontrar indicios de su paso por un lugar habría que buscar sobre sustratos arenosos (como los bordes de los caminos) o fangosos, como las orillas de cauces o en los bordes de los charcos días después de llover en el monte.
La identificación de sus excrementos tampoco es nada complicada, ya que presentan un aspecto homogéneo, compacto y de tipología más o menos cilíndrica. En ocasiones presenta restos de hierbas o plantas que el gato consume para purgarse. De color gris oscuro llegan a tener tonos pardo verdosos si son muy recientes y dotados de un fuerte olor acre característico. El gato los suele depositar en un lugar más o menos prominente de su territorio para hacerlos servir como referencia visual y olfativa de cara a otros ejemplares que puedan moverse por allí. De hecho el gato montés es un animal muy territorial; al menos en el caso de los machos, que no toleran la presencia de otros invadiendo lo que ellos consideran su territorio vital.
Lo habitual es que tanto sus deposiciones como sus marcas de orina, muy olorosas también, las dispongan en los límites territoriales para advertir a otros ejemplares. Sin embargo, en el territorio de un macho pueden coexistir varios territorios de hembras, de mucha menor extensión. El tamaño de los territorios es muy variado y depende, lógicamente, de su riqueza en presas potenciales.
Ahora, en las fechas en que estamos se intensifica el marcaje de cada uno de los feudos de los gatos en el monte por lo que la actividad biológica de estos es realmente grande. El celo puede ser tan acusado ahora que no son raras las riñas entre gatos que se disputan una parcela reproductora. Las hembras, por su parte, también se suman al juego olfativo intensificando sus deposiciones para anunciar su disponibilidad a la cópula.
El macho puede llegar a cubrir a otras gatas durante estas semanas de enardecimiento sexual. Por el contrario, aquellos machos que no consiguen su objetivo podrían acercarse a caseríos humanos y satisfacer su deseo llegando a aparearse con ejemplares domésticos, y dando lugar así a híbridos fértiles. Este hecho, lamentablemente, puede condicionar la pureza genética de los individuos de una población de gato montés, aunque no parece que en Requena-Utiel sea un hecho ciertamente contrastado como sí lo ha sido en el ámbito de otras regiones o, incluso países, de su área de distribución. En general, salvo en lugares donde las poblaciones de gatos monteses están muy disminuidas por otros factores, la hibridación parece tener una escasa importancia en la poblaciones silvestres.
Tras unos 63 a 70 días de gestación la hembra pare por lo general de dos a tres cachorros, aunque la horquilla de posibilidades llega a variar desde 1 hasta 7 ejemplares por camada. Abril y mayo suelen ser los meses en que las hembras traen al mundo a los gatitos. Utilizan como cubil el refugio que les produce un abrigo en el roquedo, un hueco en el matorral espeso o más raramente una madriguera subterránea.
Los cachorros son capaces de salir de su cubil al mes y medio de nacer, y ya hacia los cinco meses se independizan de su madre. Entonces abandonan el territorio natal, especialmente los ejemplares macho, ya que las hembras son más toleradas en él.
Los gatos monteses suelen ser de costumbres nocturnas y crepusculares, pero sí el territorio de campeo está suficientemente alejado de injerencias humanas no es raro descubrir a algún ejemplar a plena luz del día. Yo mismo he tenido la suerte en varias ocasiones de toparme de frente con distintos ejemplares de gatos en el monte en lugares muy poco transitados por lo de nuestra especie.
En concreto, por lo emocionante de aquellas observaciones, recuerdo los encuentros con hermosos ejemplares que campeaban por las orillas del Magro en el quebrado desfiladero de La Herrada en busca de la abundante rata de agua Arvicola sapidus mientras yo muestreaba aves de ribera. No puedo olvidar el cruce de miradas entre nosotros a escasos metros y en aquel magnífico lugar; y la tranquila reacción de esos preciosos animales ante mi presencia. En todos los casos optaron por una marcha tranquila y relajada hasta perderse en el fragor del bosque pero sin perder la gallardía y la altivez. Qué magnífico animal; esencia de lo más puro y auténtico del monte.
Espero repetir muchas veces esa experiencia. Señal de que las cosas le irán adecuadamente al majestuoso felino. Pero no todo pinta bien para él. Muchos problemas le acechan y no en balde le han hecho perder muchos efectivos en su área de distribución histórica.
Los expertos alertan de que la población ibérica está en regresión, especialmente por la persecución directa a que le está sometiendo el hombre y a la pérdida de calidad de sus hábitats. Aunque es un animal estrictamente protegido por las leyes todavía son muchos los gatos que caen en las cajas trampa y otros artilugios que colocan los cazadores en sus cotos para el control de depredadores. Muchas veces, es la decisión de la persona que revisa estos artefactos la que le faculta para que siga viviendo o no al protagonista del Cuaderno de Campo de hoy.
Y muchas veces se decide la muerte, en la más absoluta impunidad que ofrecen los apartados rincones de nuestra naturaleza. Triste final para el gato montés. Le ha vencido la ignorancia del mal llamado hombre sabio; qué paradoja.
La excesiva homogenización del medio natural, con campos de cultivos monoespecíficos y cada vez más asépticos; la mortalidad producida por atropellos en carreteras; la fragmentación de poblaciones limitadas por áreas excesivamente humanizadas; y el efecto de la hibridación con gatos domésticos son las otras causas que amenazan la continuidad de este animal en nuestros montes. Demasiados interrogantes condicionan al bonito gato.
Pero las horas, los días y las noches van pasando y el gato sigue todavía ahí.
Se ha hecho de noche ya, aunque sigue habiendo luz. Una hermosa luna llena aparece recortada por el pico del Tejo. Las soledades de sus laderas parecen evadirse con la actividad de un gato lejano que maúlla. No se llega a ver; no. Pero está allí. Insiste en su presencia.
Allí está. Un viejo macho, protagonista de muchas historias de supervivencia maúlla a la noche. Bajo la luna llena anuncia su posición. Una gata no tarda en contestarle.
La historia se repite otro año más.
JAVIER ARMERO IRANZO
Dedicado a Javier Barona, con el que he compartido muchas jornadas de campo y he aprendido de él mucho sobre gatos monteses y otros carnívoros ibéricos.