Requena, 08 febrero 2017/ El observatorio del Tejo- Julián Sánchez
Estamos acostumbrados a las barbaridades y veleidades de la monja separatista Lucia Caram quien, por supuesto, no merece el calificativo de sor, actitudes éstas casi siempre llevadas a cabo por su supuesta ambición extremadamente mediática. A tal efecto, no duda en momento alguno en disparar sus baterías al cero mostrando sus opiniones, la mayoría de ellas sin duda ninguna podrían alcanzar la consideración de respetabilidad de opinión, si no se diese la circunstancia de que las mismas vienen obteniendo pábulo, precisamente debido a la naturaleza mística de quien las realiza.
Que la monja Caram ha utilizado sus hábitos para medrar en el mundillo mediático, mediante el objetivo de considerarse a sí misma como una auténtica estrella, creo que casi nadie puede poner en duda, y que, su axiomática adhesión a la causa del separatismo, de quien obtiene sus correspondientes rendimientos, tampoco, pero que, ahora se nos descuelgue la argentina cuestionando la genuina divinidad de Jesús de Nazaret, poniendo en cuestión la virginidad de su Madre la Virgen María, echando por tierra todo el fundamento de la teología tradicional cristiana desde tiempos anteriores al propio San Pablo, esto ya colma toda posibilidad de acepción intelectual que otorga fundamento a la afirmación mediante la cual supuestamente esta señora profesa adhesión.
La fundamentación del cristianismo, a mi juicio, descanse sobre tres misterios fundamentales: El primero en la Encarnación de Jesús hijo de Dios por intervención del Espíritu Santo y adquiriendo condición humana por conducto de la incuestionable virginidad de María. Esta afirmación se recoge en el fundamento cristiano en naturaleza de una verdad de fe, acogiendo y profundizando el testimonio de los evangelios de san Lucas, san Mateo y, según recientes descubrimientos, también de san Juan.
El segundo misterio deviene de la resurrección del propio Jesucristo al tercer día de su crucifixión en el Gólgota, evento mediante el cual quedó definitivamente reafirmada ante los humanos la divinidad e Jesús.
Y el tercero la consideración trinitaria de las tres personas, donde Jesús de incorpora como hijo a las figuras del Padre y del Espíritu Santo.
Poner en cuestión cualquiera de estos fundamentos, significa rechazar el concepto estructural de la doctrina cristiana, y no me estoy refiriendo únicamente a la católica, la dogmática afecta también de pleno al entorno de todas las iglesias que obtienen en la figura de Cristo el irrefutable fundamento de su naturaleza.
Siguiendo con la profundización en los testimonios de los evangelistas anteriormente citados, el evangelista san Lucas, en referencia a la Anunciación (cf. Lc 1,26-38; 2,19.51), proclama a María como «virgen», refiriendo tanto su intención de perseverar en la virginidad como el designio divino, que concilia ese propósito con su maternidad prodigiosa. La afirmación de la concepción virginal, debida a la acción del Espíritu Santo, excluye cualquier hipótesis de partenogénesis natural y rechaza los intentos de explicar la narración del evangelista como explicitación de un tema judío o como derivación de una leyenda mitológica pagana.
La interpretación de Lucas, no admite ninguna paráfrasis reductiva. Su coherencia no permite sostener válidamente mutilaciones de los términos o de las expresiones que afirman la concepción virginal por obra del Espíritu Santo.
En este mismo sentido se pronuncia el evangelista san Mateo (Mt 1,20), narrando el anuncio del ángel a José, afirma, al igual que san Lucas, la concepción por obra «del Espíritu Santo» excluyendo las relaciones conyugales.
San Mateo profundiza en su razonamiento sobre la afirmación de que a José se le comunica la generación virginal de Jesús en un segundo momento. No se trata para él de una solicitud de conformidad o aquiescencia mediante el objetivo de otorgar su consentimiento previo a la concepción del Hijo de María, fruto de la intervención sobrenatural del Espíritu Santo y de la cooperación exclusiva de la Madre. Sólo se le invita a aceptar libremente su papel de esposo de la Virgen y su misión paterna con respecto al niño.
Y en referencia al evangelista san Juan, según un reciente redescubrimiento exegético, estaría contenida explícitamente en el versículo 13 del Prólogo del evangelio de san Juan, que algunas voces antiguas autorizadas (por ejemplo, Ireneo y Tertuliano) no presentan en la forma plural usual, sino en la singular: «Él, que no nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios». Esta traducción en singular convertiría el prólogo del evangelio de san Juan en uno de los mayores testimonios de la generación virginal de Jesús, insertada en el contexto del misterio de la Encarnación.
Los cristianos estamos acostumbrados a que nuestra religión se vea constantemente acometida por los desmedidos deseos humanos de adulteración y utilización de sus estructuras en el genuino beneficio de cualquier desaprensivo que vaya a utilizar la bondad del evangelio en su propio medro y circunstancia, ahí está la historia para confirmarlo. Pero no viene a ser menos cierto que la fe de Cristo, instituida por Él, recogida en los evangelios, estructurada por San Pablo y articulada y reflexionada por otros grandes sabios de la iglesia, entre los que podríamos destacas a San Agustín o Santo Tomas de Aquino, permanece firme e inmutable cuya vigencia de remonta a más de dos mil años. Sus dogmas y fundamentos únicamente pueden alcanzar debate desde su propia fundamentación teológica y, en todo caso, mediante su estructuración fidedigna obtenida de su propia naturaleza histórica.
Las opiniones en este sentido de la señora Caram, únicamente pueden ser consideradas como carentes de fundamento y dirigidas a la obtención de una notoriedad con objetivos espurios que provocan el escándalo, y el escandalo es una actitud denunciada por el propio Jesús: “Ay de aquel que escandalice: Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar”, (Lucas 17,1-6). Claro que, aparentemente, algunas personas dan preferencia a lo tangible de esta vida a lo prometido para la otra, y esa puede ser la realidad del caso que nos ocupa, es simplemente una cuestión de fe.
Julián Sánchez
Diplomado en Ciencias Religiosas por el Arzobispado de Valencia