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LA BITÁCORA DE BRAUDEL / JCPG

Todo el mundo está intentando digerir los resultados del domingo. Es recomendable leer el artículo de Villacañas el martes en Levante. Un análisis de altura, qué duda cabe, pero incompleto. Y es incompleto por faltarle la vertiente social, aquella que hace referencia a la presencia de unos problemas de desigualdad enormes, quién sabe si insoportables; porque que tales diferencias sean insoportables nunca puede afirmarse de forma categórica mientras la situación no provoque estallidos de violencia.

Ha crecido la pobreza y la distancia entre pobres y ricos se ensancha. Una parte sustancial de la población de la nación vive con menos de 7000 euros al año, una cantidad tomada como límite. Vivir en la frontera. Un vivir fronterizo, pero un vivir en la pobreza. Incluso los sacerdotes aconsejan a sus fieles que no echen tanto dinero en el cepillo, que la Virgen lo agradece igual. Han cambiado mucho las cosas. La corrupción está pasando factura. Por fin.

Pero las cosas no cambian con rapidez. Se destruyen con mucha velocidad. Construir es difícil y esforzado, necesita tiempo. El bipartidismo ha perdido varios millones de votos en los últimos años. Pero el resultado es una fuerte fragmentación política y una situación extremadamente volátil. Una volatilidad y una fragmentación que llegado para durar en el tiempo y, en consecuencia, provocará un proceso de gesticulación en las fuerzas política, que quizás durará meses, que resultará finalmente estéril. PP y PSOE llevan treinta años de reyerta y venganza constante. Lo que sucede en Andalucía y en Cataluña es un dibujo de lo que sucederá en el resto del país. En Andalucía un galimatías impredecible, en el que todos desconfían de todos, sólo atentos a no meter la pata. En Cataluña, un gobierno burgués y conservador, destructor del sistema público bajo las pantallas ocultadoras de un proceso independentista quimérico, ayudado por una Esquerra que ha perdido sus señas de identidad engullidas por el mensaje nacionalista y excluyente. Nada de reformas, sólo apaños, acuerdos de truhanes de taberna.

Los que siempre ganan son los conversos. Se infiltran en lo novedoso para sobrevivir, para prosperar con nuevos moldes. De hecho las burguesías son conversas por naturaleza. Sus miras: adaptarse, sobrevivir, crecer. Los hijos de aquellos que dirigieron el país durante el franquismo están hoy al frente de la maquinaria institucional. Incluso están hoy en partidos de izquierda. Algunos están en el nacionalismo. Subirse al carro de heno, sea como sea. Buscar la salvación de cualquier forma.

Nacionalismo e izquierda. Las cosas han cambiado. Nacionalismo es exclusión. Izquierda es integración. Y hay fuerzas políticas dispuestas a conjugar lo imposible de conjugar. La realidad demuestra lo imposible de conjugar el santo y seña de la izquierda, la igualdad, con la bandera nacionalista, la exclusión de los que no tienen la sangre pura. Para Valencia, todo parece estar a punto de cambiar. Es la hora de la marcha atrás, de paralizar lo que el gobierno conservador había hecho. Hora de venganza; después de décadas de monopolio del poder por la derecha. Hora de paralizar cambios, por ejemplo en educación; ¿con qué fin? ¿Volver sin más atrás? ¿Simplemente instaurar el reinado de Escola Valenciana? La burguesía se transmuta y adquiere muchos ropajes: igual da el hábito de monje apegado a la tradición que de nacionalista-izquierdista. Lo importante: seguir mandando. Eso sí: hay que abrir lo antes posible Canal 9, sin duda una exigencia social ineludible, especialmente para unos cuantos.

En Los Ruices, a 26 de mayo de 2015.

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