LA BITÁCORA DE BRAUDEL /JCPG
Mientras a nuestro alrededor parecen cambiar gobiernos y municipios, otras cosas parecen vivir en un perenne proceso de lucha por la supervivencia. La materia humana de la historia es la que da un sello indeleble a la evolución de los tiempos. Seres que pugnan por salir adelante, por buscar un futuro.
Están aterrorizados. Los gobiernos no saben qué hacer. Se preocupan más de los titulares de la prensa y los noticieros de las televisiones que de la pobre gente que vaga entre las fronteras buscando cobijo. Un contraste enorme, un profundo barranco separa a los encorbatados ministros y funcionarios europeos de los emigrantes negros tirados en el suelo y faltos de atención.
Han llegado por mar. En pateras y barcazas atestadas y peligrosas. Han surcado unas aguas traicioneras, por más que se diga que el Mediterráneo es el mar de las calmas chichas. En el siglo XIX Delacroix pintó algo similar. Los grandes padres de la prosa, Dante, Virgilio, surgando la laguna Estigia, la que el primero describe en La Divina Comedia, mientras el bravo remero Caronte trata de gobernar una patera difícil de llevar porque las aguas de la Estigia-Mediterráneo están pobladas de cuerpos.
Dante y Virgilio descienden a los infiernos. Los inmigrantes de hoy esperan el cielo. Eso esperan. Pero quizás encuentren la exclusión, que existe y en abundancia en esta Europa que se las da de desarrollada, civilizada y pacífica. La hay de todas clases. La miseria es la primera; pero también la hay en virtud de la discapacidad. En otro tiempo destacados miembros de la Iglesia la potenciaron, como el cardenal Martínez Silíceo y sus estatutos de pureza de sangre. En el siglo XVI, la sangre turbia tenía poco futuro. Había que falsificarla como fuera. En el siglo XXI hay otros tamices para reservarnos la parte grande del pastel.
España, Europa, enfrentadas a su asignatura pendiente: el Mediterráneo y su complejidad cultural, social y económica. No es más que el complejísimo legado de una historia inmensamente rica. Pero una historia de contradicciones.
No sólo en las playas. Murillo ya lo pintó en el siglo XVII, con un pincel soberbiamente encantador.
Rechazar. Acoger la miseria. He aquí la gran tesitura a la que nos enfrentamos. Una riada de gente para la que la Europa actual es poco menos que el paraíso. Y nosotros con estos pelos.
En Los Ruices, a 16 de junio de 2015.