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LOS COMBATIVOS REQUENENSES // Víctor Manuel Galán Tendero.

Ser esposa o hijo de militar no ha sido cualquier cosa, pues las circunstancias familiares de los soldados a lo largo de la Historia siempre han sido tan complicadas como peculiares. A los legionarios romanos se les prohibió, en tiempos del Principado, contraer matrimonio hasta que no concluyeran su servicio, lo que no les impidió mantener relaciones más o menos estables.

Cuando tal medida se abandonó, y los combatientes también podían estar casados, se planteó otro problema, el de sus mujeres, con riesgo considerable de enviudar. En nuestro siglo XVII, los Austrias menores y sus oficiales echaron cada vez más mano de los soldados obligados, en lugar de los mercenarios, por servicios como el de milicias, que al final pudo redimirse con pagos en dinero.

Al pago de las dichosas milicias atendieron hasta las pobres viudas, conceptuadas como medio vecino o cabeza de familia en términos fiscales. Con esta fórmula tan peculiar se reconoció una realidad a todas luces evidente: la de la pobreza de demasiadas mujeres en esta situación, con criaturas pequeñas a cargo.

Al faltar el cabeza familiar o quedar maltrecho tras una campaña, mutilado o en un estado deplorable sin apenas asistencia, las esposas e hijos de los soldados padecían lo que hoy en día llamaríamos exclusión social; en otras palabras, la asquerosa pobreza de toda la vida del Señor.

Un hombre joven para nuestro tiempo, el requenense Andrés Martínez, con apenas treinta y seis años, había acumulado muchos males en sus años de servicio en los barcos del rey de 1633 a 1639, con tantos combates y alternativas de fortuna, y terminó sufriendo un enigmático mal de corazón, que podría ser desde un estado depresivo insondable a una cardiopatía funesta.

El retorno del soldado a su hogar o a algo similar fue complicado más allá de Vietnam, con problemas ciertamente delicados de convivencia y de otra clase. Las guerras de la Monarquía no dieron tregua ni por asomo, y los problemas de asistencia se hicieron más graves, más evidentes.

En 1640, la guerra con Francia se complicó con el estallido de la insurrección en Cataluña, y a los variados frentes de guerra se añadió el peninsular. El 16 de septiembre de aquel año, el municipio de Requena, administrador de los bienes de propios y arbitrios, acordó socorrer económicamente a las esposas y vástagos de soldados de la localidad.

No existía por entonces, ni por asomo, ninguna asociación de viudas y huérfanos de militares, pero sí el temor a que la miseria de tales personas agravara ciertos problemas sociales y de moralidad pública.

Como no se encontraba un real por ningún sitio para el benéfico socorro, se volvió a hacer uso de los fondos del Pósito de granos, ya ciertamente comprometidos, o de otros arbitrios o medios de una comunidad igualmente huérfana de alivio.

ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.

Actas municipales de 1637 a 1647, 3268.

 

 

 

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