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LA BITÁCORA DE BRAUDEL /JCPG

Me inquietan cada vez más esas noticias que van apareciendo, últimamente con demasiada frecuencia, en el sentido del orillamiento del libro en las aulas cuando no de su absoluto extrañamiento. La prensa, como casi siempre, presenta tales experiencias (quizás habría que hablar de experimentos) como novedades, avance, progreso, superación de la educación tradicional; es normal que desde fuera las cosas se vean así, sobre todo después de años de comprobar que el sistema educativo hace aguas por casi todos los lados. Se entiende que la educación tradicional está carcomida por la ineficacia y basada en el libro. Evidentemente, en esta era de lo digital, los medios y mucha gente pueden pensar que el libro es algo viejo, casi trasnochado.

Esto es muy inquietante porque los medios digitales no llegan a todo el mundo y, en consecuencia, la igualdad del acceso a la educación se pone en peligro. La enseñanza igual para todos no puede pasar por la consagración en los altares de la modernidad de los medios digitales.

No hay que poner en cuestión que el libro digital es un objeto de moda. Bueno, realmente casi todo lo que es digital se convierte en objeto de la moda. Pareces un bicho raro si no posees un libro digital. Si te ven en el metro, cargado con un mamotreto, la gente se extraña. Pero yo pienso que al fin y al cabo el que carga con el libro soy yo.

El problema no es el libro tradicional, el que nació con el glorioso invento del Guttemberg ese. El problema es esta confusión que existe en lo que llamamos era de la información. Tenemos a nuestro alcance una inmensa cantidad de fuentes. Hasta libros completos tenemos en la red, incluso documentos de archivo de épocas pretéritas podemos encontrarlo en la red sin necesidad de desplazarnos unos cuantos kilómetros hasta el archivo que nos interese. No cabe duda que nuestro sistema de vida y nuestro imaginario se ven por completo adulterados con todos estos fenómenos que suceden en el mundo digital.

El problema es aún mayor con los chavales que se están formando en nuestras aulas. Han sustituido la enciclopedia por la red. Encienden el ordenador, se conectan y toman nota de lo primero que sale. Palabra de Dios. El absurdo más absurdo se hace realidad diariamente en las aulas de 2015.

Por eso es necesario que el libro no muera. Sé que se publican, mundialmente, cada año más títulos que el año anterior. Pero el libro electrónico, incluso en la escuela empieza a imponerse. Se ha publicado que las escuelas finesas, ese santo y seña de la educación contemporánea, han retirado el papel de las aulas. Sería un error monumental hacerlo en nuestro país. Incrementaría el desastre educativo, por más que algunos piensen que hemos tocado suelo. No creo que la fría pantalla del libro electrónico pueda sustituir el paginado de papel que uno puede buscar a cada instante, subrayar, anotar y dejar marcado para la eternidad. El libro pues no está muerto; el que lo mate en las aulas matará al mismo tiempo a una generación de chavales.

Además, es que planteamos las cosas desde puntos de vista más que discutibles. Metidos en una dinámica ascendente de autoconfianza, nos creemos lo mejor que ha existido sobre la faz de la tierra por estar en ese tiempo que llamamos era de la información. La era de la información nos invade. Está por todas partes. Es una frase que sirve para todo, una de esas muletillas útiles para emplear en conversación con cualquiera que se nos ponga delante, pero desprovista del menor contenido. Da la impresión que nos conformamos con esto. Y no nos damos cuenta que en otras épocas también han tenido información, y mucha, a la medida de sus posibilidades. ¿Acaso las gentes del Reancimiento no creyeron que estaban en una era de la información? Pues claro que sí, los seres humanos estaban ampliando cada vez más sus conocimientos del mundo que los rodeaba. Habían conocido el nuevo mundo americano y para ellos fue auténticamente impactante toparse con paganos que vivían en un estadio de civilización muy diferente. No creo que nadie pueda negar que en la actualidad las formas de comunicación cambian con gran rapidez, acaso tan rápido como en el tiempo de Gutenberg, pero es erróneo interpretar ese cambio como inaudito. El futuro seguramente nos deparará muchas sorpresas en este terreno.

Hay muchas cosas absurdas en torno al libro y en torno al mundo de la información. No sólo es que el libro impreso no puede morir porque invita, mejor que otros soportes, a la reflexión. Es también que la red no proporciona toda la información que necesitamos. Los historiadores sabemos que se ha volcado en la red una ínfima cantidad de los documentos que existen en los archivos. Si sólo una pequeña fracción del material archivístico alguna vez se ha leído, es mucho menor el que se ha digitalizado. La vasta producción de documentación de organismos públicos y privados que reposan en los archivos permanecen en buena medida inéditos.

No cabe duda que Google hace una labor importante por llevar el libro a los lectores. Puedes leer fracciones de libros en tu propio ordenador y esto es muy valioso; sobre todo porque luego puedes dirigirte a una biblioteca y tener el libro completo que verdaderamente te interesa. Pero publicándose cifras astronómicas de libros cada año. Pero Google calcula que en el mundo existen 129 millones 864 mil 880 libros distintos y sostiene que de ellos ha digitalizado 15 millones, es decir, sólo un 12 por ciento. Me pregunto entonces: ¿cómo reducirá la diferencia cuando la producción sigue expandiéndose a razón de un millón de obras nuevas cada año? ¿Y cómo se logrará que la información en formatos no impresos llegue en masa a estar en la red? Quizás habría que recordar que la mitad de todas las películas realizadas antes de 1940 desaparecieron sin dejar rastro. ¿Qué porcentaje sobrevivirá del actual material audiovisual, aun cuando logre una aparición fugaz en la red? Es importante que se diga, porque muchos piensan que la red garantiza la eternidad de la información, y esto no es realmente así porque, a pesar de los esfuerzos por conservar los millones de mensajes intercambiados por medio de blogs, correos electrónicos y aparatos manuales, la mayor parte del flujo de la información diaria desaparece. Creo que podríamos concluir que la degradación de los textos digitales es más aceleradas que la de los textos impresos, aun cuando aparentemente parezca lo contrario.

Muchos chavales van a las bibliotecas por obligación, o mandan a sus padres. El profesor de literatura, el de historia o cualquier otro se han empeñado en que lea tal libro. El chiquillo está perdiendo el tiempo con el móvil y no tiene tiempo para ir al bibliotecario y solicitar el libro de marras. Muchos jóvenes parece querer prescindir de las bibliotecas. Están en un monumental error. No tienen más que visitarlas: las buenas bibliotecas, las que están bien gestionadas, que ponen al alcance de la gente el grueso de sus recursos, están llenas de personas. Uno puede encontrar en ellas muchas cosas: libros, videos y otros materiales, como de costumbre; pero también realizan nuevas funciones: acceso a la información de la red, ayuda en tareas y actividades extraescolares para y jóvenes, e información laboral para quienes buscan trabajo. Los bibliotecarios responden a las necesidades de sus clientes y organizan el espacio y los materiales para estimular la lectura y la consulta. Nunca hemos tenido tan buenos bibliotecarios. Las bibliotecas nunca fueron bodegas de libros. No me cabe duda que en el futuro seguirán ofreciendo libros, pero han de funcionar también como centros nerviosos para comunicar información digitalizada útil.

El predominio de lo electrónico no significa la desvalorización del papel impreso. La investigación en la historia del libro ha demostrado que las nuevas formas de comunicación no desplazan a las viejas, al menos no en el corto plazo. La publicación en forma manuscrita se amplió de hecho después de Gutenberg y continuó prosperando durante los tres siglos siguientes. La radio no destruyó al periódico; la televisión no mató a la radio; e internet no ha acabado con la televisión. En realidad, lo que sucedió es que la información y la cultura se enriquecieron.

Esto es lo que está sucediendo. Pero pensar que estamos en un punto de ruptura es totalmente erróneo. Estamos en una evolución, quizás cualitativamente distinta de lo que hasta hace poco conocíamos pero una evolución. Una evolución que requiere la adaptación de todos. El libro tiene que sobrevivir; no hay elemento más capacitado para estimular la imaginación, el diálogo y la reflexión, pero los medios digitales serán un importante recurso complementario.

Me resulta imposible pensar en un mundo sin libros. Y todavía menos en la escuela. Libros, internet y otros soportes son mecanismos de aprendizaje y de acceso a información. Convertir la educación en un fenómeno que se apoyo sólo en uno de esos medios es vetar el acceso a una cultura amplia y profunda. ¿Se puede permitir un disparate de este tipo una España situada en una encrucijada decisiva de su historia? ¿Daremos así una educación de altura ahora que necesitamos hacer cambios en nuestro sistema educativo?
En Los Ruices, a 17 de mayo de 2015.

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