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Requen (01/02/18). LA BITÁCORA /JCPG

Auschwitz es el símbolo del horror. No lo inventó el diablo, sino seres humanos de carne y hueso. Los mismos que creían en la superioridad y pureza raciales. La raza aria llevada a los altares. No se quedaron sólo seis millones de judíos. También perecieron más de doscientos mil seres indefensos cuyo único pecado era haber nacido con algún problema físico y mental. Y también no sé cuantos gitanos, oponentes políticos, religiosos…
Es finales de enero y los acontecimientos y las conmemoraciones se agolpan. La cotidianeidad del tema catalán nos está aburriendo soberanamente. Encima, el ex no aparece, y eso que esperábamos su advenimiento en cualquier alcantarilla de la ciudad condal. Ahora sí que está perdido: no es más que una careta. En eso lo han convertido sus partidarios.
Da igual, hay gente de su cuerda que nos está ofreciendo instantes de gloria. Como ese antiguo editor de la tele pública española; atención: de la española, no de la catalana, que saca a relucir la raza y otras majaderías apestosas a propósito de Albert Rivera. La verdad es que me trae a la memoria momentos desagradables de unos estupendos días del julio de Jerusalén de hace cuatro años. Una profesora de historia dando la matraca (esta palabra ya no necesita adjetivos) y trayendo a colación el asunto racial. Asombroso pero cierto: el peligro anida en todos lados. Más si cabe, cuando quien protagoniza el canto a la raza es profesora. Terrible.

La manipulación de la jóvenes alemanas por los nazis fue brutal. En el caso masculino las Napola, las escuelas de las élites nazis fueron devastadoras con los jóvenes alemanes.
Parece mentira que ciertas mentes sigan empeñadas en lo de la raza. ¿Es que no se han enterado de que por medio ha estado Auschwitz? Vaya. Y eso que un Theodor Adorno dijo aquello de es imposible hacer poesía después de Auschwitz. Las tropas soviéticas liberaron el campo un 27 de enero de 1945. Aquí no había peligro. Para ocupar Varsovia, Stalin sí que esperó a que los nazis aniquilaran la resistencia polaca.

Y finalmente amaneció ceniza. El aniquilamiento de millones por unos pocos fue posible por la ventaja técnica obtenida en los dos siglos anteriores. El tren, el dichoso tren, ese tren que volvió a correr por los viejos raíles europeos cargado de inmigrantes hace pocos meses. Maldito tren. Maldita imagen. Malditos los resucitadores del lenguaje racial.
Precisamente, en estos tiempos de educación-espectáculo, nada mejor que volver sobre los temas que movilizan la conciencia humana y la de los estudiantes. Llevo a cabo desde hace años un proyecto de trabajo, que ocupa varios meses, acerca de la violencia del siglo XX y que recala durante semanas en el hecho mismo del Holocausto. Intentamos estudiar el siglo XX no sólo como el momento en que europa se despedaza a sí misma, emulando en este sentido el título del libro celebrado del profesor Julián Casanova. Además ampliamos la perspectiva para analizar el holocausto en términos filosóficos, en la línea de episodio enorme en el que desemboca la Ilustración del siglo XVIII.

No hay mejor libro sobre la historia del siglo XX europeo.
Así que las palabras del ex-editor de la tele y algunos otros mensajes nos han servido en clase para observar cómo pervive un viejo, carca, mensaje racista. Porque no me vale que me digan que utilizan el término raza como las gentes de 1900, como aquel Ángel Pulido y su “raza sefardíta”; estamos en otro tiempo y todos sabemos que tras la palabra raza existe algo inombrable, execrable, algo tan pestilente que debería hacer avergonzarse a quienes siguen con estos términos.
El tema engancha a lo chavales, especialmente a los rechazados, a aquellos que e sistema expulsó de sus canales y luego creó grupos de excepción para evitar el sonrojo de los números: para evitar que la Unión Europea sacara los colores a unas reformas educativas que han desguazado, aniquilado, incendiado el sistema educativo de tal manera que aumentaron el abandono; la vía de la excepcionalidad para evitar el engrosamiento de la lista de abandonos tempranos del sistema.
Estos abandonados merecen la pena. Han vivido mucho, más de lo que mucha gente pueda pensar. Muchos de los que lean esto encontrarán mis palabras casi como un mensaje críptico: me da igual; estos chicos están absolutamente volcados en un proyecto de recuperación de la memoria del holocausto. Son conscientes de la tragedia de millones de personas, y ahora, una serie de fantoches absurdos resucitan el viejo lenguaje racial como si nada. Sin ninguna vergüenza.

Himmler fue el padre de la “Solución Final”, el aniquilamiento de los judíos y otros seres inferiores en la Europa de los años cuarenta. La mansión y el lago de Wansee fueron testigo de la reunión más macabra del siglo XX. El tipo se horrorizó en la Monumental barcelonesa con una corrida de toros que le ofreció el gobierno de la dictadura de Franco, cuando jugaba a ser amigo de los nazis. Declaró a una revista alemana que los españoles éramos un pueblo bárbaro, ya que matábamos animales en público. Su experiencia de empresario con granja de pollos la trasladó al mundo de las cámaras de gas: para exterminar seres humanos.
La vida sigue y las reformas educativas también. Ya hay una pseudo-comisión que alumbrará algo, quién sabe qué, este verano. Esto es al menos lo que está previsto.  Ha habido ya un libro blanco, un escrito que ha sido más oficioso que oficial, pero especialmente lo que ha estado ausente es lo de siempre: la consulta al profesorado. Se cocina un trágala y no sabemos de qué naturaleza. Veremos con qué nos deleitan los mismos impostores de siempre.
Al menos, un compromiso hay: la educación del holocausto seguirá adelante, auspiciada desde el Ministerio.
En Los Ruices, a 31 de enero de 2018.

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